En la fila del Alto Palermo, a Nora le faltaban unas 25 personas para poder entrar al shopping. Vive a dos cuadras, y fue a comprar un regalo para su nieta de tres años y medio. “Tendrían que haber abierto hace 7 meses”, opinó la mujer, que tiene 72 años y es dueña de una empresa de productos de limpieza, y añadió: “hay una pandemia pero la vida sigue, hay cumpleaños, compromisos, y una tiene que comprar los regalos”. La fila empezaba en la puerta principal del centro comercial y se extendía, por el hall y las escaleras, hasta la vereda, al pie de la avenida Santa Fe. A pocos metros de la puerta de entrada Marta conversaba con su hija. Ellas no estaban seguras de venir, pero al final se animaron. “Nos quedaba más cerca el Abasto, pero Palermo es otra cosa, nos gusta más”, señaló Marta, que vino a comprarse “un libro o algo de ropa” para el Día de la Madre.
Desde este miércoles al mediodía los shoppings de la Ciudad de Buenos Aires -Alto Palermo, Abasto, Paseo Alcorta y Patio Bullrich- estarán abiertos desde las 12 del mediodía hasta las 8 de la noche. La decisión se conoció el miércoles al mediodía a través de su publicación en el Boletín Oficial.
Adentro del centro comercial, la muchedumbre de la fila parecía desaparecer, aunque la capacidad permitida -1436 personas en simultáneo- ya estaba al límite cerca de las cuatro de la tarde. “Un día tranquilo acá atendíamos a 500 personas en un turno. Hoy, en lo que va del día, atendimos a 3”, señaló a este diario Lorena, que hace diez años trabaja en una de las librerías del centro comercial ubicado en el barrio porteño de Palermo. Para ella la apertura de los shoppings fue un arma de doble filo: “estoy contenta de volver al trabajo pero me da miedo por mis padres que son adultos mayores, me da miedo contagiarlos cuando vaya a verlos”. Su compañera, Bárbara, señaló que para llegar tuvo que tomar el transporte público: “creo que corro más riesgo ahí que acá adentro”, remarcó.
Después de sanitizarse las manos con alcohol y limpiarse los pies en una alfombra enjabonada, una cámara termográfica de la marca china Hikvision tomaba la temperatura de los visitantes. Según el protocolo que reglamenta las condiciones para la reapertura de shoppings en la Ciudad, los empleadores deben garantizar el traslado de los trabajadores "sin la utilización del servicio público de colectivos, trenes y subtes", sin embargo, este punto de la normativa parece no haber tenido demasiado impacto: Gisela, que atiende uno de los locales de ropa femenina en el segundo piso del Abasto, tomó un tren y dos subtes para llegar al centro comercial. “Ojalá no pase lo que pasó en Brasil”, señaló a Página/12 la trabajadora, en referencia a la multitud que se acumuló en la inauguración de un shopping en el país vecino, y admitió que “la verdad, no quería volver, no me parece bien”. Tanto ella como su compañera cobraban su sueldo, pero afirmaron que “otros empleados que trabajan en el shopping no estaban cobrando hace más de cuatro meses”.
Cerca de las dos de la tarde, en el shopping Abasto se demoraba apenas un minuto para entrar. Con una capacidad del 16 por ciento -336 personas de las 2000 permitidas- los pasillos del centro comercial estuvieron más bien deshabitados durante las primeras horas de la tarde. “Esperábamos más gente”, comentó Orlando, que llegó caminando con su amigo Román. Ellos solían reunirse en “la feria”, como le dice Román al patio de comidas, pero ahora solo vinieron a dar una vuelta y a mirar las vidrieras de los locales.
En el patio de comidas la imagen es fantasmal, con las mesas y las sillas arrinconadas, las luces semi encendidas y las barras de los locales, preparados para atender únicamente take-away, vacías. Un trabajador de limpieza que sostiene una escoba se detiene a conversar con una mujer que atiende un local de comida rápida. Frente a la sala de juegos para niños, que aún tiene las rejas bajas, hay un local de globos y pequeños juguetes, donde Sara cumple con su primer día de trabajo. “No creo que se respete el protocolo cuando llegue el fin de semana”, opinó la trabajadora, y advirtió que “algunas personas pasaron sin los barbijos, como si después de atravesar la entrada ya se los pudieran sacar”.
Eugenia y Rosario trabajan en un edificio ubicado sobre la avenida Corrientes, a pocas cuadras del shopping Abasto. Las oficinas son de una empresa de importación, que no cerró durante el aislamiento obligatorio por la pandemia. “No tenemos ventanas ni un espacio para almorzar o para respirar. Siempre veníamos acá a despejarnos, como un recreo”, relató Rosario, y admitió que “todos estos meses no tuvimos dónde ir”. Para Marcelo y Mirta ir al shopping también es “un despeje, un paseo”. Ellos viven con su hijo, de 13 años, en Avellaneda. “No hay mucho que hacer además de trabajar”, comentó Mirta, que llevaba en la mano dos bolsas con remeras de regalo para su hijo.
A medida que avanzaba la tarde, los pasillos de los centros comerciales se fueron llenando. “Me gusta ver gente, ver que vuelve a haber movimiento, pero cuando veo aglomeración se me va toda esa sensación de alegría”, relató Micaela, que llegó al Alto Palermo casi de casualidad, porque habían salido con su novio a caminar por la zona. Ella es cardióloga y atiende en la unidad coronaria del sanatorio municipal de la Ciudad de Buenos Aires, Dr. Julio Méndez. “Hace una semana que estamos más tranquilos en el hospital y me empecé a permitir este tipo de salidas”, señaló Micaela y agregó que “después de tantos meses de tensión y mucho trabajo, hace bien despejarse, quizás incluso comprarme un regalo”.
Informe: Lorena Bermejo.