Desde Santiago de Chile

Ni la pandemia, ni la represión policial que terminó hace dos semanas con un chico lanzado al río Mapocho ni los llamados del gobierno a “ser responsables” ante el plebiscito del 25 del octubre —donde se decidirá cambiar la Constitución establecida por Pinochet en 1980— impidieron que se llenara esta tarde el sector de Plaza Italia, histórico centro de protestas y manifestaciones en Santiago de Chile.

La zona, frontera simbólica entre las comunas acomodadas y los sectores más populares, fue rebautizado como “Plaza de la Dignidad” por los manifestantes que exactamente hace un año comenzaron el llamado “Estallido Social”. Una serie de protestas, paros nacionales, cabildos ciudadanos, memes en redes sociales o colectivos feministas como Las Tesis lograron alterar el programa de gobierno, los planes de la clase política y a la elite chilena muy cómoda con la herencia de la dictadura. Algo que también dejó decenas de muertos, violaciones a los derechos humanos y más de 500 jóvenes heridos por carabineros que, mostrando su rostro más salvaje, dispararon balines directo al rostro de los manifestantes.

Hasta las 19:00 la manifestación había sido pacífica, con cantos como “el pueblo unido jamás será vencido”, banderas mapuche (curiosamente la bandera chilena ha terminado siendo asociada a la derecha y su particular concepto de patriotismo), algunos en bicicleta y otros con parlantes entonando canciones-himno como “El baile de los que sobran” del grupo pop de los `80 Los Prisioneros. También había carteles que dicen “Renuncia Piñera”. La multitud incluso fue capaz de abrirse espacio para que pasara “el bus del pueblo”, una antigua micro (colectivo) amarillo que ha sido uno de los clásicos de las protestas. La policía se mantenía a distancia y el gobierno monitoreaba desde la Moneda el lugar que se comenzó a llenar desde las 10:00 de la mañana.

Sin embargo, como en un guión que se viene dando desde la gran movilización estudiantil de 2011, grupos de encapuchados comenzaron a armar barricadas y generar desmanes sin que la policía interviniera y —lo más notable— en el horario en que comienzan los noticieros centrales de TV.

Una dinámica violenta que hace que los manifestantes vayan desocupando el recinto y provocando a otros tanto contra los encapuchados como la policía. Esta vez no fue la excepción: la parroquia de carabineros y la iglesia La Asunción fueron atacadas y parcialmente quemadas, al mismo tiempo que comenzaban saqueos (frustrados) en locales aledaños a la plaza. Hasta el cierre de esta edición Piñera y su equipo siguen reunidos.


¿El final de la herencia pinochetista?

Así, el próximo domingo los chilenos deberán elegir entre la opción “Apruebo” (para cambiar la constitución) o “Rechazo” (para mantenerla). Hasta hoy no hay ninguna encuesta que señale el triunfo de esta última. Según el sondeo Data Influye, un 69% votará la primera opción, mientras que sólo un 18% se inclinará por el rechazo, siendo además esta elección la que tendría la mayor participación ciudadana desde el plebiscito de 1988 donde ganó el “No” a Pinochet.

“Lo de Chile fue una revuelta social con rasgos revolucionarios”, dice el filósofo chileno Ricardo Espinoza autor de libros como NosOtros: manual para disolver el capitalismo (Morata, 2020). “Llamarlo solamente estallido encubre algo importante: el chileno era un pobre y desgraciado sujeto individual, egoísta y competitivo que hacía todo por competir y tener éxito en el mundo-mercado. Un zombie y mercancía al mismo tiempo. Un muerto viviente que ahora se conviertió en el único sujeto revolucionario posible para estos tiempos: lo que yo llamo el NosOtros: volverse uno dentro de un colectivo. Con ello la matriz misma del capitalismo quedó trizada y pudimos comenzar a destruir ese infierno capitalista del Chile pre-octubre y que ni la pandemia detuvo”.

La otra pregunta que contendrá esta votación es quien redactaría la Constitución y que pueden votar incluso quienes “rechazan”. Hasta hoy siempre ha ganado la “Convención Constituyente” (155 ciudadanos elegidos por la ciudadanía) frente a la “Convención Mixta” (86 parlamentarios y sólo 86 ciudadanos elegidos). Este plebiscito se conoce como “de entrada”. Luego vendría las elecciones de ciudadanos que integrarán la convención —ya sea mixta y constituyente— el 11 de abril de 2021, para luego dar paso a la redacción de la Constitución con un plazo de nueve meses, renovable por tres más. Finalmente hará un plebiscito ratificatorio “de salida” durante 2022. Si gana el "rechazo" se mantendría la Constitución de 1980.

Sin embargo, analistas políticos como Montserrat Nicolás plantean dudas frente al proceso que se decidió el 15 de noviembre, donde el PC se restó y se comenzó a hablar de una “cocina política” que bloqueó lograr el objetivo principal de las marchas: una convención constituyente. “Esto no nació de la clase política porque por décadas se esperó respuestas de ella y en vez de eso entregaron migajas. Fue al revés: no es que se haya aceptado a regañadientes la idea de un referendo, sino es un intento de secuestro del proceso constituyente. que esperan que funcione como píldora de dormir y que acabe con la agitación social. Ese famoso pacto se firmó de espaldas a la sociedad y sin metodologías. Ahí está la trampa”.

El alza del pasaje que despertó a Chile

Al principio del “Estallido” no se hablaba de cambiar la constitución. Los sectores de derecha o de oposición, incluso, hablaban de “nuevo pacto social”. Una semana antes, el gobierno de Sebastián Piñera anunció un alza de $30 pesos del pasaje del metro (subte) equivalente a unos 0,10 pesos argentinos en los horarios clave como el de 7:00 a 8:59 y 18:00 a 19:59. La cifra podría parecer menor, pero ante un panorama de alzas y sobre todo, el “consejo” del entonces ministro de economía Juan Andrés Fontaine de levantarse más temprano (“Quien madruga puede ser ayudado a través de una tarifa más baja”) la rabia se tradujo en evasiones masivas del metro, liderada por escolares que decidieron no pagar el pasaje y saltar las barreras de seguridad del metro, siendo reprimidos por carabineros mientras el subsecretario del interior Rodrigo Ubilla amenazaba a la ciudadanía con protestar así “no es la forma”.

Todo explotó la tarde del también llamado “18-O”: Santiago estaba repleta de carabineros en las puertas del metro, carros lanza aguas apuntando a la Biblioteca Nacional —una de las salidas más concurridas— y los primeros enfrentamientos con manifestantes. Ya a las 20:00 el aire era irrespirable debido a los gases lacrimógenos lanzados por carabineros y por la TV se anunciaba el incendio de varias estaciones del metro, un hecho aún no resuelto y que mueve a sospechas considerando su moderno sistema de cámaras de vigilancia y lo oportuno del hecho para contener el malestar social.

Más confuso estaba el presidente que fue visto comiendo pizza en el sector alto de Santiago para luego más tarde volver a La Moneda y decretar Estado de Emergencia (que se extendería por nueve días) llamando a los militares a tomarse las calles. Aunque Piñera repitiera que Chile estaba “en guerra” ante “un enemigo poderoso”, la gente increpaba a los militares y seguía protestando en pleno toque de queda. El mejor resumen de la actitud del gobierno de esa noche la dio el diario italiano Il Corriere Di la Sera: “Chile se quema y él comiendo pizza”.