Foto: Alejandra López

Quizá algo que vivimos en nuestras infancias nos haya marcado como hermanos por algún dolor vivido en esos tiempos. Una necesidad desesperada por ser amados, eso siento que también nos unía. Una complicidad no dicha en palabras, una complicidad construida a base de pura sonoridad primitiva pero también exquisita. Una relación bordada de acordes y juegos vocales expuesta a la manera de los trapecistas que hacen sus movimientos sin más red que la posibilidad de arrojarse con placer al abismo. Seguro fuimos, somos hermanos por esa valentía que nos abrazaba, nos abraza; la de dejarnos caer, al aire, al cielo, al fuego con la ira y el veneno que nos provocaban, que nos provocan todas las injusticias de este mundo. Seguro nos unimos por todo esto, para reconstruirnos en luz, en arte, en imaginación y terminar siendo “un soplo desnudo”, la liberación de un cuerpo.

***

Este artículo forma parte de la Nota de Tapa de Radar, que se completa con las columnas de Mariana Enriquez, Mariano Del Mazo, Cecilia Di Genaro y Gabo Ferro