Los merecimientos no suelen coincidir con los buenos resultados en Independiente. Es un problema que padece desde hace tiempo, que genera que la paciencia se agote rápido en sus hinchas, y que provocó cambios de técnicos constantes. En este arranque de la era de Ariel Holan la fórmula se repitió: el equipo de Avellaneda generó chances como para superar a San Martín de San Juan –especialmente– y a Vélez, pero apenas se llevó dos empates en Avellaneda. En este escenario, el debut en la Copa Sudamericana ante Alianza Lima aparecía como un nuevo desafío. Y la chance de empezar a tomar envión con un nuevo equipo.
Como era de prever, el local tomó las riendas del desarrollo. Pero sin juego asociado. Porque no había conexión entre Erviti y Domínguez. Y todo el peligro se resumía en las acciones individuales del chico Ezequiel Barco. Fue él quien generó el penal que Leao Butrón le atajó a Gigliotti.
La frustración del delantero (con el recuerdo de aquella atajada de Barovero en el Boca-River de la Libertadores) fue el mejor recorte del primer tiempo de Independiente, que se vio favorecido gracias a dos grandes atajadas de Martín Campaña.
Las buenas producciones de Rigoni y Barco en el segundo tiempo no podían romper la resistencia defensiva de los peruanos. Las acciones de riesgo para el local fueron apareciendo, pero el error en la definición, sumado a la gran tarea del arquero Butrón, impedían que Independiente estuviera adelante en el marcador. La experiencia de Erviti para distribuir la pelota también era otro de los puntos determinantes para el local.
El ingreso de Benítez ayudó para aportar en el circuito ofensivo, pero el delantero tampoco pudo ante Butrón. Y la bronca fue toda de Independiente.