"¡Holaa Criiistaaa!" Así saludaba siempre el senegalés Karim Bjabim a Christian Zánchez, cuando el músico pasaba por el puesto de su amigo africano en Ituzaingo. Y aunque ahora que mudó su estudio ese ritual cotidiano se perdió, alcanzó para bautizar a Crixta, la banda que vino a cambiarle la cara al reggae local.
Podría ser el nombre de un Cristo femenino, o de otro "inclusivo", blasfemo y caricaturesco. Pero no, ni ahí: Unity Love, el álbum debut de Crixta, acaso no sea el disco del año porque salió en 2019, pero para el que lo descubra en este presente cada vez menos cautivo pueden ser la revelación de este 2020 para el género.
"Vengo de la tierra donde canta el sol", canta Zánchez al principio de un disco luminoso, que habla sobre celebrar con gente real, de encontrarse en la estación de la esperanza, y de la energía que se respira al despertar, cuando aún no te pusiste la máscara.
Con su críptico nombre y sus coqueteos con el inglés (hay un par de temas cantados en el idioma base del reggae), Crixta llegó para quedarse. O no, porque si su sonido es contemporáneo, el mensaje de Unity Love es universal y de exportación. La vapuleada pero efervescente escena local también funciona de vidriera global, y el interés en México por los recientes streamings del grupo lleva a pensar que el próximo paso bien podría ser Ezeiza.
Salir de la sala
Zánchez dice que todo comenzó en una prueba de sonido, hace casi una década. "Un día abrimos un show para Dread Mar I con una banda de entonces: y ese ritual de probar sonido para el show me marcó para siempre. Lo primero que escuché fue Resistencia Suburbana, que me lo pasó Cristian (Ceballos, bajista y corista clave del sonido del grupo), y crecimos con el boom de bandas locales como Nonpalidece o Riddim", reseña el cantante.
"Pero, a nivel audio, me interesan los sonidos sintéticos y la revolución de los instrumentos tecnológicos de los '80, y bandas como Steel Pulse, Eddy Grant o Protoje", señala. Aunque en sus últimos shows antes de la cuarentena, la banda salía a escena con nueve músicos. De cualquier modo, el punto fuerte de Crixta es un álbum debut a la vieja escuela, que se sostiene de principio a fin: una nueva piel para la vieja ceremonia de escuchar música, tan perdida en el trap y el reggaetón, con sus hits tan instantáneos como efímeros.
Más que usar el estudio como un instrumento más, Zánchez lo usa como una nave espacial: "Hace diez años que estoy tocando, pero desde 2015 fue todo preparación y ensayo para salir con esto: creo que probamos 200 sonidos para encontrar el bombo que iba con cada tema", dice este perfeccionista que se considera heredero de la revolución digital del reggae de los '80 y que tiene en Black Uhuru su paradigma sonoro.
Remover las raíces
Zánchez, que estudió tecnicatura de Sonido y ya produjo a Alika, La Liga y el rapero Sando (en un discazo que lo catapultó a México después de editarlo), irradia confianza y ganas de seguir creciendo, sea como sea: "En la música jamaiquina local hay mucha historia y muchos barrios con reggae: nosotros somos de La Matanza y desde los 15 años que empecé a tocar y nunca dejé de laburar. Presentar el disco y tocar era la única forma para nosotros, porque vender discos es complicado".
De todos modos, no quedan muchas copias de Unity Love, sorprendente primer disco de un proyecto que se aleja del sonido de las bandas locales para dialogar con el de bandas contemporáneas del género. "El new roots no deja de ser reggae pero tiene un sonido más electrónico, cercano a cosas actuales como Chronixx o Protoje. En Jamaica siempre están combinando otras músicas y tienen esa onda siempre soul y funk, pero con un sonido más actual."
Christian también tocó en bandas de rock, y a veces toca chamamé para su viejo, que es de Santiago del Estero y le compró un acordeón para que le toque unos temas. "La verdad es que en mi vida no hice otra cosa que hacer música. Y creo que ésta es la música que tengo que hacer ahora: me parece que ya son muchos años de escuchar siempre el mismo sonido."