Difícil entender la cuestión venezolana. Los puntos de vista se amontonan y dificultan una toma de posición o el posible acercamiento a una verdad. ¿Por qué nos importa tanto Venezuela? Porque es un país de un continente pobre, devastado por dictaduras y golpes de Estado que propulsa el gran poder del Norte. Eso que ellos llaman “América” (y tantísimos otros países también) porque así se consideran. Creen con firmeza que “América” son ellos, solo ellos, nada más que ellos. Sin embargo, siempre se han encargado de dominar el Sur del continente. Hegel decía que en el futuro se vería la lucha entre la América del Norte y la del Sur. Esa lucha no pertenece el futuro, viene de lejos. La conquista de California fue el asalto a un territorio que pertenecía a los mexicanos. México ha padecido largamente su cercanía con EEUU. Hay un dicho –célebre- que dictamina: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Hoy, eso nos pasa a todos. Que estamos lejos de Dios no tengo dudas o tal vez diría que Dios se alejó de nosotros. Y en cuanto a la cercanía con el Imperio menos dudas tengo aún. El Imperio tiene en cada país latinoamericano embajadas que funcionan como bases militares. Ahora, nosotros, tenemos a un embajador de apellido Prado que ha decidido retomar la belicosidad del famoso Spruille Braden. Vino para meterse en cuestiones internas. Dijo, sin más, que quería restaurar la Justicia en este país, el que decimos que es nuestro pero se lo roban y gozan unas pocas familias.

Venezuela también está cerca de los Estados Unidos… y para colmo tiene mucho petróleo. Ya se sabe de qué es capaz el Imperio cuando de petróleo se trata. Ahí está la devastación de Irak y Afganistán. Con Venezuela intentan (hasta ahora) otro camino. Pusieron al payasesco Juan Guaidó de presidente. Y todo el Occidente democrático y civilizado (según creen y dicen) lo respaldó. O sea, Venezuela tiene a medio mundo en contra. Apoyando, para colmo, a un irresponsable cuyo golpe de Estado fracasó en el ya alejado verano de 2019 pero aún sigue intentando las vías antidemocráticas y destituyentes. Sólo este encuadre geopolítico bastaría para apoyar al gobierno de Maduro. Toda la derecha lo ataca. Aquí, fue un blanco predilecto de MauMac y todavía lo sigue siendo. De él y de su aliada Bullrich, que directa y sencillamente llamó a la “rebelión” en el país del petróleo. Si en Venezuela sólo hubieran arvejas y rabanitos el país no estaría bloqueado ni asediado por la comunidad mundial del capitalismo financiero. Bullrich no estaría llamando a la rebelión. Y tendrían una saludable existencia económica. Si Maduro viola los derechos humanos, quienes lo atacan violan los derechos soberanos de las naciones. Y aún no tengo certezas sobre esa ultradenunciada violación. No me gusta Maduro. Me gustaba Chávez. Pero no se justifica el bloqueo ni el ataque sistemático a un gobierno que está ahí por el voto popular. Todo es parte de un plan impiadoso contra los populismos latinoamericanos. Cuando Bullrich llama a la rebelión no sólo habla de Venezuela, habla de Argentina. Aún no lo ha dicho pero en eso están ella y los suyos. El gobierno de los Fernández debe entender que su destino está unido antes al de Venezuela que al del Grupo de Lima, que juega para el Imperio tal como lo hace la OEA. Debió abstenerse. Insisto: no me gusta Maduro. Su poder ya no se basa en el pueblo sino en los militares. Lo quieren voltear igual que a Evo Morales. Pero Maduro no es Evo. Nada, sin embargo, justifica lo que le están haciendo. Jeanine Añez y Guaidó son dos caras de una misma moneda. Ni Maduro ni Venezuela se merecen este asedio destituyente internacional. Argentina votó mal, no se puede estar con el Grupo de Lima, que apoyaría cualquier intento de hacer aquí lo que se hizo en Bolivia.

Corren malos tiempos. La pandemia sube sus números en nuestro país. Y los destituyentes se alegran porque quieren que el gobierno fracase. Embisten con el maldito dólar y con la muerte pestífera. Si salen a la calle no es porque la ganen. Lo que ganan es visibilidad. Todos los graban o los filman. Si se apestan, mejor. Más números para tirarle por la cabeza a Alberto F. Ahí lo tienen: es un ineficaz. No frena al dólar blue ni evita los contagios. ¿De qué sirve? Además, votó contra Venezuela. ¿Le vamos a creer? se preguntan divertidos los destituyentes. Claro que no, dicen. Si él es Venezuela. Es un dictador, un populista peronista. Y con él está la figura maldita de esta tierra, Cristina. Mejor si vota contra Venezuela. Lo vamos a felicitar. ¿Qué le va a decir a los suyos de nuestras felicitaciones? ¡Son nefastas para él! Como si a nosotros nos felicitara ella, la yegua comunista.

Y la mala sombra que oscurece a Venezuela nos cubre también a nosotros. Esa sombra es el gobierno de derecha republicana de Donald Trump. ¡Dejó libre al policía que mató a George Floyd! Y aquí la justicia del poder antidemocrático se prepara para darle un beso de salvación al policía Chocobar, con el apoyo y la alegría de Bullrich y MauMac. Malos tiempos. El informe de Bachelet no es confiable, ella no lo es. Durante su gobierno no tocó la Constitución de Pinochet ni reemplazó a los carabineros como fuerza de represión por una policía democrática. Además, no hizo un informe sobre la violación de los derechos humanos en su país, ahora, bajo Piñera, cuyo apellido empieza con P de Pinochet. A la realidad le gustan las simetrías, escribió Borges en “El Sur”. Si es así, este (¿nuestro?) país es claramente simétrico con el destino de Venezuela y no con los gobiernos obedientes del Grupo de Lima.

 

Se dice que Alberto votó como votó para caerle bien al FMI en momentos de negociar la deuda. No es así. Se negoció formidablemente con los bonistas y sin agacharse ante nadie. Se puede negociar con el Fondo sin perjudicar la estabilidad democrática e institucional en América Latina, cuyas venas se abren y se cierran, se abren y otra vez se cierran. Hoy se están abriendo peligrosamente. Hay que luchar y gobernar por cerrarlas. Y el voto contra Venezuela no ayuda a esa tarea soberana.