“Hay que matar el peso. El peso es un veneno, un cáncer”, señaló recientemente el economista estadounidense Steve Hanke en una entrevista a la BBC. “La gente en Argentina está harta del peso” por lo que “Argentina debería abandonar el patético peso y ponerlo en un museo”, insistió. “Yo hice la dolarización en Ecuador”, alardeó Hanke para promover una política similar en nuestro país con el objeto de poner “una camisa de fuerza monetaria” para que “el Banco Central no puede darle crédito a las autoridades fiscales”.
Por último, lanzó una amenaza al gobierno de Alberto Fernández por rechazar sus propuestas: “Nunca sabes dónde empiezan las cosas. Es como el fuego. Primero comienza un fuego pequeño que crece y se convierte en un gran fuego. Si el gobierno quiere oponerse a la idea, se volverá muy impopular”.
Steve Hanke es conocido en nuestro país por su relación con Domingo Cavallo. Fue uno de los ideólogos de la dolarización que impulsaba Carlos Menem cuando el “1 a 1” hacía agua. De posiciones ultraliberales, tuvo una activa participación en el proceso de privatizaciones de las empresas públicas en los países del este de Europa al derrumbarse la Unión Soviética.
En su labor académica se desempeña como profesor universitario e integra el CATO Institute, una usina del pensamiento neoliberal fundada en 1974 por el multimillonario Charles Koch. Este es dueño de un imperio económico con más de 100.000 empleados y presencia en 60 países, que incluye a las empresas Invista, Molex y Georgia Pacific en Argentina.
La propuesta de “atar” al gobierno impidiéndole imprimir moneda en medio de la grave crisis económica sería pegarse un tiro en el pie. Semejante programa exigiría un ajuste del gasto de cómo mínimo el 4,5 puntos del PIB, en un contexto donde la actividad privada cae golpeada por la larga agonía del modelo de endeudamiento de Macri y la pandemia.
La dolarización debería ser acompañada antes de una brusca devaluación que lleve el valor del tipo de cambio oficial cerca del paralelo, licuando el valor en dólares de los billetes y monedas y de los depósitos privados en pesos. Aún así, implicaría el virtual agotamiento de las reservas líquidas, con el absurdo objeto de sustituir los pesos en circulación por dólares.
La propuesta exige reconvertir a moneda dura todos las letras y bonos en pesos en circulación, retrocediendo con gran parte de los logros de la última reestructuración de la deuda. Semejante combo no tardaría en producir un estallido social y una aún más grave crisis económica que borraría el único efecto positivo de la dolarización, la estabilidad de la moneda, porque nadie creería que fuera sostenible en el tiempo.
La consecuencia sería un retiro de los depósitos ahora plenamente dolarizados de los bancos, que las reservas no podrían llegar a cubrir derivando en una confiscación de los ahorristas similar a la que produjo el fin de la convertibilidad.