“Comunicación es política y viceversa: Cualquier comunicación oficial precisa una narrativa aunque (o porque) está condenada al cotejo con las realizaciones. ‘Decir’ y ‘hacer’ no son categorías sencillamente diferenciables, como en la consigna famosa” escribió el colega Mario Wainfeld en la edición dominical de Página 12, refiriéndose a un dilema que enfrenta hoy el gobierno nacional y que se ha transformado en una suerte de nudo muy difícil de desatar. Confluyen para ello motivos diversos y simultáneos. El macrismo dejó instalada una idea de comunicación asociada al marketing político pero desprovista de toda ética, sin apego alguno a la verdad de los hechos y sin ningún tipo de escrúpulos para ejercerla. Por razones éticas y políticas el Frente de Todos se resiste a adoptar el mismo camino, aunque en sus filas algunos dudan de no hacerlo. El “aparato mediático” opera como voz principal de la oposición y la comunicación oficial se refugia (demasiado) en las redes digitales. A todo ello se suma que el gobierno de Alberto Fernández habría deseado en este momento, cuando estamos próximos a arribar al primer año de gestión, estar celebrando sus victorias a partir de la implementación del plan de gobierno imaginado durante la campaña electoral. En cambio la mayoría de los anuncios están necesariamente vinculados a contener la situación sanitaria derivada de la covid-19 y las medidas que intentan paliar el agravamiento de la crisis heredada del macrismo y agudizada por las presentes circunstancias.
En estas condiciones la comunicación del gobierno enfrenta una encrucijada de difícil resolución, cuando además uno de los principales propósitos del presidente Alberto Fernández es la “Argentina unida” y, por lo tanto, reunir la diversidad en torno a una mesa y por encima de “la grieta” que sigue militando ferozmente la oposición.
Aunque no sea precisamente un experto en comunicación pero dada la contemporaneidad del texto, quizás valga recordar que apenas la semana pasada el papa Francisco escribió, como parte de su encíclica Fratelli tutti, que “todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima”. Y agregó entonces que “la conexión digital no basta para tender puentes, no alcanza para unir a la humanidad”.
Para entender la afirmación inicial de Wainfeld acerca de la estrecha relación entre comunicación y política, hay que volver al interrrogante elemental acerca de qué estamos entendiendo por comunicación. Una cuestión tan básica como preguntarnos si se trata ¿de los medios, de todos los medios, del “sistema corporativo de medios”? ¿O de las redes digitales? ¿De algo más? ¿De todo esto en forma combinada y compleja pero, a la vez, de algo que está en la base o trasciende a todo lo antes citado?
En la sociedad mediatizada la comunicación es un escenario de representación donde se ponen de manifiesto de manera simbólica las luchas por el poder que existen en la comunidad y el escenario comunicacional debe ser visto como una plaza simbólica, donde los actores juegan todas sus posibilidades, cada uno en función del poder que puede ejercer de acuerdo al tema y a las circunstancias. Frente a esto la pregunta de la comunicación de gobierno tendría que pasar por el sentido, los públicos y medios a utilizar para comunicar de la mejor manera los propósitos transformados en hechos. Tiene que estar sujeta a un diseño estratégico que, sin desatender las demandas coyunturales, apunte a consolidar colectivamente el sentido del cambio que se quiere lograr desde la acción política y haga uso de los medios que aportan a ese fin, incluso si esto es a contramano de las modas que impone el mercado comunicacional contemporáneo, tanto en las formas como en los medios a utilizar. Solo a modo de ejemplo y sin pretender que esta sea una cuestión central: ¿es insensato plantearse que si los actores populares son el principal interlocutor político del gobierno la comunicación popular y comunitaria debería ser tenida en cuenta de forma determinante por la estrategia comunicacional oficial para alcanzar a esos ciudadanos, a esas ciudadanas, entendidos como públicos prioritarios para la gestión y la política?
Para el investigador español Rafael Alberto Pérez la comunicación es estratégica cuando sirve para encauzar el poder de la comunicación para incidir en los resultados de la partida que estamos jugando en la dirección que marcan nuestros objetivos. Y si políticamente de lo que se trata es de privilegiar el encuentro entre argentinos y argentinas, es necesario también pensar en un tipo de comunicación que aporte en el mismo sentido porque ello estará determinando el rumbo de lo que vendrá.
Sin desestimar los medios –los tradicionales y los nuevos- y todos los recursos –todos y no solamente algunos- la comunicación de gobierno tendría que apuntar a incidir en las subjetividades culturales, políticas y sociales sobre la base de la revinculación entre ciudadanos que intercambian, negocian y producen sentidos colectivos en la vida cotidiana. Es decir, como procesos comunicacionales, políticos y culturales que se generan en la interrelación y la vincularidad entre sujetos y actores sociales produciendo efectos de sentido que influyen en las prácticas y que recogen las subjetividades e inciden sobre las mismas.
Desde esta mirada pensar la comunicación de gobierno demanda discutir acerca del sentido de la comunicación para establecer con claridad qué se quiere comunicar y a quiénes se quiere llegar prioritariamente. Es necesario decidir, por ejemplo, si se trata solamente de disputar las agendas mediáticas, si alcanza con la conexión digital y qué es útil para contener los sentidos políticos y culturales de los ciudadanos y ciudadanas comprendidos como actores diversos y plurales y co-protagonistas de lo que se pretende construir. Todo ello requiere de una estrategia compleja que evite la improvisación y cuya vocería no recaiga apenas en pocas personas. En eso va la narrativa y la práctica de la comunicación de gobierno.