La historia es conocida. El primer boceto de Mafalda fue realizado por Quino a pedido de una agencia de publicidad. Querían una mezcla de Penauts and Blondie con la idea de promover subliminalmente una marca nueva de electrodomésticos, de la empresa Siam Di Tella, destinada a la clase media. La anécdota es significativa. Pero ese interés no debe hacernos perder un detalle crucial: cuando la campaña fue desechada y Quino retomó su boceto, en 1964, lo cambió. Eliminó el personaje principal --un niño rubio con mucho parecido a Charlie Brown-- por una niña pequeña, que decía malas palabras, construía ella misma una cama para la muñeca y la usaba como un diván de psicoanalista, le hacía una “guerrilla” a su padre para reclamarle la compra de un televisor. Concibiendo de ese modo a esa niña, Quino tuvo una enorme intuición --resultado de esa observación incisiva y esa maceración filosófica que le era propias-- puso en el centro de su creación a las tensiones generacionales y de género.

Los enfrentamientos generacionales y, especialmente, los reclamos feministas, encarnados en esas chicas jóvenes desafiantes, eran fenómenos emergentes a escala global (Friedan publicó su manifiesto sobre “el malestar que no tiene nombre” en 1963) y estaban conmocionando a la sociedad argentina. Los y las lectoras sabían de ello y, justamente, sobre esa complicidad trabajó el humor de Quino con Mafalda.

Mafalda --y especialmente en las primeras con su traza andrógina-- estaba en las antípodas de lo que se esperaba de las niñas por entonces (suaves, dulces, delicadas) y por mucho tiempo más. De hecho, aún hoy, el feminismo sigue operando para desmontar esos estereotipos. (Mafalda) era rebelde porque denunciaba el mundo de sus mayores. Y, ello, incluyó, desde el comienzo la confrontación con el modelo de su madre, aquellas mujeres de clase media que, aún con contradicciones, por entonces, habían dejado los estudios para ocuparse de su casa, su marido y la crianza de la prole. Si eso movía la risa era porque el humor surgía del juego que instaló Quino a partir de las ambivalencias entre la edad atribuida al personaje --muy pequeña--- y sus ocurrencias propias de una adolescente / joven rebelde.

La rebeldía feminista de Mafalda quedó aún más de relieve, cuando apareció Susanita. Desde su fisonomía, estaba definida como su alter ego. Con aros femeninos, cabello rubio y un muñeco en los brazos, replicaba física y mentalmente a su madre y representaba el modelo femenino concebido tradicional. Susanita reponía estereotipos ya consolidados en los años sesenta --a diferencia de Mafalda que expresaba una figura emergente--. Incluso el humor la había tomado como expresó la “señora gorda” de Landrú. El contrapunto entre ambas expresó y, a la vez, dio lugar a poderosas auto-identificaciones.

Mafalda habilitó socialmente que las niñas pudieran pensarse con los mismos horizontes, con cualquier horizonte que desearan, al igual que los varones. Pero no se trata de una historia lineal sino tocada por las contradicciones de ese momento en cuanto a los reclamos de las mujeres. En una ocasión, en 1968, Mafalda se preguntaba por qué las mujeres no podían estar en el sillón presidencial y se imaginaba que levantaría el teléfono contando secretos de Estado. Esta resolución se contraponía al sentido explícito feminista que dominaba en las dos tiras siguientes en las que Mafalda reflexionaba planteando que “la mujer en vez de jugar un papel ha jugado un trapo en la historia de humanidad”, expresiones que fueron, más adelante, tomadas en ciertas luchas feministas. Esas contradicciones muestran la entidad de ese momento histórico signado por reclamos, siempre contradictorios, de los cambios culturales que, en nuestro caso, anclaron con fuerza en las propias prácticas cotidianas empujadas por adolescentes, chicas y mujeres jóvenes que disputaban en terreno el statu-quo sexual, familiar, social.

Con las décadas, Mafalda estuvo en numerosas manifestaciones dibujada a mano, asida por mujeres, incluso niñas, para las que esa figura de papel y tinta modeló su subjetividad. Y no han faltado poderosas disputas. Pero, ahora, como en los años sesenta, la significación de creación de Quino, con su humor abierto, irónico y conceptual, está dada en cada lectura, en cada apropiación, siempre personal y a la vez social, como la propia emergencia de esta historieta sin igual.


Isabella Cosse es investigadora de CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones en Estudios de Género de UBA y autora de "Mafalda: historia social y política" (FCE, 2014).