Robert FitzRoy, capitán de la Real Marina Inglesa, comandó muchos barcos en su vida. De todos ellos, solo se recuerda al HMS Beagle por un pasajero ilustre, Charles Darwin, padre de la teoría de la evolución.
Cuando el Beagle zarpó, ni Darwin era ilustre, ni FitzRoy tenía interés en la historia natural. Darwin, muchacho de 23 años, interrumpió sus estudios dos veces, en Medicina primero y Teología después, pero se interesó por la Geología y por coleccionar escarabajos. Sus profesores en Cambridge lo recomendaron como naturalista inexperto, pero apto para observar la geología y recolectar flora y fauna en regiones todavía poco exploradas por europeos. Así Darwin encontró su vocación.
Por eso el Beagle, Darwin y este viaje de 5 años alrededor del mundo, se hicieron famosos. Al haber sido el capitán del navío, a Fitz Roy se lo recuerda injustamente como "el chofer de Darwin". La realidad es que a eso se le podría sumar fama por sus aportes originales a la ciencia, en este caso, de la meteorología.
Robert FitzRoy nació en 1805, en una familia de la aristocracia inglesa. Como muchos de su clase y su época, su destino fue el mar. A los doce años entró al Royal Naval College y se embarcó cuando tenía catorce. Ascendió con rapidez, aprobando con distinción sus exámenes de náutica.
Mapear Sudamérica
FitzRoy partió al Atlántico Sur, como primer oficial en una expedición de dos barcos, el Adventure y el Beagle, para hacer mapas de las costas de Sudamérica. En la soledad de los canales fueguinos, el capitán del Beagle se suicidó. Nombraron a FitzRoy como reemplazante y pasó a comandar el Beagle, su primer navío. Hizo una buena labor como cartógrafo y cuando regresó a Inglaterra en 1830, FitzRoy fue elegido para completar los mapas y ascendido a capitán oficial del Beagle (el único barco de la nueva expedición).
Las duras condiciones y la disciplina necesarias durante meses o años en el mar aislaban al capitán, incluso frente a sus oficiales. FitzRoy temía por su propia estabilidad mental. Su solución fue conseguir la compañía de alguien con quien desahogarse o simplemente conversar. Así llegó Charles Darwin a bordo. Los dos hombres se encontraron brevemente antes de zarpar, se juzgaron compatibles y sobrevivieron a cinco años de convivencia estrecha conservando la amistad.
El meteorólogo y las cartas de viento
En sus viajes FitzRoy recolectaba datos meteorológicos regularmente para suplementar científicamente su olfato de marino. Luego de retirarse del servicio activo se ocupó de la meteorología. Confeccionó cartas de los vientos predominantes en varios lugares del mundo, para la Board of Trade, equipando 50 barcos mercantes y 30 de la Royal Navy con instrumentos estandarizados, algo necesario en una época de instrumentos más artesanales que científicos.
FitzRoy empezó a usar el telégrafo para recopilar datos de lugares remotos en tiempo real. En Inglaterra estableció 18 estaciones conectadas por esta tecnología. Para 1861 funcionaba un servicio de alertas de tormenta, con informes en 50 puertos de Inglaterra. Al año siguiente aumentaron a 130, un esfuerzo organizativo importante llevado a cabo por FitzRoy. La relevancia fue tal que el Times de Londres empezó a publicar los partes en 1861, el primer pronóstico del tiempo publicado en la prensa mundial.
Los pronósticos evitaron naufragios, pero no faltaron críticas. Los pescadores no querían zarpar cuando había alerta de tormenta y los armadores perdían ganancias. FitzRoy fue criticado por equivocarse en la azarosa predicción de las tormentas. Las vidas y los barcos salvados en los casos acertados no entraban en el cálculo de beneficios de los dueños.
FitzRoy se suicidó en 1865, con 60 años de edad. Dejó como legado el primer sistema científico de pronóstico del tiempo. Las observaciones y métodos de cálculo actuales confirman que el clima es sumamente difícil de predecir. Con súper computadoras, globos y satélites, hacemos a escala mundial lo que comenzó FitzRoy en Inglaterra. Y, a pesar de todo, ¡el pronóstico puede fallar!
*Javier Luzuriaga es soci@ de Página/12 y físico jubilado del Centro Atómico Bariloche- Instituto Balseiro.