Hubo dos títulos en este diario, en ediciones consecutivas, que fueron un hallazgo de simpleza categórica para definir la previa y el después de un 17 de octubre inédito. Extraño. Desafiante.
El primero, el sábado: “Las patas en el zoom”.
El segundo, ayer, encabezando la columna de Mario Wainfeld: “Un 17 con más gente que avatares”.
Si el primero sintetizó la convocatoria a un histórico espíritu rebelde contra los privilegios de las minorías, caída su plataforma de acceso (¿hackeo y además imprevisión oficial?) el segundo resumió la consecuencia adversa para los atacantes.
Las calles se llenaron de marchantes respetuosos y decididos, muy probablemente incitados ante la decepción de que tampoco podían cuantificarse, desahogarse, en forma virtual pero masiva.
Entonces pasó lo que pasó, si bien las voces gubernamentales insisten en que no se trata de quién tiene el banderazo más largo.
Puede ser porque lo creen o porque la corrección política básica impone decirlo, para no alentar el juego que le conviene a un frente opositor desorbitado.
La cobertura de los canales y señales de noticias fue casi exclusivamente porteño-céntrica (por cierto, algunos de los propios opositores lo hicieron con cronistas de muy buena actitud y aptitud profesional, alejados de cancherismo sobreactuado, a tono con la disposición tranquila de los entrevistados al paso).
Por falta de reflejos en los medios oficialistas y por obvia determinación editorial en el palo contrario, ninguno dio cuenta acabada de lo que también sucedía en las ciudades y pueblos del interior a los que tanta atención prestan cuando se manifiestan los inocentes e indignados republicanistas.
La incertidumbre acentuada en torno de que la economía del Poder -- a través del dólar que “le importa a la gente”-- muestra a Casa Rosada con debilidades frente al asalto articuladamente devaluatorio, pertinaz, refuerza la importancia de una movilización conmovedora.
El Gobierno debe sentirse ayudado y exigido, porque esa muchedumbre que rechazó expresiones de odio, plagada de jóvenes, cargada de entusiasmo sin resentimientos y de la que los medios no pudieron registrar un solo insulto, una sola provocación, o alguna violación sistemática del distanciamiento físico, es prueba de que hay aguante de sobra frente a golpistas y extorsionadores.
Podrá semejar a una retórica inflada, pero lo ensanchado es en verdad el ánimo desestabilizador del mismo enemigo de siempre.
Cuando el Gobierno asumió había la expectativa favorable, o aunque más no fuere contemplativa, tras el huracán macrista; incluso, lo cual se prolongó durante los comienzos de la llamada cuarentena, aprecio de la clase media no (tan) gorila por la moderación e imagen de fortaleza presidencial. Etcétera.
Pero la pandemia “quemó” todos los libros a poco de andar.
No hay ninguno de esos textos que asegure algo. Ni receta unívoca para enfrentar la emergencia, ni acuerdo total entre la comunidad científica. Ni vacuna inminente y generalizada a la vista.
Que el Presidente insista con que estábamos en terapia intensiva para, además, habernos contagiado el virus, sonará deprimente o muy poco alentador pero, vaya, es eso que se denomina como la realidad.
Sobrevivir a Macri y que encima agujeree una peste universal no podía estar en los cálculos de nadie. En absoluto. Es una enésima reiteración imprescindible.
El golpe a la economía es horroroso, pero en política no sirve llorar.
Dicho en otros espacios y aquí ya varias veces, las respuestas gubernamentales no debieran seguir transitando por aquello de hablar con el corazón para recibir, como respuesta, el bolsillo y la escalada del dólar.
La sensación o convencimiento es que el Gobierno está permanentemente a la defensiva y que no impone agenda.
En ese orden, que se asome en retaguardia constante es injusto porque lo hecho es mucho aunque parezca y sea insuficiente.
La carencia de agenda bien comunicada, en cambio, es cierta en toda la línea.
Lo más ostensible es la desprotección y falta de ímpetu frente a las maniobras especulativas en el “mercado cambiario”.
Pero hay otros aspectos, aguijoneados por los mismos protagonistas de la desestabilización, que revelan la necesidad de coordinar marcadamente mejor lo que se hace, lo que se informa, lo que se responde, lo que se primerea.
Hubo, hay, una embestida con cero de insólita, perfectamente ensamblada, contra la idea de crear un observatorio --gracias si eso, ¡un observatorio!-- que en los marcos de la Defensoría del Público registre, alerte, prevenga, sobre una problemática que es motivo de filmografía, debate y denuncia mundial: las falsas noticias, la manipulación informativa, el pescado podrido vendido como intachable.
Ese organismo público, la Defensoría, que tiene control parlamentario, que subsistió al desguace de la ley de Medios, que carece de poder de policía, que no puede imponer sanción alguna, que no tiene injerencia sobre las redes, que atiende y promueve acciones en defensa de los derechos de las audiencias de radio y tevé, es víctima de un fuego despiadado a partir, justamente, de una fake que debería ser escándalo ético: hablan de la creación de un organismo siendo que el organismo ya existe desde 2012, y de una intencionalidad fascista cuando es en el Congreso Nacional donde se nombran, regulan y supervisan sus actividades.
Nada increíble, para agotar: ¿Cómo puede ser que también con acciones porno semejantes logren imponer agenda?
Acerca de lo que más preocupa, que no es eso, resulta quizá inviable que se pueda salir de la extorsión del dólar desatado, arma histórica de los actores concentrados del poder, sin que el Gobierno resuelva grandes cambios o grandes gestos, interpretables como tales.
¿Eso se llama reformulación del gabinete, y/o unificar el comando ministerial de la economía en una figura fuerte, y/o disponer medidas por fin demostrativas de más capacidad de mando que de opinión oficial?
En la entrevista que el Presidente concedió a Alejandro Bercovich, el martes pasado, se vio al mejor Alberto Fernández cuando miró a cámara, para dirigirse al caradura de Mauricio Macri que había reaparecido el día anterior en una pantomima periodística, luego insistida.
“Vos, Macri, que nos dejaste (tal y tal cosa) y que destruiste (tal y tal otra…)” fue el Fernández firme, convincente, cultor del diálogo y enojado en las mismas proporciones.
En cambio, el Fernández que reconoció la insuficiencia --y hasta inutilidad-- de haber bajado unos puntos de retenciones al complejo agro-exportador para allegarse dólares urgentes; el que continuó apelando a que “el mercado” confíe y aporte; el que, en síntesis, se situó antes en posición de comentarista que como jefe indubitable, es el que necesita el taladro de la derecha para continuar percudiéndolo.
La muy buena noticia es que hubo vigor, grande, muy grande, para que la ofensiva destituyente tome nota de la cuantía social dispuesta a enfrentarla.
AEA, el coloquio de IDEA, sus mercenarios mediáticos, y sus frikis, y sus trolls, y su elenco estable de economistas que se equivocaron siempre o que no se equivocaron nunca, y sus activadores de fantasma de gobierno delarruista terminado, recibieron el sábado la lección de que no se terminó nada, de que hay disputa, de que se puede retomar ofensiva.
El pueblo, en su acepción más significativa, tiene una potencia mucho más fuerte que figurar en pantalla.