Desde Río de Janeiro.Una serie de frases expelidas en los últimos días por el presidente Jair Bolsonaro (foto), por el vicepresidente, general reformado Hamilton Mourão, y el ministro de Salud, general en activo Eduardo Pazuello, dejan claro de toda claridad que la fábrica de perlas de estupidez instalada en Brasilia sigue trabajando a todo vapor.
Una vez instalado en el sillón presidencial, de inmediato el más primate presidente de la historia de la República brasileña dejó claro que no pretendía tener la exclusividad absoluta a la hora de extraer y exhibir tales perlas.
Supo convocar un formidable grupo de bestias sin remedio para ayudarlo, con la convicción más que justificada que nadie sería capaz de superarlo. Hubo intentos loables de ministros que pretendieron al menos acercarse al jefe, pero por más que se hayan esforzado todo fue en vano.
Bolsonaro luce sólidas muestras de ser la única persona en el universo capaz de superarse a sí mismo en el quesito del desequilibrio, de la torpeza y de las aberraciones desenfrenadas. Él se renueva cada día, y cuando se repite lo hace con vertientes innovadoras.
No importa que las relaciones entre su gobierno y la realidad se hagan cada vez más lejanas. Nada ni nadie parece capaz de impedir la intensa labor de la fábrica de perlas de estupidez.
Vamos a algunos ejemplos. Empecemos por Pazuello, un general que ocupó de inicio como “interino” el ministerio de Salud durante cuatro largos meses, y que luego de haber esparcido uniformados en puestos-clave antes ocupados por médicos e investigadores fue oficializado como titular pleno.
El pasado miércoles, durante la presentación de la campaña “Octubre Rosa”, cuyo objetivo es alertar a las mujeres sobre los riesgos del cáncer de mama y la necesidad de medidas de prevención, Pazuello admitió que antes de llegar al sillón en que ahora se instala no tenía idea de la existencia del SUS, el Sistema Único de Salud. Y luego aclaró que “el cáncer es una enfermedad complicada…”.
Cuando semejante esperpento llegó al ministerio de Salud, Brasil contaba con 13 mil muertes causadas por el covid-19. Pasados cinco meses y medio, superó la marca de 150 mil.
El vicepresidente de la República, general reformado Hamilton Mourão, sorprendió en otra dirección. Pese a sus posiciones ultra-reaccionarias (no confundir con conservadoras) harto conocidas, en un reportaje concedido a la Deutsche Welle prestó un sentido homenaje a Carlos Alberto Brilhante Ustra, uno se los símbolos más abyectos de la tortura en la dictadura que duró de 1964 a 1985.
Muerto en 2015, ha sido el único jefe militar condenado por la justicia. Contra él hubo más de 500 testimonios tremendos, destacando su frialdad, su sadismo y su violencia. Para Mourão, sin embargo, era un “hombre íntegro y honrado, que supo defender los derechos humanos de sus subordinados”.
Esta perla – de estupidez y de asco – ofende no solo a la memoria de las víctimas del verdugo inmundo: ofende a la memoria del país. Y abre espacio para más tensión, si se confirma la victoria de Joe Biden: cuando vicepresidente de Obama, le tocó a él entregar a la entonces presidenta Dilma Rousseff, ella misma víctima de Ustra, un robusto conjunto de informes secretos en que el “hombre honrado” de Mourão ocupa lugar especial.
Nadie, sin embargo, es capaz de superar a Bolsonaro. El jueves por la noche – luego lo reiteró ayer por la tarde – decidió, así de la nada, atacar otra vez a Argentina, a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner. Dijo que los argentinos tienen el gobierno “que merecen”.
Leo en los diarios porteños un ligero equívoco, cuando dicen que Bolsonaro acusó al electorado argentino de haber permitido el regreso del “zurdaje”. No, no: por “esquerdalha” hay que entender “izquierdalla”, por izquierda y canalla.
Un primor de educación, de sensibilidad y de diplomacia, típico, absolutamente típico, del aprendiz de genocida.
Lo que me pregunto es si el pueblo brasileño merece semejante bestia. O si se dejó manipular. Lo único que sé es que me indigna, me llena de vergüenza.
El collar de perlas de estupidez sofoca a mi país cada vez más y más. ¿Hasta cuándo será posible respirar?