Algunxs psicoanalistas, tanto freudianos o lacanianos, con años de profesión y no tanto, pertenecientes a algunas escuelas o a ninguna, en fin, un conjunto bastante heterogéneo, salen a la palestra a criticar el lenguaje inclusivo aludiendo a la premisa “no todo es posible de ser simbolizado. Hay lo imposible”. Con esto quieren decir que los hacedores del lenguaje inclusivo no soportan algo del no todo. Rectificando que no hay un lenguaje que incluya todas las diferencias. Y agregan, además, que no terminan de escapar de la mortificación que ejerce el lenguaje en cada quien. Por suerte no hay UN psicoanálisis, sino varios.

Esxs psicoanalistas, no logran visualizar la potencia transformadora que genera la desconstrucción del lenguaje en inclusivo para la sociedad y las subjetividades. Acusando a los defensores del mismo, de desconocer la imposibilidad de nombrar el goce. Por supuesto que es imposible que todo sea simbolizado, pero tal vez haya que entender que el uso del lenguaje inclusivo es político. Implica intervenir al lenguaje haciéndole un tratamiento al binarismo, al sexismo y al machismo que porta y le es inherente. Esta propuesta de pasar del uso genérico del masculino a lo neutro implica hacerle un tratamiento al lenguaje. Esa intervención que comenzó a hacerse con el @, la “x” y la “e” fue y es en pos de interrumpir esa hegemonía lingüística y universal. Si lo inclusivo molesta al oído es porque pone en cuestión lo automático, lo conocido, lo mamado, lo incuestionable que acarrea toda lengua, disputando lo dado y universal para cada cultura y momento histórico. Si la lengua es la que nos representa y nombra, no puede quedar por fuera de los cambios sociales concretos que se vienen gestando en los últimos años. Necesitamos la curiosidad, las ganas, la flexibilidad para encontrar en lo conocido lo extranjero, lo ajeno. En cuanto nos sentimos “cómodxs” y “tranquilxs” en la tierra que habitamos, se pierde algo del deseo de despertar. Tal vez, tengamos que ser extranjerxs en nuestra propia lengua para despabilarla. La adulteración de nuestra lengua es nuestra mayor potencia. Intervenir la lengua es nuestra mayor fortaleza y es “sobre” esos márgenes donde está la potencia.

Estar “sobre” el margen no es lo mismo que estar “en” los márgenes. Estar “sobre” es estar en el deslinde, en la tensión. Mientras que estar “en” marca oposición, el contra, el binarismo, algunxs adentro y otrxs afuera. Mientras el lenguaje inclusivo se mantenga “sobre” los márgenes puede molestar, inquietar, incomodar y cuestionar. Es de este modo que el uso del lenguaje inclusivo pasa, entonces, a ser un pronunciamiento político que enuncia y evidencia las inequidades entre los géneros y las diversidades sexuales.

Como nos pensamos en nuestra lengua es importante que esta acompañe los cambios de época y de subjetividades para que nos pueda representar y ajustar a la realidad actual. Sino queda un desfasaje entre la lengua y la época. Devenir siendo, devenir siendo lengua. La lengua es política. Habitémosla para seguir interviniéndola. Brindemos por más incomodidades porque es desde ahí que pueden también producirse cambios para que se achiquen las desigualdades.