A los pocos minutos de que le retiraran la tobillera, el objeto que le recordaba que todavía no era libre, Jorge González Nieva dice que hay cosas, como el tiempo, que no tienen reparación. “Nunca voy a recuperar todos los años que perdí, las cosas que no viví, ahora lo que quiero es poder seguir adelante”, señaló a Página/12. Desde su casa, en la localidad bonaerense de Merlo, relató que lo primero que va a hacer es salir a dar una vuelta manzana; después, va a ir a visitar a sus nietas. “Entré a la cárcel cuando mi hija más chica tenía siete. Ahora tengo una nieta de ocho”, relató el hombre un día después de recibir el fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que resolvió absolverlo y dejar sin efecto la sentencia que lo condenaba a 25 años de encierro.
El calvario de González Nieva empezó con dos peleas: una en la calle, con quien casualmente era funcionario del poder judicial local, y la otra de vecinos, con la diferencia de que el suyo trabajaba en la Policía Federal. Lo que vino después del 18 de julio del 2006, el día en que lo detuvieron, fue parte de una red que ya estaba tejida desde antes. “Tuve un altercado en la calle, una pelea por un accidente de tránsito. De ahí sacaron mis fotos. Unos días después, a eso de las ocho de la noche, íbamos con mi pareja a lo de una amiga y me detuvo un policía, el jefe de calle. Me esposaron, me molieron a palos y me llevaron a la comisaría”, relató el hombre, quien por ese entonces tenía 41 años y manejaba un taxi en el partido de Merlo, en la Provincia de Buenos Aires.
El jefe de calle de la Comisaría N°3 de Castelar, Alberto Casco, fue exonerado en 2017 al igual que el comisario Guenel, de la misma unidad, acusados por armar causas y pedir dinero a cambio de levantarlas. En el fallo de la absolución de González Nieva, los jueces detallaron que "al momento del debate oral y público el tribunal de mérito ya se encontraba en conocimiento de estas graves y múltiples imputaciones", y consideraron que "el tribunal oral desatendió uno de los principales deberes que pesan sobre quienes ejercen la magistratura en el fuero penal".
Al día siguiente de la detención, en julio del 2006, lo llevaron a hablar con el fiscal Alejandro Jons --actualmente apartado de su cargo mientras se analiza su participación en la misma causa que los efectivos-- que le informó sobre el delito por el cual estaba acusado: robo con homicidio resultante contra Analía Aguerre, una mujer que había sido asesinada el 24 de mayo de ese año, luego de retirar 11 mil pesos de un banco. “La única prueba que tenían era un reconocimiento fotográfico de una persona que firmó sin saber ni siquiera lo que estaba firmando porque el hombre no sabía leer, era analfabeto”, afirmó González Nieva y advirtió que “en el juicio nadie sabía cómo yo había aparecido en la causa, nadie lo podía explicar”.
A pesar de que la rueda de reconocimiento arrojó todos resultados negativos, el tribunal ordenó la prisión preventiva. “Entonces los policías me ofrecieron que vendiera el taxi con la licencia y les entregara los 60 mil pesos, pero me negué. A mí comprar el auto me había costado años de sacrificio y no lo iba a entregar por algo que yo no había hecho”, señaló.
El delito que el taxista llevó a cuestas durante 14 años ocurrió el 24 de mayo del 2006. Ese día él había llevado a su hija más chica al colegio y después había acompañado a su pareja a la peluquería. “Los primeros meses fueron terribles, para mí y para ellas. Tenían que salir un día antes, viajar y llegar a eso de las cinco de la mañana para poder hacer la fila y entrar al penal. Yo prefería que ni vengan por todo lo que implica la requisa y el ambiente carcelario”, relató el hombre, que asegura que fue “la contención familiar” lo que lo mantuvo con esperanza. Sin embargo, tres años después, “la pareja se terminó de desgastar” y se separaron. “Le pedía que hablara con una y con otra persona, así todo el tiempo, para ver si podíamos hacer algo, pero después ella tuvo que seguir con su vida”, relató el hombre.
Engarronado
Durante los años que estuvo preso, a González Nieva lo trasladaron 18 veces: General Alvear, La Matanza, Junín, Sierra Chica, Mercedes, Urdapilleta, Florencio Varela y Olmos. “Querían lograr que me pasara algo, porque si yo desaparecía, mi causa no existía más”, señaló el hombre, y relató que, en los penales, se encontró con otros presos con situaciones similares a la suya: “yo siempre conté la verdad y por eso logré un buen trato con los demás. En la cárcel se dice ‘engarronado’ cuando te arman una causa, y a muchos les da vergüenza admitirlo”.
En 2010, el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Morón lo condenó a 25 años de prisión. Junto a su abogado particular presentó una queja ante la Corte Suprema de Justicia bonaerense, que fue rechazada “por exceso de folios”. Recién cuando el caso llegó a Mario Coriolano, defensor ante el Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires, elevó el reclamo ante la Justicia nacional. “El problema con mi causa es que había mucha gente interesada en que se encajone”, advirtió González Nieva.
Además de Coriolano, quienes se encargaron de que eso no sucediera fueron Amnistía Internacional, que presentó en 2018 una carta dirigida al máximo tribunal, y la ONG Innocence Project (IP), que intervino en casos como el de Cristina Vásquez, imputada por un crimen que no cometió, y el de Fernando Carrera, acusado por la Masacre de Pompeya. “Son contadas las condenas penales contra funcionarios, porque es parte del sistema de impunidad que permite casos como estos”, señaló a Página/12 Manuel Garrido, titular de la ONG, y advirtió que “el Estado deberá reponer los daños que le hizo a Jorge, pero también encargarse de que no vuelva a suceder lo mismo con otra persona”. Cuando el caso llegó a la Corte Suprema de Justicia, la organización se presentó como amicus curiae.
Reconstruir la vida
Para González Nieva, volver a Merlo, a la casa de su madre, “fue como nacer de vuelta”. Este viernes cerca de las once de la mañana se llevaron la tobillera que desde el 3 de octubre, cuando le otorgaron la prisión domiciliaria, le recordaba que todavía no era libre. Ya absuelto, lo primero que quiere hacer, después de “dar una vuelta manzana por el barrio”, es visitar a sus hijas y a sus nietas.
En el garaje de la casa de la madre su taxi juntó tierra durante todos estos años y, aunque intentó ponerlo a punto para volver al trabajo, ya no funciona. “Espero que alguien me tome como chofer”, señaló el hombre, que para responder ciertas preguntas espera varios segundos en silencio, y añadió: “En este momento prefiero no imaginarme nada, así todo me va a parecer mejor”.
Informe: Lorena Bermejo.