Se la seguían pidiendo. Y él les daba el gusto. En algunos picados, en los asados que compartía con los hinchas de San Lorenzo en las peñas del interior argentino, en las reuniones con amigos, era infaltable que al Lobo Fischer le arrimaran una pelota, le pasara por encima la pierna izquierda y se la llevara con la derecha. Y estallaran los aplausos y los gritos como en tantas tardes gloriosas en el Gasómetro de la Avenida La Plata. "La bicicleta" fue la jugada a la que le puso su firma y aclaración, la que hacía sólo él y nadie más que él. Su sello de identidad futbolera.
Pero el Lobo fue mucho más que el recuerdo de una jugada que levantaba multitudes. Rodolfo José Fischer deja por detrás de su muerte a los 76 años, la impronta de un sensacional delantero de fines de la década del 60 y principios de los 70. En sus dos ciclos en San Lorenzo (1965/1972 y 1977/1978) hizo 141 goles que lo instalan como el tercer goleador histórico del club por detrás de José Francisco Sanfilippo (205) y Rinaldo Martino (142) y el 30º de todos los tiempos del fútbol argentino. "Para mí el gol es una obsesión, mucho más que jugar bien o mal. Lo que realmente vale o queda en las estadísticas es haberla mandado adentro, cuanto más seguido mejor" dijo alguna vez justificando su manera de jugar y sentir el fútbol.
No fue un virtuoso pero tampoco un negado con la pelota en los pies. Los arabescos se los dejaba al Bambino Veira, a Carlos Toti Veglio o a la zurda finísima de Miguel Angel Tojo, sus compañeros en los ataques azulgranas. Duro de cintura, acaso demasiado tosco en algunos movimientos, lo suyo era la potencia, el tirarse contra la raya izquierda y venirse desde allí hasta el área, imponiendo su fuerza física y su capacidad para cuerpear y defender la pelota. Le tocó jugar en una época de grandísimos defensores como Roberto Perfumo (Racing) o el peruano Julio Meléndez (Boca). Y también de hombres rudos como Ramón Aguirre Suárez (Estudiantes) y Roberto Rogel (Boca). Y nunca perdió ningún duelo.
Cada pelota que llegaba a sus pies generaba inquietud en los defensores rivales. Y un murmullo en la hinchada de San Lorenzo. Pasaba algo cada vez que el Lobo entraba en juego. Y si la maniobra no terminaba como él quería o no se sentía cabalmente interpetado por sus compañeros, no dudaba en hacerles gestos visibles de molestia o insultarlos. Era hosco y de caracter fuerte el Lobo, jugaba a cara de perro y eso le trajo más de un problema en el vestuario. Pero en la cancha fue intachable. Siempre dejó todo.
Nacido en Oberá (Misiones) el 16 de julio de 1944, Fischer llegó a San Lorenzo en 1963, explotó jugando en la reserva y la tercera en 1965 y el 19 de diciembre de ese año debutó en Primera, haciendole dos goles a Huracán en el clasíco que el Ciclón ganó en Boedo por 4 a 2. Mejor debut imposible. Se afirmó como titular en 1966, año en el que marcó 7 goles y se consolidó en 1967 con 18 tantos. Pero su apogeo se dio en 1968, el año de Los Matadores. El técnico brasileño Tim supo extraer lo mejor del "Lobo". Compartió la delantera de ese equipo inolvidable con Pedro González por la derecha y Veglio como centrodelantero retrasado y resultó imparable.
Hizo 13 goles en los 24 partidos y señaló aquel que le dió el título de campeón invicto del Metropolitano de ese año, en el tiempo suplementario de la final ante Estudiantes en el estadio Monumental. Anotó 7 más en el Nacional de ese año en el que, diezmado por las lesiones y cierta alegre indisciplina del plantel, San Lorenzo no pudo repetir actuaciones y resultados. Ese mismo año, Fischer llegó a la Selección Nacional, para la que convirtió 12 goles en 35 partidos y fue titular indiscutido entre 1970 y 1972. En su penúltimo partido con la casaca celeste y blanca, el 18 de junio de 1972, le marcó 4 tantos al seleccionado de la Concacaf en un encuentro por la Copa Independencia que se disputó en Brasil.
La cosecha goleadora en San Lorenzo no se detuvo: señaló 22 goles en 1969, 16 en 1970 y 27 en 1971. Y ya había marcado 11 en las primeras fechas del Metropolitano de 1972, cuando fue vendido al Botafogo de Río de Janeiro, donde hasta hoy es el máximo goleador extranjero. Fischer regresó a San Lorenzo en 1977 pero ni el club ni él eran los mismos. Aún así sumó 12 goles en 1977 y apenas 6 en 1978. Cuando Carlos Bilardo asumió la dirección técnica en 1979, le dijo que no iba a tenerlo en cuenta y por eso, ese año se fue al Once Caldas de Colombia. Retornó al país en 1980 contratado por Sarmiento de Junin, que ese año formó un equipo de estrellas para ascender a Primera A. Fue su último canto del cisne. Aportó 4 goles en 19 partidos. Al año siguiente, anunció su retiro.
El paso del tiempo no melló la admiración y el respeto que Fischer siempre despertó en la monumental hinchada sanlorencista. Cada vez que llegaba al Nuevo Gasómetro, hinchas y socios de todas las edades, aquellos que lo vieron jugar y los que supieron de él sólo por la tradición oral y los recortes amarillentos, corrían a sacarse fotos y a pedírle autógrafos. Cuando se cumplieron en 2018 los 50 años de los Matadores, recibió una poderosa ovación desde las tribunas. El Lobo se fue abuenando con los años. Ya no asustaba con sus malhumores de antaño y compartía con sus compañeros las memorias de esas tardes gloriosas del viejo Gasómetro de la Avenida La Plata. Aquel que hizo estremecer con sus goles inolvidables. Y con aquella "bicicleta" que ya entró a ser recuerdo.