Las cartas, dicen que volvieron. Descreo un poco porque no recuerdo cuándo fue la última vez que recibí una. Lo que sí recibí fue un mail que es casi una carta, un mail que me contaba de una nota que hablaba de una carta. Casi, ¿no? Fue al inicio de la cuarentena o de la pandemia. El mail tenía el link de una nota de Paul Preciado que este suplemento publicó “La conjura de los perdedores”. Abrí la nota igual que se abre una carta, buscando algo. Las palabras, los suspiros en el medio de las letras. Preciado contaba que escribió una carta de amor que no envió, que tiró, pero que es como si la hubiera enviado. ¿es que las cartas se mandaran igual aún sin nuestro consentimiento? La sola idea de enviar una carta, ¿es ya enviarla? Creo en la telepatía ahora más que nunca. Algo de toda la inteligencia artificial, del algoritmo psicológico en el que estamos navegando se traslada a nuestras comunicaciones mágicas. Eso de estar pensando en una persona y que llame, nombrarla y que aparezca de algún modo, invocaciones. Igual que escribir cartas imaginarias y que de alguna manera esa persona sepa que la estás llamando. Me dice mi amiga María Elvira que las cartas físicas en efecto volvieron, que ella y su hijita escriben y mandan cartas a Villa Gesell, que también las reciben. Daniel Gigena postea que, con la cuarentena, la gente escribió más cartas. Recibo el libro de poemas de Acheli Panza con una linda carta. Creo que todo el mundo (les que pudieron) se mandó muchas cosas en cuarentena y las acompañaron con cartas. A mí me llegó un libro de cartas. Su editora me advirtió: hay un intenso erotismo en esta correspondencia. No pude más de abrir el paquete, rompiendo el papel que envuelve el libro como se rompen los papeles de los regalos. No eran las protagonistas en sí, sino descubrir ese romance, esa carga erótica prometida lo que me generó tantas ganas. Victora Ocampo y Virginia Woolf. Mejor dicho: Victoria Okampo, como le escribía la Woolf con una K que Ocampo odiaría. "I'm in love with Victoria Okampo”, escribió en su diario la autora de Orlando. Por lo que dicen las cartas parece que a Virginia Victoria le gustó pero después se puso intensa. El libro (que se lee como los capítulos de una serie) sigue los años de correspondencia entre las autoras que es más o menos así: Se conocen, Virginia la invita a tomar un té a solas en un cuartucho que tiene arriba de su casa, Victora va con un montón de regalos, se alejan, se desencuentran, Virginia no la atiende y le pide que por favor deje de mandarle regalos, también le escribe que piensa en ella y en su lengua (¡bueno!), y que imagina las inmensas tierras azules grisáceas que se mezclan con el ganado salvaje y el pasto de las pampas y las mariposas. Virginia sueña con la América de Victoria. ¿Qué América será esa, la del sueño de Woolf? Cartas, parece que volvieron. Ahora todas las cartas parecen ridículas, con la letra manuscrita, el papel, el tiempo que tardan en llegar cuando se puede hacer todo en un solo click o dos. Ridículas en el tiempo que imaginan y arrastran, ridículas por navegar en la espera. Fernando Pessoa dijo que todas las cartas de amor son ridículas y que al fin y al cabo quien no escribe cartas de amor es el ridículo. Sentarse a esperar, como esperaba Victoria Okampo meses y meses la carta de Virginia para que le dijera que no le mandara más regalos (flores sobre todo). Yo no escribí ninguna carta pero me gustaría terminar esta aguafuerte como si lo fuera. “Espero que el correo sea amable y llegué rápido esta carta a sus manos, que encienda en usted el mismo fuego que inició en mi escribirle. Suya, Gabriela”
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