Desde hace algún tiempo, y acentuado durante la cuarentena, las redes sociales son la forma de relacionarse para una infinidad de personas. También, de estar en contacto con los que están lejos. Y en otros pocos casos, con aquellos que ya no están físicamente. Sobre esta idea trabajó Maxi Vecco para escribir Deathbook, ambientado en un futuro (¿lejano o cercano?) en el que una app reconstruye la personalidad del fallecido a partir de los datos que éste subió a la web durante toda su vida para que familiares o amigos puedan “interactuar” con él en sesiones virtuales. “La virtualidad en la que se encuentran los personajes tiene mucho que ver con la realidad en la cual nos encontramos nosotros para poder vivir”, dice a Página/12 el autor y director, y agrega que “la obra plantea que, metafóricamente, hay algo en la manera de relacionarte con los otros que hace que no haya tanta diferencia con la manera en la que los personajes de la obra se relacionan entre ellos, ¡y uno está muerto!”, resalta.
El espectáculo, protagonizado por Mar Mediavilla y Andrés Passeri, pone en pantalla a los dos protagonistas en un entorno virtual, actuando cada uno desde su casa, y condensa en sus 40 minutos de duración una serie de debates filosóficos en torno a una decisión que no es ni buena ni mala en sí, sino (tan solo y fundamentalmente) una decisión de vida. ¿Cómo se construyen los recuerdos? ¿Qué imagen se construye para los otros? ¿La relación virtual puede parecerse a una relación real? Un pasado que no termina de irse y se actualiza periódicamente, ¿afecta la vida cotidiana? ¿Qué queda una vez que se abandona este mundo? Preguntas que surgen explícita o implícitamente en esta propuesta futurista, con escenografía virtual y en blanco y negro, que acompaña el tema de la muerte con cierto abordaje retro desde lo visual.
Vecco es “fanático” de la ciencia ficción, y eso fue una inspiración para escribir el texto (comenzado antes de la pandemia, y terminado en los primeros meses). “Fue deliberado que tuviese que ver con una cosa existencial, filosófica, conectado a un futuro distópico con referencia a series y películas de ciencia ficción que me copan”, cuenta Vecco, y hace la lista: las primeras temporadas de Black mirror, Dark, la saga Matrix, 2001 Odisea del espacio y Solaris, entre otras, y propone comenzar a pensar el género para el mundo de las tablas (sobre todo, cuando los protagonistas puedan volver a subirse a ellas): “Siempre pensé en un teatro de género para mis obras, y creo que hay algo del lenguaje del género cinematográfico y literario que puede ser aplicado al teatro y no está tan explotado. El teatro en general está más relacionado a un drama o una comedia y no tanto con la ciencia ficción”, analiza.
El ASPO (aislamiento social, preventivo y obligatorio) dispuesto generó la oportunidad de comenzar esa apuesta teatral de manera virtual, una forma de articular el cuerpo vivo del teatro con los recursos técnicos de las producciones audiovisuales. El autor sostiene que “hay avances tecnológicos que tienen que estar al servicio de la narración y de la historia”, y confiesa que ese mundo también es el suyo: “Casi todo mi imaginario tiene que ver con el uso de la tecnología, me siento cómodo ahí. Pienso en un teatro a futuro, a diferencia de muchos colegas, con mucha tecnología”, se planta, y afirma que también puede “pensar en un teatro distópico. Creo que ese es el rumbo. Es raro, porque a mí que me encanta la ciencia ficción distópica, tengo el deseo de que el mañana sea mejor. Creo que es así, pero mi morbo dramático es que no lo sea”, ríe. “Tengo la mirada puesta en el futuro, el ser humano tiene que ir para adelante y para mejor, pero al mismo tiempo me copo con historias donde eso se pone en crisis”, detalla.
Después de cada función, en Deathbook hay una charla entre el autor, actores y un crítico invitado para analizar la obra sobre diversos ejes, desde la filosofía de la técnica, la dimensión ético-moral o la astrología y la personalidad. Una forma, sostiene, de reemplazar el post del hecho teatral. Vecco explica que “encontramos en la charla una manera de suplantar el saludo, la catarsis que se produce en ese momento de descarga”. El director señala: “pensamos en ese momento como una manera de no dejar tan solo al espectador, no para explicarle la obra, porque no es ese el objetivo, sino como una manera de no cortar de manera tan bruta todo lo que se puede movilizar”, promete. También se da la posibilidad de hacerles consultas tanto a los protagonistas como al invitado a través, obviamente, de los dispositivos virtuales por los que la obra y la charla se realizan.
La situación de pandemia afectó muy fuerte al teatro en general, pero al independiente en particular: las propuestas son más una apuesta artístico-estética, hechas a pulmón y con presupuestos ajustados, ahora también limitadas por la incertidumbre de la vuelta a las salas. “El teatro independiente sucede a pesar de todo”, destaca Vecco. “Es increíble que con las condiciones económicas que hay, haya la cantidad de salas y de obras independientes. Eso es la fuerza motora artística que hay en nuestra sociedad, que no para incluso en pandemia. Es una necesidad de hacer, que más allá de cuestiones estructurales le pasan por encima a todas las dificultades”, subraya, y se entusiasma porque esta nueva modalidad les “permite trabajar. Tiene muchas limitaciones, pero también beneficios como pensar las artes escénicas a distancia. Hay que ver cómo acercar nuestra dramaturgia, nuestras escenas, nuestros actores a través de estos medios para llegar a otros públicos y darles acceso para consumir arte”, concluye.
Deathbook se presenta los viernes de octubre a las 20.30. Entradas en www.timbre4.com.