Todo comenzó en el archivo visual más a la mano del espectador televisivo, Netflix. Allí se estrenó la película The Boys in the Band, producida por Ryan Murphy, estelarizada por un grupo de actores abiertamente gay (Jim Parsons, Zachary Quinto, Matt Bomer, Andrew Rannells, Charlie Carver, Robin de Jesús, Brian Hutchison, Michael Washington y Tuc Watkins) y desparejamente eficaces en sus perfomances. La película está basada en la pieza del mismo nombre de Mart Crowley, quien la estrenó en el circuito off broadway en 1968, antes de que los disturbios de Stonewall se trasformaran en una conflagración fundadora de la militancia gay global.
Dos años después, William Friedkin dirigió la primera versión cinematográfica de la pieza, que esta producción sigue prácticamente plano por plano (salvo el episodio de la tormenta, que es muy distinto). Afortunadamente, el film está disponible en ese otro archivo un poco más especializado, Vimeo (bajo el número 333642754).
En Buenos Aires, la pieza teatral se estrenó el viernes 24 de abril de 1970 en el teatro Odeón con el nombre Extraño clan, dirigida por Román Viñoly Barrete y elenco integrado por Alberto Argibay, Gianni Lunadei, Oscar Ferrigno, Enrique Fava y José María Langlais. Dos días después, el domingo 26, la obra fue prohibida por decreto municipal. En su edición del 30 de abril de 1976, la revista Gente deploró la censura, no sin subrayar que la pieza no es en absoluta apologética sino, por el contrario, bien moralizante (“trata un problema existente”). En 1972 también se prohibió la exhibición de la película de Friedkin, que pudo verse recién a finales de 1973, en el cine Ideal (¿será por esa marca pecaminosa que luego mutó en cine porno?).
Conocemos estos datos preciosos gracias a Jorge Luis Peralta, quien nos regala además dos documentos de “lectura”: la crítica publicada en el diario Noticias (“un modelo de película conformista, declamatoria, llena de golpes bajos. Y para colmo, aburrida.”) y una gacetilla del grupo Eros del FLH (cuya autoría atribuye verosímilmente a Néstor Perlongher). Todos estos documentos (y un análisis brillante del conjunto a cargo de Peralta) pueden verse en el sitio de archivo en línea Moléculas Malucas.
Como se ve, la posibilidad de la loca no se mide ya en relación con un hipotético armario del que estaría presa o liberada, sino respecto de un sistema de archivo.
Sería difícil entender el sentido de The Boys in the Band en Netflix sino como el despliegue interesado de esos fragmentos de pasado: una intervención de archivo que recupera una memoria de la que sabíamos poco y nada.
Por supuesto, la trama abunda en estereotipos pasados de moda y en truculencias varias, pero también presenta intervalos de diálogo memorable. Pero sería inútil detenerse en estos aspectos porque ni la obra de teatro ni las películas (primera y segunda versión) hablan de nuestro presente sino las condiciones de posibilidad para sostener un discurso (eso es un archivo): del habla y del comportamiento de la loca podrá decirse cualquier cosa menos que sea poco sensible a las tensiones de los tiempos.
De modo que en la arqueología de la loca, el conjunto de tensiones y la distancia entre la revista Gente, el diario Noticias y la prosa de Perlongher (“Los homosexuales organizados denunciamos este nuevo intento de arrojar piedra sobre piedra, y de desalentarnos en nuestra vida amorosa y de relación, y de hacernos sentir indeseables o enfermos incurables. Nos negamos a ser idiotas útiles, cómplices de la destrucción de nuestras propias vidas”) encuentra en The Boys in the Band una pieza clave en la evolución de un pensamiento sobre lo queer, eso que ni entonces ni hoy puede imaginarse como una comunidad identitaria sino más bien como un sistema de complicidades y exclusiones. Cómo funcionaba eso aún antes de que la militancia de Stonewall ocupara las calle merece un análisis pormenorizado que hoy podríamos hacer gracias al rescate de Ryan Murphy cuya ganancia, por una vez, es también la nuestra (aunque en otro plano completamente distinto, el puramente arqueológico).