“Es un bicho raro el fuego, se mueve constantemente para donde va el viento, que llegaba a 40 kilómetros por hora. Hubo mucha rotación y al no tener lluvias, todo es peor, es lo peor que he visto en 20 años de bombero”, explica Jorge Luis Otamendi, que reporta al cuartel de Alpa Corral, donde todos lo conocen como "Gorgojo”. Y mucho: además de ser bombero, Gorgojo fue intendente de Achiras --a 75 kilómetros de Río Cuarto--, y es el farmacéutico del pueblo.
“La cabeza del fuego puede tener 3 o 4 kilómetros, es la que avanza, y se trabaja en los flancos”, describe a Página/12, antes de salir al campo. Le han avisado que hay un nuevo foco. Cuando parecía que ya le habían ganado: “¡volvió el fuego!”, exclama. “Se trabaja sobre un flanco, no de frente, vas al lado, tirando agua, va el de la mochila, después el del chicote que lo mata directo, y atrás otro con rastrillo y saca todo lo combustible. Se trabaja con dotaciones de diez personas, pero lo peor es cuando cambia el viento, ahí el fuego se te viene en contra. Es lo más peligroso”, cuenta. Al igual que sus compañeros está cansado dice, pero dispuesto al combate, nuevamente.
“Desde que era pibe mi familia tenía campo y a los 14 años, decidí ser bombero, pero no había visto nada como esto, porque el clima, la seca y los vientos, lo alimentan, los pastizales son peligrosos, se hacen llamas de dos o tres metros”, describe. “Llegamos con las chatas, que son 4x4, pero se trabaja a pie, y los vehículos pueden quedar a diez kilómetros de donde empezamos, después tenés que caminar para volver, eso cansa también”.
Conoce el tema y lo analiza, ubica la causa en el cambio climático, los desmontes y el sistema de producción actual. “Ya no hay chivos ni corderos que comían mucho pasto, y desde acá, al El Chacay, hay solo cinco dueños de campos, cuando antes eran cuarenta y cinco familias, y cada una tenía su majada”, describe la transformación. “Nosotros estamos preparados, pero el problema más grave para mí, es que desde 2010 los desmontes no han frenado. El tipo de cultivo, con soja y agroquímicos, hace que los campos tengan menos humedad. No hay árboles, no dan vuelta la tierra, y si no se sientan en una mesa todos los actores, cada vez se acorta más el tiempo entre los incendios grandes. Hay que empezar a ver a qué se quiere hacer, y reforestar, con los que saben de eso”, pide.
La guardia de las cenizas
Laura Dos Santos es guitarrista, pero hace años se dedica a la recolección de semillas nativas. Vive en San Esteban, en Punilla, y fue una brigadista activa en el combate contra el fuego, hasta la muerte de su vecino, el titiritero Cristóbal Varela. “Él salió para ayudar a otros vecinos a los que se les quemaba el campo, porque antes, le había pasado a él, y todos habíamos ayudado”, cuenta a Página/12. “Acá el fuego es recurrente, muchas veces salimos con palas y baldes, y telas para chicotes, para ayudar a otros vecinos. Pero desde que murió Cristóbal ya no fui, colaboro con insumos, comida para la gente, alimento para los animales, agua. Armamos una red para lo que llamamos la ‘guardia de cenizas’ que está activa por si rebrota el fuego. Es triste y desesperante, pasamos la noche en vela, pero hay que hacerlo, estamos en eso”, sostiene.
Cuando los bomberos apagan el fuego queda "la guardia de cenizas", en general formada por vecinos que son pequeños productores, si es que pasó el fuego por sus campos. “Si el alimento para los animales se quema, hay que conseguirlo, buscar veterinarios. Cosas que el Estado no provee y ahí está el brigadismo vecinal, gente que no va al fuego, pero consigue vehículos para moverse, llevar animales, evacuar gente. Muchas tienen capacitación y están certificadas por bomberos, pero son autoconvocadas”, cuenta.
“Cuando salía, llevaba ropa gruesa, borcegos, comida, telas gruesas para chicotes, pala y rastrillo, y el coche lleno de bidones de agua para las mochilas. Vivimos cantidad de situaciones, fuego grandes y chicos, con bomberos y sin bomberos. Es lo que están haciendo miles de personas en este momento, defender el territorio frente a la ineptitud y la falta de planificación. Y la preocupación es enorme, vivimos asediados. Anoche hubo un fuego a las 3 de la mañana, y eso lo vivimos hace muchos días. Hay agotamiento y tristeza. Ver todo quemado y saber que no estamos protegidos, que el gobierno no toma medidas y que no hay prevención ni hay elementos suficientes para combatirlo, es lo que más lamento”.
Para Laura, la necesidad de “un plan de manejo consciente” se complementa con un ordenamiento territorial para planificar la restauración. “No se trata de una emergencia agropecuaria, por eso tiene que estar involucrados todos los municipios y convocar a los expertos que saben planificar la recuperación. Es posible, solo hay que decidir hacerlo”, sentencia.