Su vida parece inverosímil. En poco tiempo, Alberto Greco (1931-1965) vivió una aventura tangible, concreta y exuberante que experimentó con la misma intensidad abrumadora con la que amó. La aventura de lo real. Escritos de Alberto Greco (Ediciones Julián Mizrahi) reúne la primera transcripción de los textos del artista, la mayoría inéditos hasta hoy.
Para contar con el corpus de obra de Greco, hace 15 años que Julián Mizrahi, director de la galería Del Infinito, se dedica a estudiar e investigar la obra de Greco para luego hallarla y comprarla. Además del material del gran archivo de la galería, para transcribir los textos en la publicación se realizaron acuerdos con museos cuyos acervos tienen obra del artista, como el MoMA de Nueva York y el Museo Nacional de Arte Centro Reina Sofía. Se incluye, entre otros, material de la Fundación Espigas, Fundación Klemm, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, la colección de la familia Greco y colecciones privadas locales y del exterior.
Con impecable edición, el libro, que cuenta con investigación de Paula Pellejero y Eduardo Pellejero, se propone como una primera aproximación al archivo de Greco con el objetivo de ampliar los materiales disponibles para abordar su obra. Organizado en cuatro secciones, el volumen incluye cuadernos (crónica y ficción), textos, escritos – objeto, y cartas a amigos, familiares, artistas y críticos.
Los textos fueron transcriptos de los manuscritos originales o mecanografiados por Greco. A la complejidad de trabajar con material que en muchos casos no estaba bien conservado, y tenía correcciones y tachaduras hechas por Greco, se suma en ciertas ocasiones la ilegibilidad. Greco no sólo tenía una caligrafía compleja sino que usaba dos o tres absolutamente diferentes. Además, en muchas obras invitaba a otras personas para que escribieran. Es por esto que en los casos en que costó desentrañar la letra, o había dudas sobre la autoría, se recurrió a un perito calígrafo.
El volumen llega al espíritu Greco, a su forma vertiginosa de vivir, crear y amar. A ese desafío –y esa aventura– de lo real que en su caso fue vanguardista, exuberante y disruptiva: en apenas unos años, su ojo voraz y sensible quiso engullir a tarascones. “La ciudad me estremece. Las viejas durmiendo cubiertas de hojas y papeles en las escaleras de piedra de los parques./ ¡Quiero conocer su abanico total de imágenes!/ verlo todo./ Escuchar detrás de una puerta una conversación entre prostitutas./ Contemplar un tren que se despeña./ La pelea de lobos en la montaña./ Un homosexual besando a su amante./ Los animales dando a luz en la selva./ ¡Esto! ¡Los animales dando a luz en la selva!/ El que se desangra con la vida recupera otra sangre”, escribió en De regreso a la ciudad de las naranjas.
En su manifiesto Vivo del Arte Dito, que escribió en 1963 y que pertenece al acervo del MoMA, expuso claramente su búsqueda: “El arte Vivo-Dito es la aventura de lo real, el documento urgente, el contacto directo y total con las cosas, los lugares, las gentes creando situaciones, lo imprevisto. Es mostrar y encontrar el objeto en su propio lugar. (…) Las huellas que trazan mis zapatos para ir de mi casa a la galería son más importantes que los cuadros que allí se exponen”.
“Sus pinturas y sus dibujos incluyen textos: son una especie de blog, un cuaderno de bitácora del día a día sobre lo que le estaba pasando –señala Mizrahi–. Fue un adelantado tanto en aspectos performáticos y conceptuales así como en plantear temáticas queer. Cuando llegó a París, empezó a escribir Greco puto en todos los baños de los bares a los que iba como una búsqueda incansable de esa convalidación de la sexualidad que le resultó tan complicada en Argentina”.
En apenas unos años, que arrancaron con el tachismo y el informalismo, sus pasos en el arte resultaron revolucionarios. Cuando fue invitado a exponer en el Museo de Arte Moderno de San Pablo, llevó un papel de varios metros en el que había estrellado –contrarreloj, ya sobre la fecha de inauguración– huevos a los que previamente había inyectado tinta. La exposición fue un éxito.
Desde finales de 1960 hasta principios de 1961, participó en Exposiciones Rodantes de Arte Argentino, un proyecto ideado por Rafael Squirru. En un camión cedido por la General Motors, Greco montó exposiciones de arte argentino que llevó por el sur del país. No le importó en lo más mínimo alejarse del mundillo del arte local en un momento clave: le fascinó esa travesía artística en la que descubrió nuevos espectadores.
Su primera experiencia de arte vivo dejó sin palabras a los organizadores de la muestra Curatela Manes y 30 argentinos de la Nueva Generación en la galería Creuze-Messine de París. Greco llevó a la galería una caja –que habían confeccionado Julio Le Parc y Francisco Sobrino— en la que introdujo treinta ratas: ácido, bautizó a su obra 30 ratas de la nueva generación. Y hasta les tiró agua para paliar la sed roedora en el vernissage. Al día siguiente, el dueño de la galería le pidió que llevase los roedores a otro sitio porque tenían mal olor. “Al final logramos llevar todo a mi hotel, pero se rompió el vidrio y los ratones escaparon. (...) En fin, las ratas vivieron conmigo –hasta ayer que las vendí– dentro de una valija en mi ropero. (...) ¡Así se escribe la historia! Yo les elegía panes de formas maravillosas y las ratas les creaban laberintos fabulosos. Trabajaban para comer”, contaba en la carta que le escribió a su amiga Lila Mora y Araujo.
El primer Vivo-Dito de Greco fue en las calles parisinas: tiza en mano, dibujó un círculo con tiza alrededor de su amigo Alberto Heredia. Para que no quedaran dudas, consignó: “Primera exposición de Arte Vivo de A Greco”. En las calles de Madrid, Greco siguió con sus Vivo-Dito: gesto conceptual efímero y potente. En esa acción, señalizó y firmó objetos, personas y situaciones, convirtiéndolas en obras de arte. En 1963, pasó unos meses en Piedralaves, un pueblo cerca de Madrid, donde hizo sus Vivo-Dito por las calles y además envolvió el pueblo con el Gran Rollo Manifiesto del Arte Vivo-Dito.
En Cristo 63, mítica obra que hizo junto con los performers Carmelo Bene y Giuseppe Lenti en el Teatro Laboratorio de Roma, todo terminó abruptamente. Los tres artistas habían acordado que la obra fuera pura improvisación y que el público se sumara, pero todo se fue de control cuando la relación de los tres artistas con los espectadores –y entre los mismos asistentes– se tornó violenta. Greco, desnudo y con un clavo atravesado en el pie, orinó sobre la cruz. Bene, que representaba a Cristo, se clavó la mano a la cruz. La policía irrumpió: clausuró el teatro y llevó preso a Greco, que luego tuvo que abandonar el país.
El registro fotográfico de aquella noche es un capítulo aparte. Una de las imágenes de la obra llegó a los diarios: se habló de blasfemia. Tras una exhaustiva investigación, Mizrahi logró averiguar quién había tomado las fotos de aquella vorágine performática: se trataba del reconocido fotógrafo Claudio Abate. Contactó a sus hijos. Tras un acuerdo con el magnífico archivo Abate, Del Infinito expondrá en 2021 una serie de fotos inéditas de Cristo 63. Los negativos de esas fotografías aún están en poder de la policía de Roma. En el libro se incluye una imagen nunca antes vista que Abate le tomó a Greco antes de que abandonara Roma.
En 1965 en Nueva York, Greco hizo la Rifa Vivo-Dito en Central Station, con la colaboración nada menos que de Lichtenstein, Oldenburg, Christo y Spoerri, entre otros. Además, se encontró con Marcel Duchamp.
Creada por Greco en 1965, poco antes de su suicidio, Besos brujos, su obra gráfica de 137 páginas con textos, letras de tangos, recetas de cocina, canciones, collages y dibujos, surgió por el amor no correspondido del artista chileno Claudio Badal. Con ese mix frondoso –que incluye la intervención de coros– Greco hilvana una historia trágica.
La obra fue adquirida en 2018 a precio récord para un artista argentino por el MoMA de Nueva York –que tiene también la serie Alberto Greco ¡Qué grande sos! (1961), la serie de fotografías en Piedralaves y el manifiesto original de Vivo -Dito (las dos últimas de 1963)–. Antes de que el MoMA adquiriera la pieza, Del Infinito –que gestionó la venta de la obra– hizo una versión facsimilar que hoy está disponible y que hizo llegar a las manos de Badal, que vivía en Chile y que no tenía idea de la existencia de la obra. Más de medio siglo después, aquellos besos brujos llegaron a su amor fallido.
Imperdible, La aventura de lo real llega al núcleo de Greco, al hombre apasionado. “El pintor es sobre todas las cosas (repito hasta el cansancio) un hombre. Un hombre que pinta”, sostuvo en ese afán imperioso por unir arte y vida; ética y estética. En 1965 desde Nueva York, ese hombre le envió una carta a Alain Glass: “Pensé un momento en si escribirte o no, pero al final decidí que sí, porque esta situación ya es el infierno. (…) Mi adoración por Claudio es total y por eso he venido dejando todo para estar a su lado. (…) quiero lo mejor para él, y pienso dedicarme de lleno a su vida paralelamente a la mía. Nos vamos porque aquí todo está lleno de fantasmas. Yo lucho por él y sé que el triunfo será total. Sin él no puedo hacer nada y me quedo en la cama como un muerto cuando siento que está con alguien, desgraciadamente muy a menudo. Él te mintió al decirte que se va por una semana, nos vamos por mucho tiempo.”
A los 34 años, Greco se suicidó tomando un frasco de barbitúricos. Antes de desvanecerse, sobre su mano izquierda escribió Fin. Y sobre la pared, "Esta es mi mejor obra". La escritura, su aliada hasta el final.