Coproducida por una iglesia evangélica cordobesa llamada Cita con la Vida, con apoyo de las tres fuerzas armadas, y dedicada lisa y llanamente “a Dios”, sería muy fácil e improcedente caerle encima a Soldado argentino sólo conocido por Dios por esos datos de contexto. Corresponde en cambio, como ante toda obra, evaluarla –eventualmente criticarla– por lo que es, por el texto. Ganadora de la sección Panorama en la última edición del Festival de Mar del Plata, coescrita y dirigida por el realizador cordobés Rodrigo Fernández Engler, Soldado argentino… (la del título es una fórmula equivalente a la de “soldado desconocido”) parafrasea, en su segunda parte, una leyenda malvinera, la del soldado Pedro, combatiente que habría seguido peleando después de que su regimiento se rindió. No por nada la otra dedicatoria de la película, además de Dios, es “a los héroes de Malvinas”. En este sentido, y en varios más, la película de Fernández Engler representa el polo opuesto de Iluminados por el fuego, donde no había héroes sino víctimas de las decisiones de sus superiores.
Como en la película de Tristán Bauer, hay en el centro de SASCPD dos amigos, que cuando llegan a Malvinas ya no lo son. Al volver de la colimba a su pueblito de Traslasierra, Ramón (Sergio Surraco) encuentra que Juan (Mariano Bertolini) se puso de novio con su hermana Ana (Florencia Torrente), y no perdona lo que considera una traición. “Volvió muy cambiado”, dice Juan, refiriéndose a que su ex amigo quiere seguir la carrera militar. A él, en cambio, le gusta dibujar, y se anota en Bellas Artes. Pero lo convocan para la colimba, sus padres impiden un intento de deserción, lo destinan a Chubut y en Chubut lo meten en un avión y lo mandan a un destino incierto que resulta ser Malvinas, el 2 de abril de 1982. Como la mayor parte de las películas de guerra, el protagonista de SASCPD (al menos en la primera mitad) es grupal: se trata del pelotón que integra Juan, mientras Ramón, con quien se reencuentra allí, se va a pelear a Puerto Argentino, a la primera línea de fuego.
Hay un corte y un salto temporal, tras el cual sobrevienen las secuelas de guerra. Juan, que se apartó del mundo y se recluyó, se reencuentra con uno de sus compañeros (Ezequiel Tronconi), que está en silla de ruedas. Algunos quedaron en Malvinas, otros se suicidaron, las asociaciones de Veteranos colaboran con la reintegración. En busca de Juan viene Ana, convencida de que el soldado Pedro de la leyenda es su hermano Ramón. Técnicamente impecable (la fotografía de Sebastián Ferrero entrega tonos oscuros dentro del avión y cielos dorados o cargados en Malvinas) y muy bien actuada por un elenco parejo y compacto, en términos dramáticos y narrativos SASCPD es irreprochable y, en ocasiones (el audaz salto temporal de la mitad, el plano final, que termina con una elipsis), excelente. Lo discutible es el punto de vista. La de SASCPD es, del lado argentino, una guerra asombrosamente prolija. Todas las armas funcionan, ninguna se traba, ni está oxidada, ni dispara al revés. No faltan provisiones, afanadas por la superioridad. No hay un solo oficial que trate mal a un soldado, que lo castigue, que lo estaquee. En síntesis: se siente el apoyo de las tres armas.
El único soldado creyente (“soy evangelista”, aclara) es poco creíble: cuenta, como si nada, que habla con Dios. En cuanto al heroísmo de Ramón, puede entenderse como tal o, perfectamente, como sobreactuación o delirio. Ponerle el pecho a las balas siempre lo es, pero en el caso de él hay que tener en cuenta que se trata de un tipo con cabeza de milico, capaz de ponerse como loco porque su amigo se puso de novio con su hermana, y de entrar en su casa como quien invade la trinchera enemiga, dispuesto a barrer con todo. Un último apunte con respecto a Ramón: Sergio Surraco tiene 39 años y se le notan. ¿Cómo se les ocurrió a los responsables de la película intentar hacerlo pasar como colimba?