Otro tiempo y otra geografía. La cuarta temporada de Fargo (a estrenarse por On Directv con un episodio doble este domingo a las 21) toma más distancia que nunca del largometraje que sirvió de inspiración a la serie. Adiós a las rutas heladas, los maletines misteriosos y esos planes criminales mal concebidos -y peor ejecutados- en el norte de los Estados Unidos. Es cierto que, desde su aparición en 2014, había quedado bastante claro que Noah Hawley no buscaba consumar una remake, perpetrar un reboot o versionar libremente al clásico de los hermanos Coen. Su showrunner se encargó de homenajear a la pieza original con historias autoconclusivas, elencos múltiples y algunas conexiones reconocibles en personajes, topografía y acciones. Empero, su mayor interés sigue siendo otro: hacer un caleidoscopio de su espíritu. Estos once episodios se focalizan en las mafias y el racismo intuitivo en la tierra de los “valientes y los libres”, aparece la tensión étnica y la economía bañada de sangre.
Tan lejos. Deben pasar varios minutos en el capítulo que abre el nuevo arco para reconocer la estampa de este universo. En esa extensa apertura, una estudiante de secundaria negra realiza un informe escolar. Su análisis de la Historia estadounidense sirve de trampolín para una genealogía mafiosa en la Missouri del siglo pasado. Paradójicamente, el primer lazo con lo conocido es gracias al cartel que alerta como real, lo que se sabe, son eventos inventados. Más allá de ese chiste, la trama y el tono son menos cáusticos, más prudentes y ciertamente más creíbles. Dos clanes, uno italiano y otro afroamericano, disputándose el poder hacia 1950 en un estado donde regían las leyes segregacionistas. Cabe recordar que en las temporadas previas, el crimen organizado y sus asesinos a sueldos servían de telón de fondo -manifiesto y ruidoso- pero no eran centrales. En estos dos primeros episodios, sin embargo, el apego al drama gangsteril es total (el resto de la temporada se emitirá por la misma señal los martes a las 21).
El punto de vista que acompaña al espectador también es diferente. Quien organiza el relato ya no es una intuitiva oficial de policía sino Ethelrida Pearl Smutny (E’myri Crutchfield). “Una vez que pisamos este suelo somos todos criminales”, arriesga la chica en uno de sus parlamentos. La joven es hija de una pareja interracial propietaria de una funeraria que, por razones de ADN, debe tributar a la pandilla Cannon. Por otro lado, está la familia Fadda, cuyo reciente jefe (Jason Schwartzman) quiere finiquitar la alianza con los afroamericanos. Como bien se explica en la apertura, en todas estas estructuras, las traiciones y violencia están condenadas a repetirse.
Tan cerca. A pesar de las alteraciones, no faltan en estos episodios las típicas postales “fargonianas”. Esa mezcla de humor cáustico, violencia indómita y el catálogo de sujetos extravagantes con la que los Coen inventaron un género. Ahí está un jefe del hampa cuya agonía respondía a una flatulencia épica. O el tapado pero intrigante “Rabino” Milligan (Ben Whishaw), un irlandés que fichó para los italianos y antes había pasado por el sindicato delictivo judío. Pero sin dudas la merecedora de todos los reflectores es Oraetta Mayflower (¡vaya apellido!), enfermera racista, perversa y franca, que cree obrar como un ángel al matar pacientes.
Todas las temporadas de esta antología han sido merecedoras de elogios y premios por su compleja confección narrativa y visual. Esta cuarta secuela mantiene bien el alto hándicap estético. La apuesta más llamativa, claramente, es la dividir la pantalla en varias franjas para mostrar distintas perspectivas de un mismo evento. Otra constante pasa por los elencos y actores de primera línea interpretando papeles poco convencionales (como ya lo hicieron Billy Bob Thornton, Kirsten Dunst, Ted Danson, y Ewan McGregor, entre otros). En esta ocasión ese rol apunta a Chris Rock. El comediante interpreta a Loy Cannon, un atildado jefe criminal que busca legitimar la economía de su comunidad. La temática étnica –y la discriminación- aparece en la primera línea de esta historia. Tópico muy recurrente en la actualidad ficcional pero que aquí es trabajado con otros matices. “Menos preocupado en abrir cicatrices”, dijo Hawley.
El título del primer episodio (“Welcome to the Alternate Economy”) evidencia lo que para su creador es el auténtico motor de esta saga: el sueño americano con billetes manchados de sangre. Para el realizador, Fargo trata sobre aquello que decía la policía interpretada por Frances McDormand (“¿Y para qué? ¿Por un poco de dinero? Hay más en la vida que un poco de dinero, ¿sabes?”). “La idea de las cosas que la gente hace por guita siempre estuvo en mi cabeza”, le dijo recientemente el realizador a The Observer. “Si contamos una historia sobre los estadounidenses y el capitalismo, entonces tenemos que volver al pecado original del capitalismo estadounidense, que es la explotación de la mano de obra barata y gratuita: los esclavos y la forma en que usamos a los inmigrantes”, detalló. En definitiva, Fargo es mucho más que un pueblo con una estatua de un leñador en su entrada.