No hay dudas de que Humo(r) fue una revista fundamental en la resistencia simbólica a la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, pocos estudios recorren su historia. Hay algunos artículos, el recopilatorio de su director Andrés Cascioli (por Colihue) y poco más. Por eso es tan importante De Satiricón a Humo(r), el libro de la investigadora Mara Burkart que publicó Miño y Dávila Editores y que hoy a las 19 se presenta en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555). Burkart cuenta que comenzó indagando lo que significaba la revista para sus antiguos lectores y de pronto se encontró investigando, no sólo su desarrollo, sino también el recorrido que llevó a ella.
En el libro, la socióloga postula algunas ideas particularmente interesantes. La primera sostiene que Humo(r) supone la “domesticación de la irreverencia de Satiricón”. La segunda afirma que la publicación “delinea el campo de la cultura de la década del ochenta”. Además, considera, Humo(r) no oficiaba como una revista de vanguardia, sino que retomaba temas y reclamos una vez aparecidos en otros espacios.
–¿Cómo es esa idea de que Humo(r) es una domesticación de la irreverencia de Satiricón?
–Bueno, es muy interesante que en los primeros años de Humo(r) varios de los que ya los conocían empiezan a exigir la chispa de Satiricón, de esa irreverencia, y ellos no se hacen cargo. Plantean un “bueno, nosotros también tenemos una propuesta y es diferente”. Satiricón a comienzos de los ‘70 engancha un grupo de periodistas y humoristas muy, muy jóvenes y su irreverencia tiene que ver con cuestionar las estructuras sociales de la época, en el espíritu de las revoluciones culturales de los 60, de la revolución sexual, que la dictadura de Onganía había restringido bastante y que a comienzos de los 70 había tenido una especie de recuperación. Ahí Satiricón aparece generando malestar entre los sectores más conservadores.
–¿Y Humo(r)?
–Creo que Humo(r), varios años después, y con la violencia política de por medio por la Triple AAA y la dictadura militar, aplaca un poco sus risas. Ya no es tan irreverente. Sí es satírica, sí tiene un blanco bien preciso, dirige sus sátiras y ataques a los militares y sus aliados, los sectores liberales del plano económico, las figuras del espectáculo: vedettes, deportistas, todas las figuras como Palito Ortega, que aparecen como muy cercanas al poder. En un momento hace humor con los dirigentes políticos, pero luego lo abandona, sobre todo a partir de 1981, cuando estos vuelven a la escena política, un poco convocados por los militares, otro poco porque ya se había creado la Multipartidaria. De esto entiendo que hay una decisión de “con ellos no” porque apuestan al retorno de la democracia, ya están pensando en el después y ahí el partido político es fundamental.
–Ese es el quiebre del ‘81 para la revista, del que usted habla.
–Sí, empieza antes de forma más difusa, más errática, y a partir del 81 se va sistematizando. A partir del 81 la revista tiene más presente un programa político. Ahí se incorpora Enrique Vázquez como el analista político y Mona Moncalvillo empieza a entrevistar a figuras de la política, radicales, peronistas, pero también sindicalistas. Antes, entre el 78 y el 80, la revista publica más bien reportajes a figuras de la cultura que habían quedado relegadas o con poca visibilidad en los medios y que la revista consideraba muy valiosas o de gran calidad.
–¿Cómo se da ese pasaje entre Satiricón y Humo(r)?
–Por un lado hay una diferencia entre Oscar Blotta y Cascioli. Ambos están juntos en el surgimiento de Satiricón, Blotta fue su director, Cascioli quedó como director de la gráfica. Blotta estuvo más vinculado o más identificado con una línea más liberal. Eso se va a ver en quiénes incorpora en la revista: periodistas liberales en términos de cultura, pero más conservadores en términos políticos, como Hanglin. Mi sensación es que Cascioli sigue ahí, pero no comparte esa mirada. Y empieza a vislumbrarse eso en Chau Pinela, que es su propia revista y es la antecesora de Humo(r). Ahí hay una vocación de compromiso con la realidad que lo circunda. Con Blotta hay referencias a la realidad, pero no desde el compromiso. Con Blotta podemos ser irreverentes, burlarnos de Perón, de Lanusse, de Balbín, es todo lo mismo.
–Usted también plantea que Humo(r) delinea el campo de la cultura de la década del 80.
–Primero creo que Humo(r) fue mucho más que una revista de humor gráfico, de humor político o de sátira. En ese sentido jugó un rol social y cultural muy importante, que fue reconstruir la trama cultural que la Triple A primero y la dictadura después, destruyeron. Desde la violencia más física, más extrema, como la desaparición de personas, hasta personas marginadas de los espacios de trabajo, otro de los mecanismos que tenía la dictadura para seleccionar y quedarse con los que representaban su imaginario. Humo(r) con herramientas como la sección de reportajes fue construyendo y reconstruyendo redes culturales y de sociabilidad, que después se ven mucho más claramente en los 80. La editorial fue sacando otras revistas con ejes temáticos muy específicos: Superhumor para la historieta en la primera etapa y después más política, el Péndulo para la ciencia ficción, Humi para los niños, toda una propuesta muy coherente con Humo(r). También patrocinó recitales y ahí aparecían todos los cantantes populares, toda la música perseguida o segregada por el resto. Fue nucleando a lo que después se llamó “el progresismo”, que en ese entonces no era una palabra tan común como ahora. Sectores de la cultura que compartían una visión del mundo con productos de calidad, cierto compromiso político social con la democracia y ya no con la revolución, una afinidad en el reclamo por los derechos humanos y rechazo a la violencia estatal, fin de la censura, la denuncia de que la dictadura militar propiciaba la mediocridad cultural.
–Señala que algunos la criticaban como si fuese “lo que la dictadura nos dejaba leer”.
–Por una cuestión de edad, yo no fui lectora de estas revistas en su momento, y cuando arranqué la investigación me encontré con un montón de gente que recordaba con orgullo haber sido lectora de Humo(r). Pero entre la gente más grande me fui encontrando con esto. Creo que tiene que ver con su posicionamiento más político, y la acusación sugiere que hubiera algún tipo de acuerdo, pero yo no encontré nada al respecto. Sí había un acomodamiento constante, como todas las publicaciones que rozan con lo político en contextos de mucha censura. Y los editores fueron muy sagaces en leer la coyuntura y ver qué podían publicar y qué no. Siempre tenían intención de ampliar esos márgenes, de desafiar, pero cuidando el medio, la fuente de trabajo y la vida, que no es menor. De hecho la revista es poco vanguardista, no se pone al frente de los reclamos. Acompaña, identifica reclamos y los acompaña e incluso después lo sostiene, lo respalda y hasta lo asume como propio. Por ejemplo, la crítica económica también la hacía Clarín, porque en esa época tenía la postura más desarrollista y las políticas liberales de Martínez de Hoz no le cerraban. La revista al principio no habla en contra de la censura, sino que se burla de la cultura autorizada, la que se permite ver. Pero cuando Clarín publica la entrevista a María Elena Walsh que problematiza la censura, ahí la revista inmediatamente trata el tema y ya no lo abandona. Si uno encuentra cosas vanguardistas, es cuando la revista ya está consagrada. El tema de los derechos humanos no es su primera bandera. Primero aparecieron las Madres, que empezaron a poner solicitadas, que sí fueron firmadas por Cascioli y varios de los redactores de la revista, pero en Humo(r) aparece bastante tarde el tema. Son las limitaciones también del espacio masivo para decir algunas cosas. Por otro lado como los colaboradores ya firmaban las solicitadas, yo pienso que había una cautela. No era que no estaba el convencimiento, sin oque se fijaban qué podían decir.