Juego perverso 5 puntos
The Lie; EE.UU., 2018.
Dirección y guion: Veena Sud.
Duración: 97 minutos.
Intérpretes: Mireille Enos, Peter Sarsgaard, Joey King, Cas Anvar, Nicholas Lea y Patti Kim.
Estreno en Amazon Prime Video
La productora Blumhouse estuvo detrás de varias de las películas de terror y suspenso más interesantes y personales de los últimos años. Títulos como 12 horas para sobrevivir y sus secuelas, Sinister, Oculus, Fragmentado o la muy reputada ¡Huye!, entre otros, fueron posibles gracias al apoyo de la empresa creada por Jason Blum a mediados de la primera década de este siglo, que desde 2012 tiene un área dedicada exclusivamente a generar contenidos para televisión y distintas plataformas de streaming. Fue a través de ella que unos años atrás realizó una alianza con Amazon para llevar adelante una serie de ocho películas, englobadas en el rótulo “Welcome to the Blumhouse”, que comenzaron a arribar a Prime Video a principios de este mes. Una de las primeras es Juego perverso, en la que hay poco y nada de la originalidad que volvió famosa a la productora. Tanto así que si no apareciera el logo de Blumhouse al inicio de los créditos, sería imposible encontrar vínculo alguno.
Escrita y dirigida por Veena Sud, entre cuyos antecedentes se encuentra la serie The Killing, Juego perverso no es de terror ni de suspenso. Es apenas un drama familiar bastante superficial, esquemático y con tufillo moralista centrado en Kayla (la estrellita centennial Joey King, conocida por la saga de Netflix Mi primer beso), una chica de 15 años no precisamente popular que, lejos de la felicidad de antaño que muestran los fragmentos de videos hogareños que componen la secuencia de apertura, lidia como puede con la separación de papá Jay (Peter Sarsgaard) y mamá Rebecca (Mireille Enos). Más allá de su apatía generalizada, Kayla acepta a regañadientes participar de un campamento escolar a realizarse a unos cuantos kilómetros de la ciudad. Ya en viaje, en una parada de colectivo se cruza con su amiga Britney, quien termina sentada junto a ella en el asiento trasero del auto de papá. Una parada de emergencia por razones fisiológicas dispara el conflicto: sobre un puente que cruza un río poco profundo pero torrentoso, Kayla forcejea con Britney y termina empujándola al vacío. O al menos eso dice.
No
parece que lo haya hecho sin querer, dado que entre ellas había algunos conflictos
amorosos pendientes de resolución, tal como se enterarán los padres cuando
charlen con ella para determinar los pasos a seguir: negar todo y, a cambio,
aprovechar un moretón en la cara de Britney para acusar a su padre, el primero
que se da cuenta que nada es como dicen. Además, por una de tantas casualidades
que propone un guion cuyo grado de manipulación alcanza el pico máximo de
capricho en la vuelta de tuerca final, Rebecca supo ser policía. Y difícilmente
sus ex compañeros no vayan a creerle. El problema no es tanto la verosimilitud
de esa coartada, sino que en Juego
perverso no hay juego ni perversión. Apenas se trata de una parábola que acomoda
las piezas de su rompecabezas narrativo con el objetivo máximo de mostrar hasta
qué punto están dispuestos a llegar los padres para proteger a su hija, lo que
da pie a una espiral de malos entendidos, desgracias y tragedias dignas de ese
cine menos pensado para el disfrute ajeno que para señalar con el dedo cuáles
son los males del mundo contemporáneo.