En los dos últimos siglos se justificaron crímenes masivos en nombre de lo humano, con ideologías que pretendieron saber a la perfección qué es lo humano, delineando sus antropologías aberrantes.
El neocoloniamismo cometió sus genocidios en nombre de un humano de su raza superior evolucionada, que según Spencer seguiría avanzando biológicamente a medida que mataran a los menos evolucionados, hasta que quedarían sólo los primeros en un mundo feliz.
El nazismo justificó sus genocidios en nombre de un humano de raza superior en riesgo de involución por contaminación, según Chamberlain y luego Rosenberg. Matando a los contaminadores se recuperaría la raza pura y se volvería al mundo feliz de la comunidad aria.
El estalinismo se justificó en nombre de un humano maleable por el ambiente, que heredaba los caracteres adquiridos (Lamarck). Se propuso eliminar los viejos modelos humanos mediante una dictadura, para crear al hombre nuevo, para un total igualitarismo futuro en un mundo felíz.
El franquismo español y nuestras dictaduras de seguridad nacional, también lamarckianos, en nombre de un humano occidental, dócil adorador de ídolos vengadores, robaron niños para que no fuesen maleados como rojos y una vez vencido el enemigo comunista adviniese un mundo feliz.
Ahora el totalitarismo neoliberal no es biologista ni ambientalista, sino economicista: el humano es un homo economicus que se conduce siempre conforme a oferta y demanda.
Los medios monopólicos devienen partidos únicos; se difama, miente y corrompe; se inventan procesos; se destruyen economías; se hacen golpes de estado y guerras humanitarias. Todo para que las corporaciones sigan cometiendo macrodelitos, hasta que la riqueza del 1% se derrame y vivamos en un mundo felíz.
También se destruye el medio ambiente, porque el solucionismo tecnocrático recombinará los genes, resistiremos a los virus, nos injertarán máquinas, los registros cerebrales se pondrán en discos rígidos, aparecerán transhumanos inmortales que poblarán planetas a millones de años luz: se llegará al cosmos feliz.
Esta es la actual antropología aberrante de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente (Fratelli tutti, § 168) dice Francisco.
Uno de sus mentores la sintetizó: nadie tiene derechos por el mero hecho de haber nacido. Es exactamente lo contrario a la premisa todo ser humano es persona, o sea, sujeto de derechos. Sobre esta última, justamente, se produjo la más importante revolución jurídica del siglo pasado, cuando por primera vez los estados aceptaron limitar el poder ejercido sobre sus ciudadanos, dando nacimiento al derecho internacional de los Derechos Humanos, como embrión de ciudadanía planetaria.
La Fratelli tutti está escrita en primera persona singular (sin el Nos mayestático) y no quiere imponer una imagen perfecta y acabada del humano, pues se dirige a quienes creen y a quienes no creen, invocando lo demostrable de lo humano, a la luz de la razón y del más elemental sentimiento solidario.
Es obvio que -por su propia naturaleza- está escrita con fe cristiana, pero respetando el misterio humano, tal como la premisa jushumanista: todo ser humano es persona y, por ende, tiene conciencia, a cuyo ámbito corresponde la perfección de su relación con lo Absoluto, pero para lo que hace a la co-existencia, nos invita y convoca al sagrado respeto al misterio del otro.
* Profesor Emérito de la UBA