Hace apenas unos días, el INDEC confirmó lo que ya se vivenciaba en las calles y en los barrios más humildes de la ciudad de Salta desde que arrancó la pandemia de coronavirus y tras un arrastre de cuatro años de ausencia del Estado en todos sus niveles.
Los datos fueron contundentes, en el primer semestre de este año la pobreza alcanzó al 35,4% de los argentinos y en la ciudad más poblada de la provincia ese número ascendió al 41,8%. Eso significa que casi 260 mil personas, en una población de 620 mil, no cubren la canasta básica total. Ubicando a Salta como la cuarta urbe del país con mayor porcentaje de personas pobres sólo por detrás de Concordia, Gran Resistencia y Santiago del Estero-La Banda. A ese dato hay que sumarle la indigencia, que alcanzó el 7,7%.
En este contexto, los comedores y merenderos de la ciudad se convirtieron en servicios esenciales para ese porcentaje cada día más grande de personas que no consiguen sostener ni siquiera una canasta mínima de alimentos.
Salta/12 entrevistó a tres referentes que realizan esa labor de manera voluntaria y casi sin ayuda oficial. Todos coincidieron en que la eliminación de la Cooperadora Asistencial provocó que decaiga mucho la ayuda, y remarcaron que no reciben ninguna colaboración por parte del gobierno de Gustavo Sáenz.
Otro de los puntos en común fue, en una provincia plagada de trabajo informal, el aumento de la afluencia de personas cada vez que se dictaron medidas de Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO).
Pero rompiendo con los prejuicios y estereotipos construidos por un sector de la sociedad, remarcaron la solidaridad que existe entre los vecinos más carenciados, ya que cada vez que pueden aportan algo para los comedores o se ofrecen para cocinar, y “cuando cobran el IFE o la Asignación, avisan que esa semana no van a venir para dejarles el plato a otros más necesitados”.
“Cuando cierra la Feria se llena de gente”
Silvana Guerra, tiene un comedor montado en su casa del barrio Juan Calchaqui, allí, en su cocina, junto a cuatro voluntarias más, preparan el almuerzo para unas 130 personas tres veces a la semana, y otras tres veces la merienda para unos 80 niños y niñas.
“En enero venían 70, pero desde que comenzó la pandemia y las medidas de cuarentena se fue a unas 130”, le aseguró Guerra a este medio. Aunque también destacó que “eso varía según las semanas en que cobran el IFE o las Asignaciones, o cuando hay posibilidad de trabajar, porque la mayoría tiene algún puesto en las ferias de ropa usada”.
Ella misma, los fines de semana, vende ropa en las ferias de Solidaridad y La Paz, “todos sobrevivimos día a día acá, y cuando cierran no hay qué comer”. Es en esas semanas cuando aumenta el caudal de gente pidiendo una ración para llevar a la mesa, comentó quien desde hace unos años, cuando cerraron el salón comedor barrial por problemas de papeles y representación, decidió continuar esa labor desde su casa.
Anhela con que alguien, desde el gobierno provincial o municipal, “pueda tomarse el tiempo” para reabrir el comedor Juan Calchaqui, “que tiene más condiciones que mi casa”, y elementos como ollas grandes “que son carísimas y muy necesarias para poder cocinarle a tanta gente”.
Guerra comenzó con el merendero en 2016, “ya que para eso sí la provincia aporta”, pero por pedido de los mismos niños que le manifestaban la falta de comidas diarias, decidió sumarle un comedor. “Al principio salía a las 6 de la mañana a pedir cosas, me iba temprano al mercado y conseguía donaciones, pero cuando arrancó la pandemia ya me venían 130 personas y no sabía cómo darles a todos”.
En ese momento, la trabajadora de la economía popular y solidaria señaló que consiguió algunas ayudas particulares, como la del diputado Santiago Godoy que, además, le hizo el contacto con el municipio y comenzó a recibir las raciones necesarias, “pero en la provincia nadie te da bolilla”.
“Yo hoy estoy bien, porque la intendencia me acerca los alimentos necesarios”, a esa colaboración, se sumó la de la Fundación Salta Crece, que le aporta unos 10 kilos de carne por mes y alimentos no perecederos, “el viernes hicimos empanadas para todos los chicos”.
Destacó la solidaridad de la gente, “cada vez que pueden aportan algo, y cuando cobran o pueden trabajar, avisan que dejan su plato esa semana para los que más necesitan”.
“Si salís te morís por el covid, si te quedás en tu casa te morís de hambre y acá la cosa se estaba poniendo muy difícil”, dijo la voluntaria social, que pese a no tener más que un puesto de fin de semana en una feria de ropa usada, pone su casa, su trabajo y hasta paga los servicios que se utilizan para el comedor.
Aseguró que de las personas que van usualmente a llevarse su plato, “tenía tres chicos desnutridos que hoy por suerte están mejor de peso, porque yo a veces les cocino los sábados o les mando una ración más, o les hago anchi para que tengan de postre en su casa”.
Pensar en el otro hasta en el descanso
En el barrio Primera Junta, Romina Palma, junto a 10 mujeres, le pelean a la pandemia para entregar unas 250 raciones tres veces por semana. Una de las voluntarias contrajo la Covid-19, sin embargo, “apenas se recuperó ya estaba colaborando de nuevo para la comunidad”.
Contó que comenzaron pensando en una juegoteca en su casa para contener y compartir una merienda con los niños y niñas del lugar, pero la necesidad evidente las llevó a realizar cenas, “porque los chicos nos decían que por ahí tomaban té tres veces al día, pero que no estaban comiendo nada”.
Al igual que Guerra, resaltó que no reciben apoyo provincial y que el municipio capitalino colabora una vez a la semana. Por lo que todo lo demás lo consiguen de la solidaridad de particulares y “a veces ponemos lo que tenemos nosotras, juntamos los pocos pesos que tenemos en el bolsillo para hacer alguna comida”.
Pero conscientes de la necesidad, muchos padres o madres que asisten “aportan aunque sea $20, o $100 para hacer las compras, y también se ofrecen a colaborar en la cocina”. Desde marzo, la asistencia que era de 80 personas comenzó a crecer, y hoy entregan 250 platos cada una de las noches que abren, “es más, siempre buscan algún cupo más, pero no puedo porque no sé si me va a alcanzar para tanta gente todas las veces”.
Volver a fase 1, de aislamiento social, fue para Palma una de las causales del aumento de la demanda, ya que “en estos barrios hay mucha gente con mucha necesidad y cuando no pueden salir a hacer algún trabajito no tienen qué comer”. “Pero lo bueno es que apenas consiguen una changa vienen y te dicen que no van a venir, porque al menos tienen un ingreso”, agregó.
Mientras hablaba con este medio, se encontraba en la localidad de Coronel Juan Solá, Morillo, hasta allí se había movilizado, aprovechando el fin de semana largo, para llevar donaciones a miembros de las comunidades de pueblos originarios, “acá es impresionante la necesidad que hay, no tienen ni para dormir”, acotó.
Palma contó que para llegar consiguieron el permiso de la misma ministra de Desarrollo Social, Verónica Figueroa, pero añadió, con cierto disgusto, que fue lo único que aportó el Ejecutivo, “aunque duela tengo que decir que no nos donó nada para traer”.
“La calle te hace solidario”
Carlos “Paolo” Álvarez se crió en internados estatales, lo dejaron en una sala cuna y “fui pasando de hogar en hogar, mi papá era un juez que decidía que hacer conmigo”, contó quien asegura que es un producto de la calle, “todo lo que aprendí fue ahí, y aprendí a ser solidario”.
Con 54 años, vive en el Barrio San Benito, zona suroeste, allí gestiona un merendero desde hace 17 años, “pero este año, en mayo, nos dimos cuenta que se necesitaba algo más que la merienda”, por lo que para el día de su cumpleaños, justo el primero de mayo, pidió que “en lugar de regalos, me traigan alimentos para comenzar a cocinar”, y desde ese momento entregan unas 120 raciones cada noche.
Comentó que la decisión de abrir el comedor surgió a mediados de abril, “vi en la tele a un señor viejito que se iba hasta Villa Chartas en su bicicleta a buscar unas raciones de comida, estaba con el barbijo, pero en la mirada se le notaba la impotencia, el fracaso y el dolor de tener que ir a buscar tres platos de comida”, dijo el referente social, y agregó que lo que más lo conmovió fue el argumento de ese señor, “lo único que le importaba era que su nieto y su hija tengan algo para comer, y si sobraba era para él”.
La idea inicial era poder dar de comer a unas 50 personas por dos meses en el Salón de Usos Múltiples de San Benito, donde Álvarez se desempeña como empleado de acción social del municipio, “el primer día tuvimos 50, el segundo 70, el tercero 170 y hemos llegado a 250 dependiendo de la fase de la pandemia en la que estuviese Salta”. Y afirmó que se alegran cada vez que baja la asistencia “porque significa que esa gente retomó su trabajo o consiguió alguito”.
Afirmó que las 24 semanas que ya llevan sosteniendo el lugar lo hicieron gracias a los aportes “de gente generosa”, panaderos, pequeños comerciantes, algún político y vecinos de la zona, “que traen un kilo de fideos hasta con vergüenza, pero todo es bienvenido”. “Algunos cobran el Plan Alimentar y compran unos pollos para aportar carne a la olla”, añadió. “Acá no están ni el Estado municipal ni el provincial”, concluyó Álvarez.