Kevin Bacon estaba vestido con un traje ajustado de cuero rojo, bailando frente a Britney Spears, cuando se dio cuenta de algo. "Era la cosa más extraña", recuerda entre risas. "Estaba ahí pensando, 'Wow, mi vida es bastante interesante, mirá adónde me trajo'". La impensada pareja se conoció en 2016 mientras filmaban una publicidad para EE, la operadora telefónica a la cual Bacon ha representado desde 2012. En ella, es descubierto por Spears caminando por una poblada calle londinense mientras escucha “Oops! I Did It Again”. Ella le cayó bien. "Fue muy amable, y fascinante. Fue interesante conocer a alguien que ha crecido con esa clase de celebridad intensa desde una edad tan temprana".
Bacon, de 62 años, tuvo siempre una similar compleja relación con la fama. Como la cantante, es un icono de la cultura pop que todos reconocen de inmediato. Pero a diferencia de Spears, el origen del éxito de Bacon es algo más difícil de ubicar. "Alguien me dijo una vez que soy mucho más conocido por ser conocido que por cualquier cosa en la que haya actuado", recuerda. "Lo cual hirió un poco mis sentimientos. Quiero decir, he hecho todo este trabajo, ¿se entiende? Hice todo lo posible por ser un buen actor. ¿Y me venís a decir que soy famoso porque soy famoso?"
Para hacer justicia con esa misteriosa persona, tenía un punto. Todos tienen una película favorita de Kavin Bacon diferente. Están los éxitos de los años '80 que lo convirtieron en una estrella (Footloose, Viernes 13), la gloriosa basura en la que ha aparecido (Criaturas salvajes, El hombre sin sombra), los clásicos de culto (Terror bajo tierra, Línea mortal), las independientes depresivas (Asesinato en primer grado, Los hijos de la calle), las que le gustan a los mayores (Apollo 13, JFK). Cuando se le acercan en la calle, Bacon dice que ninguna película es mencionada más que otras. "Quizá, si hacés la cuenta, puede ser Footloose... pero ni siquiera estoy segura de que sea así". Dentro de ese ecléctico espectro de favoritos, de todos modos, hay una sensación universal de que siempre es bueno verlo. Su nueva película, el thriller psicológico You Should Have Left ("Deberías haberte ido"), marca su primer protagónico en el cine en cinco años. Verlo es como reencontrarse con un viejo amigo.
You Should Have Left es la reunión entre Bacon y el realizador David Koepp, 20 años después de su película de atmosférico horror supernatural Ecos mortales, que fue fracaso de taquilla en 1999 pero desde entonces consiguió un muy merecido público de culto. Bacon interpreta a un hombre que quizás o quizás no haya estado involucrado en la muerte de su esposa. Mientras pasan unas vacaciones en la costa galesa con su hija y su nueva esposa (Amanda Seyfried), una estrella de Hollywood harta de que la empujen repetidamente a interpretar escenas gratuitas de sexo, el personaje de Bacon es atormentado por un aterrador espectro que parece distorsionar el tiempo, y acosa a la familia con celos y pesadillas.
Bacon elogia los muchos temas que toca la película, desde el movimiento #MeToo a la inseguridad de los hombres de mediana edad. "Los hombres están muy pendientes del poder", dice. "Pensamos en eso todo el tiempo, en los deportes, en la oficina, o el dinero o los caballos de fuerza de nuestros autos. La película explora qué es lo que sucede cuando esos poderes se empiezan a escapar". Dice que el hecho de que su personaje es "muy viejo para tener una hija pequeña, que está en una relación con una mujer que es demasiado joven para él... todo eso lo va comiendo por dentro, y tiene mucho que ver con su paranoia."
Para Bacon, "no es que tuvimos el objetivo de hacer una película que comente el #MeToo o lo que sucede en la sociedad en el momento, pero terminó encajando muy bien en un montón de cosas que están sucediendo." Y señala que hay otros paralelismos con los días actuales: "Estamos en una pandemia y metidos en nuestras casas, y aquí llega una película sobre gente encerrada en una casa", dice.
El género de terror tiende a reflejar el mundo detrás de los que miran, dice. "La clase de horror que más aprecio es el psicológico o intelectual, como El bebé de Rosemary o El resplandor, o cosas como Ecos mortales. Y ahora explotó de nuevo a causa de Huye. Una de las cosas más asombrosas de Huye es que existía en tres niveles diferentes: era aterradora, era divertida y era un comentario social. Tener todo eso en una sola película es realmente difícil. Pero creo que estamos viendo más de esas cosas".
La performance de Bacon en You Should Have Left va a la raíz de lo que lo hace un actor tan convincente; nunca sabés muy bien dónde ponerte con él. Y es bastante parecido en la realidad. Tiene reputación de ser un duro entrevistado, pensativo e interesante pero a veces cerrado de manera exasperante. Pero hoy, en el llamado desde el hogar de Los Angeles que comparte con su esposa, la actriz Kyra Sedgwick (la pareja está entre las más duraderas de todo Hollywood, casados desde 1988), se muestra abierto, animado, involucrado en la charla. Quizá es porque tiene un interés en la película que está promocionando (él ayudó a producirla, y mantiene una muy buena amistad con Koepp desde 1999), o quizás es el reconfortante murmullo de su perro mascota en las rodilas, cuyo gozoso ronquido sirve para serenar la conversación.
El actor tiene a evadirse del costado destructor de almas de las películas. "Yo pienso en mí como un actor, no como una estrella de cine", explica. "Siempre tuve una relación de amor-odio con los otros aspectos de este negocio, la prensa, la celebridad, y, bueno, el 'estilo Hollywood' de llevar la vida. Estar en las fiestas correctas y todo eso. ¿Me gusta esa clase de cosa? No, no realmente".
A Bacon le tomó cierto tiempo llegar a esa conclusión. Aunque en la actualidad es más reconocido como un actor de carácter, hubo momentos en los que flirteó con algo un poquito más llamativo. Tuvo un intento de encajar de alguna manera en el reconocimiento mainstream en la ola de Diner, la comedia dramática dirigida por Barry Levinson en 1982 que de algún modo lo ungió como una de las más promisorias caras nuevas del cine de los ochenta. Pero por fuera de Footloose, de todos modos, el público no se amontonó en los cines para ver su trabajo.
"Quise tener un nombre por encima de los títulos del estrellato", confiesa. "Tuve un momento, ¿sabés? Pero también me di cuenta que iba a intentar en esto por el camino largo, que deseaba interpretar la mayor cantidad de personajes diferentes que pudiera. Por supuesto que aprecio estar en películas exitosas, en el sentido de que hacer algo con una recaudación gigantesca o conseguir premios o estar en algo que a la gente le encanta te da la oportunidad de hacer más trabajos. Mantiene el tren andando".
A comienzos de los años 90, tras una serie de fracasos comerciales como el film de acción El placer de ganar (1986) o la comedia romántica El dijo, ella dijo (1991), Bacon comenzó a experimentar. Empezó a interpretar a tipos raros o a asesinos, y encontró un hogar en dramas provocativos. Sus películas también empezaron a despertar regularmente una ira moral: allí estuvo la seductora En carne viva (2003), de Jane Campion, son sus gráficas escenas sexuales; Donde está la verdad, un thriller erótico castigado con una calificación de "prohibida para menores de 17" gracias a una orgía bisexual que involucraba a Bacon y a Colin Firth; y El hombre del bosque (2004), en el que interpretó a un pedófilo tratando de volver a integrarse en la sociedad.
Esta última presentó una de las mejores actuaciones de Bacon, aunque pocos la vieron. El recuerda al productor de la película, Lee Daniels -un profesional con nominaciones al Oscar-, expresando su sorpresa por lo lanzado que fue Bacon en asumir ese rol. "Me dijo '¿Por qué querrías hacer una película en la que interpretás a un abusador de niños? ¡Eso es como el beso de la muerte para un actor! Y aún así, yo encontré el guión irresistible, muy interesante. No tengo que hacer todo el tiempo de un tipo atractivo, o ser siempre el héroe. En eso hay cierto nivel de vanidad, y en términos de mis ideas yo no prescribo eso para definir lo que significa ser un actor de verdad".
Bacon no cree que el trabajo que le ha atraído en el pasado es necesariamente más difícil de llevar a la pantalla hoy. Y cita la serie televisiva I May Destroy You, de Michaela Coel, como algo nuevo que está conducido por "un tema muy difícil, muy delicado". Pero dice que esa clase de trabajo aún sigue representando lo que más lo moviliza. "No me preocupa que la gente vaya a sentirse de determinada manera con respecto a mí, basándose en los personajes que interpreto", explica. "Esas cosas no me asustan. En la creación artística no podés homogeneizar demasiado las cosas. No quiero decir que tenés que ponerte en un lugar superior y poderoso sobre el asunto, pero el arte tiene una responsabilidad de empujar las cosas, correr las fronteras y tratar con temáticas difíciles. No todo el tiempo, pero cuando surge la oportunidad".
Aún así, el actor admite que ser atraído por personajes oscuros es una bendición engañosa, porque ahora rara vez le ofrecen hacer otras cosas. "Estoy dispuesto a hacer más comedia, pero me es más difícil meterme en eso". dice. "La encuentro un poco exclusivista. Creo que hay ciertos actores que son buenos en eso y encuentran su camino en estos grupos de cómicos y, a causa de que están allí, consiguen oportunidades para hacerlo una y otra, y otra vez."
De manera extraordinaria, cuando se le permite ser gracioso es cuando está interpretando a Kevin Bacon en algo. Ha aparecido en versiones exageradas de sí mismo en Will & Grace, Bored to Death y SMILF, e incluso en esos anuncios de EE que son una especie de autosatirización. "Puede ser un asunto del huevo y la gallina", teoriza. "¿Quizás otras personas no tienen la voluntad de tomarse el pelo a sí mismas? De todos modos, no estoy muy seguro de por qué me piden hacerlo tan a menudo. ¿Quizás es parte del juego?" El "juego" al que se refiere es el ubicuo "Seis Grados de Kevin Bacon", que empezó en algún momento de mediados de los noventa y plantea que todo actor imaginable puede ser rastreado de algún modo hasta Bacon, proyecto a proyecto, en seis pasos o menos.
Sea lo que sea, parece estar tomándolo a su paso, junto a su reputación y su melancolía. "Sé que la gente piensa que soy una clase de actor intenso y dramático", dice. "Y alguien que siempre interpreta al malo, que es algo que en general debés evitar hacer demasiado. Pero más que nada, simplemente amo estar en un set y el tiempo entre la acción y el corte. ¿Tener la posibilidad de ser un performer y que te paguen por eso? Tengo una tremenda gratitud por eso".
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.