Alicia Colombo, la esposa Quino, fue pieza clave para que el genial historietista Joaquín Salvador Lavado lograra fama mundial, aunque poco se conoce sobre ella. Era doctora en Química, trabajaba en la Comisión Nacional de Energía Atómica pero hacia fines de la década del ’60 decidió renunciar a su puesto y dejar su profesión para dedicarse a difundir la obra del humorista más allá de las fronteras de Argentina y situarlo como autor internacional. Además, se ocupó de que pudiera concentrarse exclusivamente en sus dibujos. Cultora del perfil bajo --no le gustaba que le sacaran fotos--, con una visión estratégica manejó los contratos con medios y editoriales y cuidó sus derechos de autor. Fue su representante hasta 2003, cuando le cedió la posta a su sobrina Julieta Colombo, que ya colaboraba con ella. “No hay Quino sin Alicia”, dice Rep, quien conoció al matrimonio de cerca.

¿Qué rol desempeñó Alicia? Julieta responde, pero antes, consulta con los sobrinos de Quino, entre ellos el “Guille” Lavado, que inspiró el personaje del hermano de Mafalda en la icónica tira. La inquietud de esta cronista se convierte en debate familiar. Aunque la propia Alicia no hubiera estado de acuerdo --aclara Julieta-- aceptan hablar de ella porque consideran que es un justo reconocimiento. Con sus voces se teje esta trama, poco contada, sobre la mujer al lado de uno de los más famosos dibujantes argentinos, fallecido el 30 de septiembre.

En algunas fotos --las pocas que encuentra su sobrina en el archivo familiar--, se ve a Alicia con su cabello oscuro, entrecano, sin maquillaje, acurrucada en los brazos de Quino. “Era una persona muy aguda, muy inteligente, de un carácter muy jodido”, la describe Guillermo Lavado, que es flautista de la Orquesta Sinfónica de Chile y vive en Santiago hace 29 años. Los Quino --como sus afectos llamaban a la pareja-- tenían una relación estrecha con los hijos de los hermanos del dibujante. Tal vez porque no tuvieron hijos, ese vínculo familiar fue más cercano.

Alicia y Quino se conocieron a través de un primo de él, Jorge Tejón, ex esposo de una prima de ella. Se hicieron amigos rápidamente. Compartían los mismos intereses, la música, el cine, la literatura. Nieta de un genovés, hija única, ella era porteña. Hijo de un matrimonio español, de inmigrantes de Andalucía, él era mendocino, el menor de tres hermanos. La amistad entre ambos duró unos seis años: “No se nos ocurrió que podíamos terminar juntos”, comentaba él con cierto humor en una entrevista en el diario El País, de España, con motivo del Premio Príncipe de Asturias, que recibió en 2014.

Se casaron en 1960: Quino tenía 27 y Alicia, 28. Se fueron a vivir una temporada con los padres de ella --el padre de Alicia era farmacéutico-- hasta que se pudieron alquilar un departamento en la ciudad de Buenos Aires. Después, tras el golpe de Estado en Argentina, vivieron en varias ciudades de Europa. Nunca se separaron hasta la muerte de ella en 2017. Estuvieron 57 años casados.

Quino le decía “Monito” o “Alicita”. Se complementaban. Él era introvertido, reservado, tímido. Ella, una gran conversadora. Iban al cine, en algunas oportunidades hasta dos veces al día --mientras su vitalidad se los permitió--, tuvieron abonos en el Teatro Colón, en la Ópera de París, en la Scala de Milán: les encantaba escuchar música clásica, sinfónica, de cámara. Alicia solía organizar cenas con amigos, a quienes seleccionaba meticulosamente, gente de la cultura, interesante, y se encargaba de preparar la comida, decorar la mesa, elegir los lugares para cada comensal. Las sobremesas eran prolongadas. Cuando ya no quedaban invitados, podían quedarse ellos dos entretenidos en tertulias hasta la madrugada mientras saboreaban una copa de vino tinto, un trago de pisco o de algún licor.

Una gran estratega

Mafalda se publicó por primera vez en 1964 en la revista Primera Plana. Quino ya era un reconocido humorista. La tira había nacido --como se sabe-- por encargo para una campaña publicitaria de electrodomésticos pero nunca llegó a salir como tal. El éxito llegó cuando el personaje tenía un año, en 1965. Quino se había ido de Primera Plana y publicaba en el diario El Mundo, por entonces uno de los de más circulación. En 1966 salió su primera recopilación en libro, por la Editorial Jorge Álvarez.“Había un editor italiano que me escribía y quería editar Mafalda, pero yo no contestaba sus cartas”, explicó el propio Quino en un homenaje en Buenos Aires hace unos años. “Entonces Alicia le contestó, y así empezó todo”. Ese todo es la llegada de Mafalda --y Quino-- a otros mercados. En su libro Mafalda: historia social y política (FCE, 2014), la historiadora y profesora en la UNSaM Isabella Cosse describe el periplo de la creación más importante de Quino: “La historieta, rápidamente, trascendió las fronteras. En 1969, una compilación, prologada por Umberto Eco, cautivó al público italiano. En 1970 sucedió lo mismo en España y luego, en 1972, fue publicada en Alemania, Francia, Finlandia y Portugal. En ese momento, ya se había comenzado a distribuir en toda América Latina. En 1973 se conoció la adaptación para la televisión. En México, en 1975, comenzó a publicarse en el diario Excélsior y luego se editaron colecciones completas que se distribuyeron en las grandes tiendas Sanborns. En los años noventa, una producción cubana llevó al cine una animación de la tira y se realizaron exposiciones sobre Mafalda en Argentina, España e Italia. Hasta la actualidad ha sido traducida a cerca de 20 idiomas, siguen agotándose sus ediciones y penetrando en nuevos mercados y públicos que incluyen China, Corea e Indonesia. Hoy también está disponible para Kindle e iPad, y tiene cuenta oficial de Instagram y Twitter”. Detrás de todo ese despliegue estuvo Alicia: se ocupó de ofrecer los trabajos de Quino en periódicos de Latinoamérica y armó personalmente cada contrato.

Quino dibujó a Mafalda durante 9 años hasta 1973. Dos años después, con la llegada de la última dictadura militar, el matrimonio se exilió en Milán, Italia. El siguió con su trabajo en el exterior. Y a su lado, siempre estuvo Alicia, ocupándose de todo para que él pudiera dibujar. En el año ’81 empezaron a volver a la Argentina y lo hicieron más definitivamente en 1983, con la recuperación democrática, aunque alternaban seis meses en Europa y seis meses en Buenos Aires.

“Alicia preparaba todo el material y lo mandaba por correo a cada diario en Latinoamérica. Yo empiezo a trabajar con ella en el año ’87. Los dibujos, claro, ya estaban hechos. Pero había que tener en cuenta las estaciones del año, según el país donde se publicaba, las fechas como el Día de la Madre o del Padre, Navidad, Año Nuevo, para enviar las tiras. Se publicaban de a cuatro. En la actualidad se sigue preparando de la misma manera la tira que se va a publicar, pero ahora está digitalizado”, cuenta Julieta. Como representante, Alicia tuvo que aprender sobre derechos de autor. “Cuando Quino empezó a publicar, numerosos periódicos se quedaban con los originales, hay muchos que él no tiene”, apunta la sobrina. Hoy Mafalda continúa apareciendo en varios diarios de Argentina, y en El Tiempo de Bogotá, El Colombiano; El Universo, de Guayaquil; La Prensa, de Panam;, La Tribuna, de Honduras; y La Nación, de Costa Rica.

“Si hubiera sido por Quino no hubiera tenido la trascendencia internacional que tuvo”, reconoce Diego Lavado, en comunicación telefónica desde Luján de Cuyo, Mendoza, mientras hace un alto en un recorrido en bicicleta. “En Europa no pasaba como en Argentina y otros países latinoamericanos: allá la actividad de los dibujantes es más free lance y hay que ofrecer el material. Tal vez le encargaban algo para un día especial. De todo eso se encargaba ella”, dice Diego. “La obra de Quino es de una magnitud poco vista. Pero Alicia jugó un papel fundamental. Fue una mujer con mucha visión”, coincide Guille.“Mafalda tuvo el éxito que tuvo por el genio singular de Quino. Pero no basta con eso. Se tiene que conocer para convertirse en un fenómeno social y salir de los propios cuadros de la historieta”, reflexiona Cosse. Cuando Quino recibió el Premio Príncipe de Asturias, en 2014, se lo dedicó a Alicia.

Compañeros

Si bien estuvo atenta a cada contrato, fue muy respetuosa de los contenidos de las viñetas. “El Quino se encerraba en su escritorio y se ponía a trabajar. Recién cuando estaba terminada la página que tenía que entregar se la mostraba a Alicia. Ella era muy directa. 'No parece tuyo´, le podía decir si no le gustaba. O ´No está tan bien´. Y él le respondía: ´Pero qué voy a hacer, Monito, si lo voy a tener que publicar igual´”, recuerda Diego Lavado.

--¿El feminismo de Mafalda es de Alicia? --preguntó esta cronista.

--No. El Quino era muy feminista --responde Diego. Pero Alicia también lo era, dicen. “Recuerdo en la década del ’70, mis viejos vivían en San Rafael y cuando ellos venían a visitarlos, eran una ventana al mundo. Hablaban de temas actuales que acá no se tocaban. Las charlas eran muy reveladoras. La que más hablaba era Alicia. Trataba de explicar la lucha de las mujeres en Europa por el derecho al aborto. Todavía no habíamos reflexionado en el país sobre esos temas. Mi tía, con mucha paciencia, era la que le informaba a mi vieja”, agrega Diego.

Hacían muy buen equipo, eran compañeros, se complementaban, acuerdan sus sobrinos. Ella lo cuidaba del acoso que podría recibir por la devoción del público. También se ocupaba del aspecto de Quino. Le elegía la ropa para los eventos públicos. Alicia era elegante y moderna en su forma de vestir. Se compraban la ropa en Italia, pero no eran muy gastadores. Ella solía combinar el negro, con el gris y el rojo; o el bordó, con el verde y el ladrillo. Le gustaba usar algún accesorio que se destacara, como pañuelos vistosos alrededor del cuello.

--El Quino era como un niñito. Pero bien irónico. Ella, la adulta, más racional. Quino nunca se asumió como un adulto, mantuvo la inocencia, hablaba en diminutivo. Se llevaba mejor con los chicos, especialmente con las nenas --cuenta Diego.

No tuvieron hijos. “Es una mala porquería traer a alguien aquí sin haberle preguntado”, solía decir el dibujante. En una de las últimas entrevistas que dio, en 2018, que le hizo Boy Olmi para el documental Buscando a Quino, el dibujante reconocía que fue una decisión suya no tener hijos, “porque mis padres murieron cuando yo era bastante pequeño, tendría 11 o 12 años”. Esa orfandad le impidió pensar en ser padre, cuentan sus sobrinos. Y Alicia respetó su decisión.

En varios de los dibujos de Quino aparece ella. En uno (ver aparte) hay una mujer muy elegante en un cementerio, sentada en un banquito plegable frente a una tumba. Parece una viuda. No se la ve triste. Debajo de la foto del difunto colocada sobre la tumba está escrito el nombre: Joachim Washed --un juego de palabras del propio nombre de Quino--, y figura el año de nacimiento, 1932 –que coincide con el del humorista--, y el de su muerte no se llega a ver porque está tapado por una de las dos copas que tiene la mujer. Tiene una botella de champagne en una frappera y mira el reloj, como esperando que llegue el momento para tocar una fanfarria. Es la tumba de Quino. La mujer, sin dudas, es Alicia. El dibujo fue publicado en el libro ¿Quién anda ahí?, que incluye una selección inédita de viñetas y fue publicado por Ediciones La Flor en 2012. “Es un chiste que se hace a sí mismo”, dice Diego.

A diferencia del chiste, Alicia murió antes que su esposo, en 2017, y el dibujante decidió ir a pasar los últimos años de su vida en Mendoza: vivió casa de por medio de la de su sobrino Diego y su esposa María Inés, que se ocuparon de que no le faltara nada, le leían en la tarde y compartían una cerveza con él. “En la época del exilio ella se fue primero del país y preparó la casa en Milán para que después fuera Quino. Como en aquella oportunidad, cuando murió Alicia se fue primero para preparar su casita en las alturas. Y ahora Quino llegó allá y ella tendrá todo listo para recibirlo. Soy agnóstica pero esa imagen me ilusiona”, dice María Inés, con emoción en la voz.