Los resultados en Bolivia son contundentes: el binomio del Movimiento al Socialismo (MAS), encabezado por Luis Arce y David Choquehuanca, ganó con 52,4 por ciento de los votos, según la empresa Ciesmori, y 53 según Jubileo. En segundo lugar se encuentra Carlos Mesa con 31,5 por ciento en el primer caso y 30,8 en el segundo. Tercero, con 14,1 por ciento de los votos, está Fernando Camacho.
Si bien aún faltan los resultados oficiales del Tribunal Supremo Electoral ya se trata de una tendencia irreversible, al punto que los diferentes sectores de la derecha ya reconocieron la victoria. En lo nacional fueron primero Jeanine Añez, luego Jorge Quiroga, y Mesa. En lo internacional, el secretario de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro.
Ninguna encuestadora había previsto una diferencia de esa magnitud. Una de las razones reside en el factor del voto oculto, es decir de quienes no revelaron por quiénes votarían. Si bien se trata de una variable siempre presente, su peso tomó una dimensión central en un contexto de amenazas, persecucione e intimidaciones que comenzaron desde la hora cero del golpe de Estado y se mantuvieron hasta el momento de la votación.
En las horas previas, por ejemplo, algunos corresponsales en La Paz narraban cómo varias personas no querían hablar ante cámara por temor, algo ya registrado con anterioridad. El gobierno de facto desplegó, como de costumbre, amenazas por los medios, así como con policías y militares desde el sábado y durante la jornada electoral. El clima instalado por voceros del régimen refería a posibles enfrentamientos, armas de fuego, detenciones, convulsiones.
Sin embargo, la participación fue masiva y demostró lo que se anticipaba: la gran capacidad de reorganización de las fuerzas del MAS para lograr una fórmula presidencial, con unidad entre los movimientos indígenas, campesinos, sindicales, territoriales, y con apoyo también de sectores que se habían alejado, como el dirigente aymara Felipe Quispe. La necesidad de derrotar electoralmente al gobierno de facto, identificado con la derecha y el regreso de la exclusión, resulto un factor de cohesión.
La rearticulación del MAS demostró la fuerza del movimiento histórico que construyó el proceso de cambio que le dio la victoria a Evo Morales y Álvaro García Linera en el año 2005 con 53,7 por ciento de votos, una cifra similar a la que por el momento indican los resultados. Nuevamente, entonces, los sectores humildes de Bolivia, del campo, las minas, las periferias, parte de las clases medias, lograron una victoria electoral en condiciones de gran adversidad.
El MAS logró ganar, según los resultados de Ciesmori, en una mayoría de departamentos, con números muy elevados en algunos casos: La Paz con 65,3 por ciento, Cochabamba 63,1, Oruro 62,4, Potosí 51,5, y Pando 45,8. Mesa, por su parte, se impuso en Chuquisaca, Tarija, Beni. Camacho ganó en Santa Cruz.
La razón de esta victoria se debe también a los errores del gobierno de facto que se acumularon a lo largo de los meses: una caída de la economía en un marco global de retroceso luego de un crecimiento de alrededor de 4,5 anual durante seis años; un mal manejo ante la pandemia, escándalos de corrupción como la compra de respiradores con sobreprecio. La postergación de las elecciones en tres oportunidades jugó en contra el gobierno de facto y la derecha, y permitió valorar con más claridad lo realizado por el MAS en sus años de gobierno.
La unidad del bloque histórico del MAS se enfrentó a su vez a una derecha desunida y enfrentada. El retiro de las candidaturas de Añez y Quiroga a última hora, ambos con poca aprobación, no fue seguida por la de Camacho, como algunos especularon, que se mantuvo al frente de su campaña sabiendo que no tenía posibilidad de llegar a segunda vuelta y que así le daba más posibilidades de victoria al MAS en primera vuelta por la dispersión de votos. En vista de los resultados, queda en claro que si el dirigente de Santa Cruz hubiera desistido, la victoria del MAS se habría dado igual.
Aún resulta temprano adelantar cuáles serán los derroteros de los diferentes actores de los meses golpistas. Murillo, quien había sido censurado por la Asamblea Legislativa Plurinacional en días recientes, fue destituido del gobierno de facto. Mesa, nuevamente derrotado, afirmó que será “cabeza de oposición”, aunque no resulta claro cómo podrá articularla. En cuanto a Camacho, es probable que intente consolidar un liderazgo en oriente, apoyado por factores internacionales.
Evo Morales, en rueda de prensa desde Buenos Aires, afirmó que buscarán un encuentro de reconciliación para la reconstrucción: “no somos vengativos, revanchistas”, afirmó. ¿Cómo se articulará la paz con la justicia? Ayer, en un hecho de gran simbolismo, resultó electa senadora por el MAS Patricia Arce, alcaldesa de Vinta que había sido secuestrada, golpeada y pintada de rojo durante los días del golpe.
El otro tiempo central será el de la economía. Arce, quien fue ministro de economía del 2006 al 2017, y de enero del 2019 hasta el golpe, y por lo tanto artífice central del crecimiento, ya adelantó que uno de los primeros pasos será pagar el bono contra el hambre y fortalecer la demanda interna. Arce será, junto a Choquehuanca, la nueva cabeza del gobierno, en lo que será también una renovación dentro del MAS, un recambio que plantea desafíos y grandes oportunidades.
Quedan aún días de cierta incertidumbre hasta ver al nuevo gobierno al frente de su cargo. Lo que sucedió en Bolivia puede ser calificado de contragolpe, ante un golpe con fuerte respaldo internacional que no había venido para quedarse solamente un año en el poder político. Una victoria histórica, y una demostración de la frase de García Linera: “luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino”.