Fue como si se abrieran las compuertas del enorme dique de la epidemia. Decenas de miles de personas, cientos de miles que inundaron en camiones, colectivos, a pie y en automóviles, en utilitarios y chatas en larguísimas caravanas que circularon por las ciudades del país en una nueva edición del 17 de octubre. Una fecha que se reinventa para resurgir a través del tiempo en la voz del pueblo, enorme gesta en la que el viejo grito de “¡Viva Perón!” atravesó 75 años de historia, se resignificó y resonó en los oídos de todo el país, de oficialistas y opositores. El mensaje de respaldo masivo al gobierno y de advertencia a las ilusiones destituyentes fue alto y claro.
Si la derecha creyó en algún momento el relato de crisis y desastre del gobierno que fue tejiendo en los últimos meses, ayer se dio un portazo en la nariz. La ciudad de Buenos Aires, el Conurbano y otras ciudades del país fueron el escenario de un enorme espectáculo de ejercicio democrático de las mayorías que votaron a este gobierno.
El Presidente que habló en la CGT no era el mismo que el del viernes. Habló impulsado por la inmensa marea que desbordó la ciudad de Buenos Aires y las principales ciudades del país para respaldarlo en medio de la epidemia, en medio de una fuerte ofensiva de los medios opositores, en medio de una campaña de la oposición de derecha, y tras una seguidilla de pequeños actos para esmerilar su gobierno.
El contraste con los actos que hizo la derecha desde el comienzo de la pandemia no sólo se puso en evidencia en las cantidades. Mientras el tono en las declaraciones de los manifestantes de Juntos por el Cambio fue de un antiperonismo acérrimo, violento. En las caravanas peronistas no predominaban los gritos contra sus adversarios políticos, sino los de respaldo a Cristina Kirchner y al presidente Alberto Fernández.
Las redes se poblaron de historias populares: “Hace 71 años, mi madre tenía 12 años y estaba en la puerta de su casa, en Boedo y vió pasar a un grupo de trabajadores que iba al acto del 17. Pensó que le gustaba el rubio que tocaba el bombo. Era mi papá que tenía 16 años, vió a mi mamá y al día siguiente se apareció en su casa para invitarla a salir. Fueron a la plaza y casi diez años después se casaron”. Son historias de los protagonistas silenciosos de la historia.
El presidente recordó que hablaba en el salón Felipe Vallese, el primer militante de la Juventud Peronista que fue desaparecido. Desde el interior de los autos que circulaban en las caravanas se escuchaba la marcha peronista. Pero también jóvenes que cantaban “Somos de la gloriosa Juventud Peronista, somos los herederos de Perón y de Evita, a pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos, no nos han vencido”. El 17 de octubre es historia que a la vez es presente. En las marchas de Juntos por el Cambio desfilaron personajes con las fotografías de los dictadores. Ellos también son historia.
“Estaba con ganas de expresarme” dice un motociclista. Sus palabras representan a millones de personas en todo el país que asistían hasta ayer desde sus casas, reprimidas por la responsabilidad de la cuarentena, a la ofensiva destituyente de las corporaciones mediáticas, a los escraches en la casa de Cristina Kirchner y al relato de una derecha que otra vez mostraba que se siente dueña del país, de la república y la democracia.
No hubo escraches, no hubo odio, no hubo insultos ni agresiones a periodistas y había mucha claridad del significado de lo que estaban haciendo. “Se terminó la invisibilización del pueblo”, dijo otro que estaba en un grupo del sindicato Químico. En su discurso, Alberto Fernández agradeció a los que se movilizaron en sus autos “aunque hubiera preferido que nos vieran desde sus casas”. Y agregó en otro párrafo: “acá no hay odio ni rencores”. Es probable que los haya, porque el nivel de agresión en las marchas de la derecha busca esa respuesta. Por eso, fue más llamativo que las consignas fueran todas en defensa del gobierno y no de odio contra la oposición.
Seguramente hay odio y hay rencor porque es lo que han provocado con la persecución y el saqueo de los cuatro años macristas, pero es más fuerte la pulsión positiva, la defensa de una propuesta, la reivindicación de una historia y la ratificación de ser mayoría. Frente a esa manifestación pacífica y ciudadana, en contrapartida, el sitio que se había programado para intervenir en el acto de manera virtual fue atacado por cuarenta servidores que enviaron millones de interferencias al mismo tiempo hasta sacarlo de servicio.
La participación de Cristina Fernández de Kirchner fue motivo de disquisiciones. Hubo quien planteó su ausencia como una forma de desplazarla. Pero Máximo Kirchner, que estuvo en el acto con Alberto Fernández en la CGT, había descartado esa posibilidad. “Apoyamos al presidente, yo tampoco voy a todos los actos que quisiera”.
Pero la presencia de Cristina, más allá de su participación física, estaba en las declaraciones de las familias que formaron las caravanas, en los motociclistas, en los carteles y las camisetas que llevaban su imagen. “Cristina otorgó derechos a las minorías como nadie” enfatizó Alberto Fernández cuando hizo una historia de las luchas y gobiernos peronistas.
“Que la lealtad y las convicciones, al pueblo y a la Patria sigan inalterables en tiempos de pandemia. Con la misma pasión y el amor de siempre” fue el mensaje que hizo circular CFK en las redes. Su ausencia seguramente forma parte de la estrategia de bajo perfil que mantiene desde que asumió como vicepresidenta.
Para la enorme cantidad de personas que se movilizó se trató de un acto de respaldo al gobierno. El gobierno, en la voz del presidente reconoció que junto con los gobernadores serán identificados por la historia como “los gobiernos de la pandemia”. Y se apoyó en el enorme espaldarazo que recibió para convocar a la unidad: “Vamos a terminar con esa argentina del odio”. Y agregó: “Unanse. El mundo nos exige más que nunca estar unidos, porque el virus no ha terminado”.