En Irán, los consejos de un joven traductor que alardeaba en Twitter sobre las técnicas más efectivas para tener sexo durante la primera cita fueron el detonante para que el movimiento MeToo se multiplicara en el país asiático.
“Besa sus labios en la primera cita. Si no se niega, entonces dormirá contigo. Si lo hace, dile que estás tan maravillado por su belleza que no sabes lo que hiciste... En ese caso, ella dormirá contigo”, escribió Morteza Saeedi (Emanunel en Twitter), un traductor reconocido en el mundo de las letras iraníes, con más de 20.000 seguidores.
Ese tuit "es la mejor excusa para contarles mi historia con este abusador”, respondió Yeganeh, una diseñadora gráfica de 20 años, quien a través de varios mensajes en la misma red social contó con detalles poco usuales en la cultura iraní lo que le había pasado con este hombre, quien intentó abusar de ella en su primer encuentro.
“Durante tres años había estado esperando tuitear sobre él, mencionar su nombre. Quería evitar que lo que me pasó a mí les pasara a otras personas. Tenía miedo, pero después de leer su tuit decidí que era el momento de hacerlo”, dijo Yeganeh, quien conoció al hombre a través de las redes sociales.
A partir de su testimonio, el pasado 6 de agosto, cientos de mujeres (algunas con seudónimo) se animaron a reconstruir sus experiencias y, lo que es inusual en el país, a señalar a sus acosadores con nombres y apellidos.
Muchos de ellos profesores universitarios y artistas. Es el caso de Aydin Aghdashlo, de 80 años, uno de los artistas plásticos más importantes del país, denunciado por varias mujeres, incluida Sara Omatali, una periodista que hoy vive fuera de Irán y que contó la historia de cómo el hombre intentó sobrepasarse con ella en el 2006.
“Durante años interpreté lo que había pasado como mi propia culpa”, aseguró Sara, quien no se atrevía a contar lo que había sucedido, sobre todo por la cultura laboral propia del mundo del periodismo, reconoció. “Veía el acoso sexual desde la perspectiva de que, si hablaba, sería tratada como alguien que crea problemas y pondría mi carrera en riesgo”, explicó.
Esa perspectiva, recordó, cambió con la aparición de la campaña #MeToo a nivel mundial. “Es triste decirlo, pero en ese momento muchas mujeres periodistas como yo pensábamos que esa era la naturaleza de nuestro trabajo”, detalló.
Hoy Sara se ha convertido en la cara del movimiento MeToo en Irán, donde, señaló, el hombre tiene la posición dominante en todos los aspectos –inclusive ante la justicia, donde el testimonio de la mujer siempre vale la mitad–, lo que abona el terreno para que estos abusos sean generalizados.
La costumbre de "esconder la basura bajo la alfombra"
“Esta es una cultura que alienta a guardar silencio, a guardar la basura debajo de las alfombras”, explicó Mahnaz Mohammadi una de las documentalistas iraníes más reconocidas, quien también contó su historia motivada por las denuncias de otras mujeres. “Días atrás, cuando estaba escribiendo este tuit me vinieron a la cabeza muchas preguntas. ¿Qué me van a decir, qué me van a preguntar? Luego me dije: déjalos que pregunten”, escribió.
Reihane Tarabati, otra de las denunciantes, contó que la catarata de acusaciones en el país ha llevado a muchos hombres, jóvenes y mayores, a reflexionar sobre su relación con las mujeres.
Sin embargo, hay muchos que como ocurre en las distintas partes del mundo han demonizado a quienes se atrevieron a hablar. “Cuando una mujer va a la casa de un hombre, la mayoría dice que se merece lo que le pasó”, advirtió Yeganeh, quien denunció que la mayoría de los abusos o violaciones son protagonizados por personas cercanas, familiares o amigos.
Legislación en Irán, una de las principales trabas
En Irán, una de las grandes barreras a las que se enfrentan las mujeres y una de las principales razones por las que no se atreven a hablar es la legislación vigente. Según la abogada Pantea Younesi, que asesora a mujeres que buscan ayuda en caso de abusos, la ley solo legitima una relación sexual entre un hombre y una mujer que estén casados o tengan un matrimonio temporal, conocido localmente como sigeh.
“Si una mujer no puede probar la legitimidad de su relación, será condenada por el delito de adulterio y de relación ilegítima, a menos que pueda probar la coacción, el rechazo y la presión”, explicó Pantea.
Pero necesita al menos cinco testigos, lo que en la mayoría de casos es casi imposible, especialmente en Irán donde la mayor parte de la vida de las víctimas transcurre en el ámbito privado. Una alternativa es que el culpable confiese o que el juez tenga la información suficiente para concluir que fue una violación. Pero allí aparece otro problema, pues la mayoría son hombres religiosos y tradicionales.
La gran excepción ha sido Keyvan Emam, doctor en antropología, el único detenido en las últimas semanas. El joven fue acusado por muchas jóvenes de sedarlas, embriagarlas y abusar de ellas. Y si bien bajo la ley iraní estas mujeres habrían tenido una relación ilícita con el hombre, su caso se ha tratado de manera diferente.
“La ley reconoce que en esta situación la víctima no tiene opción de decidir, y en ese caso la ley es muy estricta”, aseguró Pantea, quien reconoce que el movimiento no es todavía lo suficientemente fuerte como para presionar al sistema y cambiar la ley.
Lo importante, coinciden varias de las denunciantes, es que otras mujeres sepan que no están solas, pero sobre todo que sepan que no son culpables. “Se ha dado un gran primer paso, ahora nuestras bocas están más abiertas. Habrá quien quiera cerrarlas, pero la alarma ya está prendida”, concluyó la documentalista Mahnaz.