Las cosas se rebelan. Las cosas son inocentes y variadas. El yo puede ser más predecible, más mentiroso, y también más aburrido. La idea de una poesía de las cosas como superadora de una poesía del yo sigue vigente, con gran insistencia. Al principio parecía una cuestión muy seria; hay poetas que se lo están tomando con humor. Titular un libro de poesía La soberana idiotez, como hace Carolina Musa con su poemario recién editado por el sello Brumana, es un gesto de humor serio. Es el de una poeta que ha decidido no tomarse en serio, y tomarse en serio la poesía.

Desde el poema 1, Musa plantea una radical inadecuación entre el yo y las cosas, una tirantez insoportable o más bien: un campo cuántico de incertidumbre que se abre entre la intención del sujeto y lo que obtiene del mundo. La relación yo-mundo se aleja por completo de lo que sería un acto de contemplación (estático) o incluso algún gesto constructivo, dinámico y con algún tipo de orientación o sentido a futuro. El resultado de este desvío tiene un sabor a comedia, sin ser necesariamente ligero. 

Hay un arte japonés de inventar cosas que fracasen, la condición de cuyo éxito estético es la siguiente: que fracasen bellamente. Algo de esa gracia respira en la arquitectura misma de estos poemas de Caro Musa, quien en vez de venerar lo inefable opta por coquetear con el absurdo implícito en el carácter insensato de la experiencia. "Del cero venimos y vamos hacia/ la idea en sí de que toda cosa o trayecto/ consciente o no, según he leído, se transforma", empieza. Acorde con un tono poco emocional, de aparente ecuanimidad, objetivista, el estilo es deliberadamente árido, más cerca del discurso científico que del establecido convencionalmente como poético. Pero la ciencia que se pone en escena en estas cómicas viñetas ejemplares es la racionalidad bizarra de la mente infantil: "4 medias = 1 llave/ 1 birome = 21 cartas/ ¿Qué es mayor o menor que qué?", se pregunta en una escena titulada significativamente "Las cosas".

La idea general, de haber alguna, podría resumirse así: si algo sabemos es algo acerca del cómo decir. Y si algo tenemos, es lo que hemos leído. Ya desde el epígrafe, cuya firma corresponde a Daniel Samoilovich, se establece una complicidad con el campo social de la literatura. Poeta objetivista, Samoilovich fue director de la revista Diario de Poesía, medio gráfico que entre 1986 y 2012, además de una labor notable en cuanto a traducción y difusión de poesía, vino a plantear programáticamente el cuestionamiento de ciertos estilos considerados hoy como románticos tardíos. Y Musa se trae la historia literaria tan leída (y tan oída) que se permite jugar con variadas posibilidades: "poetas científicos dicen eslora, metros de dragado... poetas mínimos dicen poste de luz en fuga". 

La poesía como espacio literario aparece aquí como un discurso más entre otros, objetos encontrados, igualmente poéticos: la poesía melancólica de los topónimos en una magnífica descripción de una ciudad balnearia en ruinas (cuyas calles vacías llevan nombres tales como "Avenida Pinolandia") o la prosa poética coloquial oral de un vecino aturdido por los grillos ("van aserrando unos 50 cedros sin exagerar"). El procedimiento es el del objeto encontrado, tan apreciado por el arte contemporáneo como por la poesía objetivista. Pero más bien habría que decir aquí: discurso encontrado, como quien dice: metraje encontrado. 

El dadaísmo, hace más de cien años, fue la vanguardia que celebró el absurdo a la vez que inventó el ready-made (el nombre elegante de la susodicha poética de lo hallado). ¿Se puede hablar de un neo-dadaísmo en estos poemas de Caro Musa?  A diferencia de sus precursores, Musa incluye en su catálogo de rarezas y arbitrariedades las que ella misma produce, como si hubiera logrado derribar de su sitial al ego de escritor. 

Ya no se trata de mirar un mundo desde arriba, último lastre romántico que sin saber acarreaban los objetivistas más tenaces. En Musa, la poeta es un insecto más del caos observado con curiosidad sexual infantil. La estructura jerárquica de la realidad ha estallado. En el último poema del libro se despliega un caos autoorganizado de billetes meados, enseres perdidos y cosas que no funcionan, entre ellas el yo del poema. Al final, sólo queda en pie el paisaje natural. ¿Acaso ese "Big Bang" es político?

Poeta, editora y licenciada en comunicación social, Caro Musa (Rosario, 1975) publicó Acústico (2011), Mariposas mutantes en Fukushima (2015) y La curva de Ebbinghaus (2016), entre otras obras.