Samuel y Simón son dos niños que en 1898 viven intensamente el momento en que los Estados Unidos se comportan como un ejército de ocupación de la isla de Cuba, tras la derrota de España en alianza con los mambises cubanos. Ellos son los personajes de Cuba libre, una película de mucho simbolismo, donde el cineasta Jorge Luis Sánchez se acerca al final de la guerra hispano-norteamericana a fines del siglo XIX, desde la visión de estos dos pequeños habitantes de la isla de aquella época, y que refleja el drama de la nación cubana enfrentada a los Estados Unidos. La película estará disponible en Compartir Cultura (https://compartir.cultura.gob.ar/) desde las 18 de este jueves 15. La exhibición del film forma parte de las actividades de la Jornada de la Cultura Cubana en Argentina, organizada por la Embajada de Cuba, que se desarrollará hasta el 20 de octubre de forma online.
Jorge Luis Sánchez nació en 1960, en La Habana. Graduado en Pedagogía, se inició como cineasta aficionado a los 18 años. Fue uno de los fundadores de la Federación Nacional de Cine Clubes de Cuba. En 1981 comenzó su vínculo profesional con el ICAIC como asistente de cámara, luego asistente de dirección. Entre 1990 y 1991 trabajó con el gran documentalista Santiago Álvarez en el Noticiero ICAIC Latinoamericano como subdirector artístico. En 1990 dirigió dos de sus mejores documentales, Dónde está Casal y El Fanguito. En 2006, logró realizar un proyecto largamente acariciado, una suerte de biografía del genial músico cubano Benny Moré en el largometraje de ficción El Benny.
“Cuba libre nace de una intención mía, exprofeso, de complejizar unos de los tantos momentos importantes, delicados, en la historia de mi país, entrevisto a partir de la infancia. Era una idea acariciadora ver un conflicto entre adultos desde la perspectiva de la infancia en medio de un contexto con un ejército y un idioma extraños. En un país devastado por la guerra y a merced de una potencia que vino a ayudar, pero con intenciones de quedarse”, explica Sánchez en la entrevista con Página/12.
-¿Fue dificultoso realizar el trabajo de reconstrucción de época?
-Adoro hacer películas de época. Había que realizar un viaje a ese pasado rural, polvoriento y pobre desde un empaque visual convincente, que es ese pueblo que hubo que imaginar y construir escenográficamente, casi que en un 70 por ciento. Nanette García y su equipo de arte, escenografía y ambientación, además del fotógrafo Rafael Solís, hicieron un trabajo formidable bajo mi premisa de poder filmar planos generales y también planos de detalles. En este tipo de cine, el plano general suele ser costoso.
-A nivel histórico, ¿busca indagar en los engaños y traiciones del traspaso de manos españolas a estadounidenses?
-El contexto histórico es excepcional en la historia de Cuba, que como tú bien dices, fue la derrota de España y la entrada, matizo yo que oportunista, del ejército de los Estados Unidos. Pero a nivel de conflicto están también los errores de los cubanos de aquellos años, que divididos todos, seducidos unos, cansados otros, no supieron ver que la República por la que tanto se había luchado iba a ser una farsa. Puedo decirte que es ésta unas de las pocas películas cubanas sobre la independencia en la que los patriotas cubanos se equivocan.
-¿Y por qué buscaste que aquella historia fuera vista a través de la mirada inocente de dos niños?
-Empato esta respuesta con la anterior al decirte que me interesaba poner al límite la inocencia de los niños en medio del escepticismo y la derrota. Por lo tanto, con la película quise poner en crisis el concepto facilista de que los niños son el futuro y la felicidad. Estos niños cercenados, violentadas sus vidas, viven en un contexto brutal en el que son manipulados por los adultos, sea de un bando o del otro. Nadie en la película se detiene a pensarlo, más bien a utilizarlos. Ellos, a semejanza de aquella Cuba, son el espejo.
-¿Fue sencillo trabajar con niños?
-Hubo momentos del rodaje en que me preguntaba quién me habría mandado a trabajar con niños, sobre todo en las escenas del aula con casi treinta de ellos, literalmente, jodiendo e inquietos. Pero, en sentido general fue una experiencia generosa, ya que sus actuaciones fueron convincentes. Durante la prefilmación recibieron un entrenamiento elemental de parte de Malú Tarrau y Marlon Pijuan, ambos, a su vez, actores de la película, que fue fundamental. Trabajar con niños es difícil, pero bien entrenados son impresionantes los resultados. Los dos protagonistas se portaron a la altura de los resultados que necesitaba el film.
-De algún modo la película muestra la intromisión norteamericana en Cuba a finales del siglo XIX que podría decirse continuó hasta el 31 de diciembre de 1958, ¿no?
-Las veces que pude acompañar la exhibición de la película fuera de Cuba, siempre me ha sorprendido la reacción de las personas, y es que, de alguna manera, en ella está una parte de la esencia del diferendo con los Estados Unidos. Esos públicos entienden perfectamente la metáfora de la película y la ponen en el contexto actual. Cuando yo estaba editando se anunció el restablecimiento de las relaciones entre ambos países y la película, para mi asombro, comenzó a ofrecer una lectura muy interesante. Ahora que la hostilidad del gobierno norteamericano regresó, la película vuelve a ofrecer otras lecturas.
-¿Buscaste mostrar también el rol que jugó la Iglesia Católica en el conflicto?
-No tengo muy buen criterio del rol que, salvo excepciones, protagonizó la Iglesia Católica en la historia de mi país, no solamente porque facilitó la ideología que sustentó la esclavitud, sino que fue ranciamente española. Y cuando llegaron los norteamericanos cambiaron de casacas, olvidándose de los cubanos completamente. Casi siempre estuvieron del lado del que mandaba.
-Dijiste que es una película “para que la gente disfrute y piense. Para que la gente reflexiones sobre el país que queremos, sobre el país que tenemos”. ¿Se logró ese objetivo?
-Hay muchas claves de la película en el presente, que es también una de las razones por lo que me gusta ir al pasado, no por vocación arqueológica o histórica. Cuba sigue estando en la encrucijada con un gobierno de Estados Unidos hostil que nos desprecia. El ejército de ese país en la película manipula inteligentemente bien las necesidades de aquellos cubanos; el hambre en primerísimo lugar. Mi país tiene que acabar de liberar las fuerzas productivas y resolver de una vez ciertos y acuciantes entuertos económicos, y echar andar, con y sin bloqueo. El día que los gobiernos de Estados Unidos constaten que económicamente nos levantamos, ese día se acabó la industria del bloqueo.
-¿Cómo fue la reacción de los niños y los adolescentes cubanos? ¿A ellos apuntaba la película?
-Tengo la impresión de que hice una película de niños para adultos, aunque tuvo una circulación excepcional entre adolescentes y jóvenes, pues fue proyectada en escuelas secundarias y preuniversitarias. La vieron cerca de 700 mil cubanos de esas edades. Tal vez me interesaba más que el niño espectador, remover el niño que cada adulto lleva dentro.