El boxeo mundial vive horas de conmoción. El supercrack ucraniano Vasiliy Lomachenko, propietario de tres versiones del tíulo de los livianos (Consejo, Asociación y Organización) y para quien esto escribe (y para gran parte de la cátedra) el mejor pugilista libra por libra de la actualidad, ha dejado de ser el campeón. Teófimo López, un estadounidense de origen hondureño, joven (23 años), ambicioso y desbocado que reinaba para la Federación Internacional, le ganó por puntos en fallo unánime al cabo de 12 rounds que no pasarán a la historia y se quedó con las cuatro coronas. Fue en la madrugada del domingo en la burbuja del MGM Grand Hotel de Las Vegas. Sin público y bajo la mirada de apenas ocho periodistas autorizados a presenciar el combate.
¿Es López acaso, el nuevo fenómeno del pugilismo? ¿Apareció alguien que hará época arriba de los rings? ¿Lomachenko ha empezado a recorrer la inevitable pendiente del ocaso? Las preguntas se codean sobre la mesa del cronista. Las respuestas sólo las dará el tiempo. López no tiene la estampa ni la clase de un crack. Pero pega muy fuerte (de sus 16 triunfos, 12 fueron por la vía rápida). Desborda autoestima y quiere mucho más. Con el cuerpo todavía caliente tras la victoria anunció que su meta no es quedarse entre los livianos sino apuntarle a las cuatro campeonatos del peso superliviano (63,500 kg). Bob Arum, el octogenario factótum de la promotora Top Rank, le maneja la carrera y le respalda sus pretensiones. "Me hacer acordar a Muhammad Alí en sus comienzos. Es bravucón, tiene una gran confianza en si mismo y siente que no puede perder" dijo Arum en la previa de la pelea.
Con 150 triunfos sobre 170 peleas como amateur, campeón del célebre torneo Guantes de Oro en 2015 y representante olímpico de Honduras en los Juegos de Río de Janeiro 2016, López (61,235 kg) tuvo la suerte de ganar su pelea más importante haciendo poco. Porque Lomachenko (61,235) hizo aún menos que él. El ucraniano, bicampeón olímpico en Pekín 2008 y Londres 2012 y campeón mundial en tres categorías (pluma, superpluma y liviano) y con 15 peleas realizadas dejó correr la mitad del combate exagerando el retroceso y la inactividad. Como si hubiera esperado que su rival hiciera algo que nunca decidió hacer.
Cuando encendió sus motores, dio un par de pasos al frente y empezó a sacar sus manos, Lomachenko pegó en proporción de 2 a 1 y confundió a López que terminó con el ojo izquierdo inflamado y un feo corte debajo de la ceja derecha. Pero ya era tarde. Sobre la base de un jab de izquierda más activo y algunas buenas combinaciones al cuerpo, López le había ganado los primeros siete rounds en las tarjetas de todos los jurados. Y no hubo manera de descontar la diferencia al cabo de 36 minutos sin grandes estallidos emocionales y que defraudaron casi todas las expectativas. La pelea del año estuvo cerca de ser el bodrio del año.
Para Líbero, hubo empate en 114. Pero los jueces reconcieron con demasiada holgura, la mayor predisposición de López. Tim Cheatham dio 116 a 112, Steve Weisfeld dictaminó 117 a 111 y la señora Julie Lederman vino con la tarjeta hecha desde su casa: falló un increíble 119 a 109 que sólo existió en su mente. Arum dijo que le pedirá a la Comisión Atlética del estado de Nevada que no la designe más en peleas que organice su empresa. Las estadísticas de Compubox reflejaron que López pegó 183 golpes sobre 659 enviados con una baja efectividad de apenas el 28% y Lomachenko conectó 141 envíos de 321 con un 44 por ciento de eficacia. Con lo cual queda más que claro que esta vez se recompensó el ataque por encima de la eficiencia. López tiró mucho y pegó poco. Lomachenko lanzó menos pero llegó más.
Más allá de los reparos que el fallo pueda merecer, llamó la atención la pasividad con la que Lomachenko encaró la pelea. No se comprendió la estrategia que le diseñó su padre Anatoly desde el rincón. Hacía 13 meses y 17 días que no combatía y tal vez haya sentido ese parate. Pero del supercrack que enamoró al mundo por su talento, velocidad y poder y sus maravilloso juego de piernas, casi que no hubo noticias en Las Vegas. Si Lopez sube al peso superliviano, Lomachenko volverá a ser campeón de los livianos porque no hay nadie mejor que él. Por lo que resulta prematuro, a sus 32 años, anticiparle el declive. Es un superdotado que tuvo una mala noche. Le pasó eso a Alí, Durán, Chávez, Pacquiao y a otros cracks. Alguna vez también tenía que pasarle a él.