Cualquiera sea el resultado electoral que arroje el lentísimo escrutinio que lleva a cabo el Tribunal Supremo Electoral, es difícil pensar que las elecciones generales que se llevaron a cabo hoy en Bolivia arrojen un resultado contundente que permita encontrar una salida a una situación política turbulenta y compleja.
Todos los sondeos previos a los comicios coincidieron en que el MAS será la primera fuerza con un porcentaje que escila entre el 40 y el 45 por ciento. Un resultado más que meritorio teniendo en cuenta el contexto en el que se llevaron a cabo las votaciones. Y más aún si se tiene en cuenta que quien ha encabezado la fórmula del partido que responde al ex presidente Evo Morales, desplazado por un golpe de estado hace apenas un año, es Lucho Arce, quien ocupó el Ministerio de Economía en todos los gobiernos de Evo.
¿Alcanza esta gran caudal electoral para obtener un triunfo en primera vuelta? Todo depende de cuánto se haya dividido el voto de la derecha, entre el expresidente Carlos Mesa y el ultra cruceño, Luis Camacho, uno de los principales protagonistas del golpe en 2019. Porque a pesar de todos los esfuerzos, la oposición a Morales no pudo unificar criterios y presentar una candidatura única. El motivo de este desencuentro son los dos países que conviven dentro de Bolivia: mientras Mesa expresa a los sectores más acomodados del altiplano, una región históricamente más pobre, cuya economía depende tanto de la minería como de la fuerte presencia del estado, Camacho es la expresión más radical del Oriente, la zona agrícola-ganadera con una economía que se parece más a la del sur de Brasil y con un movimiento político ultra que tiene más que ver el neofascimo a la Bolsonaro que con las tradicionales expresiones del neoliberalismo conservador paceño.
El escenario, cualquiera sea el resultado, se presenta turbio. Si el MAS obtiene un triunfo en primera vuelta será difícil que los sectores más radicalizados del Oriente acepten el resultado por las buenas. Protagonistas de episodios que casi llevaron al país a la guerra civil durante el primer gobierno de Evo, enfrentamiento que se evitó gracias a la fuerte intermediación de la Unasur, en un momento en el que gobernaban Lula en Brasil y Néstor Kirchner en Argentina, los cruceñistas expresan sin tapujo que prefieren dividir el país en dos antes que aceptar otro gobierno del MAS.
Si el resultado no alcanza para evitar el ballottage, los partidarios de Evo tienen difícil un triunfo en segunda vuelta, aunque no imposible si la derecha cruceña se niega a votar a Carlos Mesa, quien será sin dudas el contendiente de Arce en noviembre. Pero aún obteniendo un triunfo ajustado, Mesa no podrá contar ni con mayoría propia en el parlamento ni con una oposición dócil, ya que los sectores populares que apoyan al MAS se han recompuesto poco a poco del duro golpe que los desplazó del poder en 2019 y no dejarán las calles ni bajarán en tono de las protestas en un país atravesado por una gigantesca crisis económica acentuada por la pandemia.
Si en el ballottage se impusiera Arce tampoco tendría por delante un escenario sencillo de abordar. Aunque pueda asegurarse el control del Senado, no tendrá mayoría en Diputados y también contará con una intensa minoría radical activa en las calles, capaces de poner a su gobierno en apuros. Sea cual fuere el resultado, la grieta boliviana permanecerá abierta y se manifestará con previsible virulencia durante los próximos años.