Tengo miedo torero 6 puntos
Chile/Argentina/México, 2020.
Dirección: Rodrigo Sepúlveda.
Guion: Rodrigo Sepúlveda y Juan Tovar, sobre la novela homónima de Pedro Lemebel.
Duración: 93 minutos.
Intérpretes: Alfredo Castro , Leonardo Ortizgris , Julieta Zylberberg, Amparo Noguera, Luis Gnecco.
Estreno en CineAr TV este jueves a las 22 horas. A partir de este viernes, disponible en Cine.Ar Play (gratis por una semana).
Traductor, traidor, reza la sentencia. Cosas por el estilo se afirman cuando una obra literaria es llevada a la pantalla, aunque esa supuesta traición suele ser consecuencia directa de una imposibilidad, similar a la de sumar peras con manzanas: el traspaso de un medio narrativo a otro muy diferente. El estreno mundial de Tengo miedo torero en el reciente Festival de Venecia generó comentarios cercanos al despecho. No hay una única razón, comenzando por el hecho de que la adaptación al cine de la única novela del escritor chileno Pedro Lemebel elimina por completo a dos de los personajes centrales del texto, Augusto Pinochet y su esposa Lucía Hiriart, concentrándose en cambio en la relación personal (y, por lógica coyuntural, también política) entre “la Loca del frente” –una “travesti vieja”, siguiendo la terminología de los años 80 y la autodescripción del personaje– y el mucho más joven Carlos, un miembro del Frente Patriótico Manuel Rodríguez que anda en busca de un lugar donde guardar algunos libros, entre otros objetos peligrosos.
Que este último personaje tenga origen mexicano fue otro motivo de escozor; el cambio de nacionalidad, sin embargo, parece ser un corolario directo de la cualidad de coproducción del film del chileno Rodrigo Sepúlveda. Por allí anda también Julieta Zylberberg como una guerrillera argentina, haciendo de esta versión del F.P.M.R. un grupo realmente trasnacional. Tal vez no sean esos los mayores tropiezos de la película, que bascula entre el melodrama alla Fassbinder y un intento de reconstrucción histórica y social de alcance limitado, con algunos toques del primer Almodóvar, aunque sin su sentido del humor. El año exacto es 1986, poco antes del fallido atentado al presidente de facto, y la conjunción de estrellas se produce una noche de razzia en un barrio de Santiago. La Loca encarnada por Alfredo Castro –a esta altura, por capacidad camaleónica, prepotencia de trabajo, ubicuidad y talento, el actor chileno de su generación– es una “marica vieja” pero resiliente; una criatura a quien los golpes de la vida le han dejado varias magulladuras y un sarcasmo a prueba de balas, aunque su capacidad para amar siga funcionando a pleno.
Carlos, en tanto, ejemplifica los modos de la virilidad tradicional, pero esa imagen no es más que una máscara, una fachada que no logra ocultar por completo otras sensibilidades y deseos. En Tengo miedo torero –cuyo título, homónimo de la novela, está basado en una vieja canción española– hay una escena muy lograda que señala otra película posible. El cumpleaños sorpresa de Carlos y el diálogo íntimo entre los protagonistas que cierra la noche, poco antes de un único contacto sexual, entrega una potencia dramática que el resto de la película pide a gritos, sin obtener respuesta. El espectador deberá aportar algo de intensidad a un relato bienintencionado pero un poco anémico, sincero pero convincente sólo por momentos. Como un bolero cantado con buena técnica pero sin la necesaria dosis de pasión.