¿Cuándo fue la última vez, cuando nos encontramos por Corrientes y Uruguay o en la presentación del libro de Alicia Genovese, mientras desenrollaba los cables para tocar minutos después? ¿Y la primera charla? Ya sé. Fue en la SEA (Sociedad de Escritores Argentinxs). Cantó los temas de “Amar, temer, partir” para un grupito de poetas y me acerqué conmovida, convertida súbitamente en fan. Es más, dejé la casa, duermo en la tierra/ bajo un árbol enorme que me da fuerza, decía y yo pensé, me da un poco de vergüenza confesarlo, pensé si valía la pena dolor semejante por un fulano, tanto desgarro. Y también me pregunté de donde le salía eso, de qué entraña con nombre humano podía emerger un borbotón así. 

Estaba en penumbras, apenas una lucesita le alumbraba la barba, la boca que se abría enorme en el agudo, los dientes grandes. Ojos bien cerrados y abajo la guitarra, que parecía que se le hundía en las costillas. Hizo sin parar casi todo el disco. Años después, mientras leíamos en el festival de Mendoza para un auditorio semi vacío lo escuché rasguear fuerte en la sala contigua. Había acaparado al público que andaba dando vueltas por la feria, se había llevado a nuestres lectores, todes atraídes, por supuesto, por la piedra preciosa. Al terminar de leer mis poemas, fui derecho yo también a ocupar una de las pocas butacas libres, en la fila del fondo. Recordé aquella tarde del 2007 en la SEA al ver ese acústico, el mismo clima de intimidad desbordada. 


 Poco tiempo antes de aquél viaje había asumido Macri como presidente y por eso Gabo cantó un tema que compuso en el furor de los despidos a los estatales con que había arrancado la gestión: Quiero que me tapes mi amor/ La boca de un beso/ Entre tanto grito y dolor yo te necesito/ Necesito que digas que aún tengo mi trabajo/ Para poder pararme en mis pies/ Amor, yo te necesito. Tenía un pañuelo que se le abultaba en el cuello bajo el cierre de una campera verde que voló en medio del show, como tomado por un calorón, incendiado. Compartimos la combi de vuelta al hotel y hablamos de cosas que no tienen importancia pero que te cambian la vida, de unas gotas para combatir la presbicia y de la recomendación de un contador que yo andaba necesitando. 

Tiempo después lo volví a entrevistar para el Soy, como ya lo había hecho varias veces. Fuimos con Sebastián Freire a su casa nueva, vimos su piso damero recién terminado, el orgullo que le daba esa terraza viva entre los techos agrisados del centro, el alambrado del cerramiento sobre el que posó para las fotos. Esa vez no hablamos solo de sus canciones y sus amores, también de sus libros; unos breves ensayos sobre monstruos de la historia y el de poemas, “Recetario Panorámico Elemental Fantástico y Neumático”. En sus hojas brillosas, enceradas podían leerse hermosuras que nunca voy a olvidar: Adentro la intemperie, adentro silencioso y en bullicio, adentro sorprendente. Adentro perro, gato y lo que brille. Adentro panorama, adentro yo, que afuera soy adentro.