En los entornos virtuales muchas cosas empiezan a suceder antes de que logremos ponerle un nombre. Esa capacidad avasallante de una realidad que se adelanta a nuestra posibilidad de nombrarla resulta abrumadora a nuestra humana condición de seres simbólicos.
Con el sharenting pasó algo de esto. Tal vez sin pensar demasiado, nos lanzamos a compartir imágenes, videos y frases de nuestros hijes y a “megustear” fotos de sobrines, de amigues.
El escenario empezó a cambiar cuando el fenómeno fue conceptualizado, como tantas otras cosas, con una terminología en inglés. “Sharenting” viene de share (“compartir”) y parenting (“paternidad”). En español, algunos autores lo traducen como “crianza en línea”. Básicamente, consiste en compartir contenidos de menores de edad en la web, fundamentalmente, en las redes sociales, por parte de sus familiares.
Si bien es cierto que los pequeños y pequeñas siempre han ocupado un lugar privilegiado en la escena fotográfica familiar, el cambio del mundo analógico al digital provocó que estas imágenes hayan migrando desde los álbumes hogareños, los llaveros y las billeteras para ponerse ante la mirada pública de miles de personas.
La consecuencia de este cambio es una vulneración de los derechos digitales de niños, niñas y adolescentes ejercida por los propios adultos y adultas responsables de sus cuidados.
El hecho es que toda la información subida a la web crea una huella que construye la identidad digital de una persona y, por tanto, impacta también en su reputación digital. Frente a ello, se trata de poder ejercer y respetar el derecho a la autodeterminación informativa, entendida como la capacidad de decidir sobre el tratamiento y destino de los datos personales en los entornos virtuales. Por eso, la autodeterminación informativa se vincula con el consentimiento: con autorizar o no autorizar el uso de información sobre nuestra propia persona en la web.
Y es en este punto donde entra el juego a Educación Sexual Integral. La perspectiva de la ESI concibe a niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho. Implica un límite a los adultos sobre el cuerpo de chicos y chicas y, en este caso, también sobre el uso de sus imágenes.
Ahora bien, ¿por qué lo hacemos? Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Granada (España), se propuso analizar los motivos detrás de esta práctica y arrojó una fuerte correlación con la adicción a Internet y la falta de autocontrol.
El impacto negativo sobre chicos y chicas va desde la vergüenza que pueden sentir por información que sobre ellos mismos han compartido terceros sin haber podido brindar consentimiento, hasta el riesgo liso y llano respecto de su seguridad: una vez que subimos un contenido a la web, no tenemos dominio sobre su destino.
Los escenarios abiertos por los entornos virtuales nos interpelan a todos y todas porque es en ellos donde transcurrimos gran parte de nuestras vidas. El ejercicio de una ciudadanía digital responsable es otro de los ámbitos propicios para su abordaje desde la ESI.
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Licenciada en Comunicación Social,
Universidad Nacional de La Matanza