Argentina superó el millón de casos confirmados por diagnóstico y los 26 mil muertos por coronavirus. Desde el 20 de marzo, las estrategias aplicadas por el Gobierno han apuntado a cumplir con un objetivo único: aplanar la curva. En el presente, la cantidad de infectados y muertes reflejan cifras muy preocupantes. “Hay un millón de personas confirmadas, pero según las estimaciones que hacemos con Jorge Aliaga, Roberto Etchenique y otros miembros del grupo, creemos que son bastante más las que se infectaron. El número real oscila entre los seis y los ocho millones. Solo detectamos alrededor del 20% de los contagios”, señala Rodrigo Quiroga, bioinformático, docente en la Universidad Nacional de Córdoba e Investigador del Conicet. El subregistro no es un problema privativo de Argentina sino que es un fenómeno que ha sucedido en todo el mundo, en parte, por la propia dinámica de la enfermedad: un alto porcentaje (del 35% al 75%) de los enfermos no manifiesta ningún síntoma. A esa porción se debe sumar a aquellos individuos que tienen síntomas y no lo informan al sistema de salud; los falsos negativos; así como también a las personas que atraviesan una sintomatología leve que no califica para el hisopado.
“Hay muchos que dicen: ‘de mis amigos que menos se cuidan solo se contagiaron uno o dos, así que no es tan grave’. Esto constituye una falsa percepción, ya que lo más probable es que los que no toman recaudos estén todos contagiados, solo que no lo saben o no lo supieron en su momento”, explica Quiroga con un ejemplo. La percepción del riesgo es clave porque también sirve para explicar cómo se propaga el virus entre la población: aunque mucha gente piensa que no se infectó y cree que no lo hará, en realidad sí lo hizo o lo hará en la próxima reunión social que tenga con familiares y amigos.
¿De qué manera Argentina llegó a esos números?
Entre marzo y abril, el país constituía un ejemplo mundial. Había arrancado una cuarentena temprana que, a partir de las restricciones dispuestas y el acatamiento ciudadano alcanzado, configuraba una escena inmejorable. “El aislamiento temprano fue muy efectivo, de hecho, funcionó mucho mejor de lo que todos esperaban. Salvo en el AMBA y en Chaco redujo a cero los casos; podríamos haber sido Nueva Zelanda con un esfuerzo mínimo del Área Metropolitana en aquel entonces. Es cierto, lo estoy diciendo con el diario del lunes y ya de poco sirve”, relata Quiroga. De hecho, hasta principios de julio todas las provincias restantes estaban libres de Covid y los brotes que había –como eran pequeños y muy específicos– se controlaban sin problemas. La técnica de rastreo de contactos estrechos, en esta línea, es mucho más fácil de poner en marcha cuando la circulación del patógeno se encuentra relativamente controlada.
“El AMBA, desde mi perspectiva, fue flexibilizada muy pronto y las personas volvieron a circular muchísimo. Ello provocó un incremento lento pero consistente de casos y siempre que se estabilizaban, se habilitaban nuevas actividades que volvían a complicar las cosas. La consecuencia de eso está a la vista y son los 20 mil fallecidos que hay entre la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires”, describe Quiroga.
A partir de julio, la tensión --poco a poco-- se trasladó al resto de las provincias. Los primeros brotes y focos de contagio se vinculaban con camioneros y otros trabajadores que atravesaban Buenos Aires por sus empleos (turnos médicos o diferentes circunstancias) y retornaban a sus ciudades de origen que se encontraban totalmente flexibilizadas. “En ese momento pasó lo peor que podía pasar y es que el virus se propagó a todo el territorio nacional. El conflicto adicional es que los sitios a los que llegó estaban con muy pocos cuidados. De un momento a otro, los gobernadores descubrieron que tenían un desastre entre manos y no sabían bien cómo actuar al respecto. La suerte de las medidas tomadas más tarde tuvieron resultados muy variados dependiendo del acatamiento social”, plantea Quiroga. Lo que aún significa más, las capacidades sanitarias en el interior no son las mismas que puede haber en el Área Metropolitana, con lo cual, el riesgo de colapso (cuando no el colapso definitivo como sucedió durante agosto en Jujuy) está latente todos los días.
La lupa de la sociología
Desde un punto de vista sociológico reflexiona el investigador del Conicet y docente de la UBA y de la UNTREF, Daniel Feierstein: “Hay distintos elementos. En Argentina se dio un cóctel muy particular: a nivel de gestión, el gran problema fue apostar por una estrategia muy procesada por el enfoque médico. Se intentó no saturar el sistema sanitario en lugar de una estrategia de supresión del Sars CoV-2. Eliminarlo es mucho más efectivo porque después no necesitas las camas ni los respiradores. Cuando el país hizo la primera cuarentena había logrado eliminar al virus de todo el país, solo quedaba AMBA. Las naciones que mejor lidiaron con esto, son los que han intentado aplastar la curva y no achatarla”.
Luego, Feierstein se concentra en lo ocurrido en el Área Metropolitana: “El principal problema a partir de abril y mayo fue el retorno de los viajeros. En el momento de mayor restricción ingresaban al país miles de personas que podían traer al coronavirus para acá y no se ejercía ningún control. Solo se pedía que estuvieran 14 días aisladas. Pienso que se podría haber previsto”. Para el especialista, los errores en la gestión se combinaron con hábitos de ciertos sectores sociales –especialmente clase media-alta– que consideran que están “muy por encima de la ley” y que como no acostumbran a respetar ninguna normativa tampoco cumplieron las de cuidado. “Esto se conjugó con el uso de la fuerza estatal de un modo inequitativo: mientras se cerraba Villa Azul se hacía la vista gorda con las fiestas y encuentros en Recoleta o Palermo. La fuerza siempre se aplica contra el más vulnerable y nunca contra el que tiene más poder. Esta lógica con la pandemia fue catastrófica porque el problema provino de los sectores acomodados que viajaron al exterior”, dice.
Al ingreso de un montón de personas y a la falta de control, también se sumó el factor cultural (que implica modos de contacto distintos a los que se tejen en países escandinavos) y, por último, el bombardeo mediático liderado por un sector de la oposición a las medidas de cuidado a partir de la implementación de discursos de negacionismo implícito y explícito. “Todo junto combinado hizo que la curva del AMBA jamás descendiera. Así fue cómo se carcomió la confianza y se llevó a cabo un proceso de gradual abandono de las prácticas de cuidado por parte de la ciudadanía. Es lógico que estemos en los primeros lugares de muertes por millón de habitantes”, remata Feierstein.
Estrategias: pacto social, rastreo y cuarentenas intermitentes
Lo primero que hay que afinar, desde el punto de vista de los especialistas, es la comunicación. Se pueden realizar actividades, pero hay que difundir con lujo de detalle cómo es que se minimizan los riesgos. “Si se van a tomar medidas de restricción, lo primero que hay que hacer es aclararle a la gente por cuánto tiempo serán, describir con claridad la situación de emergencia en la que estamos y que cuentan con un objetivo muy claro. Del mismo modo, también hay que trabajar muy fuertemente la flexibilización, es decir, en lugar de prohibir reuniones, hay que puntualizar que todo encuentro social implica un riesgo y que se puede reducir teniendo ciertas precauciones”, precisa Quiroga.
Al respecto, opina Feierstein: “Hay que explicarle a la población cómo hacer las cosas en la nueva normalidad. No solo mucha gente no entiende la gravedad de la situación sino que tampoco sabe cómo actuar. Entonces googlean y las hacen como les parece. Están los que toman dióxido de cloro y los que inventan sus propias reglas. Falta una política unificada en este punto”. Para ello propone repasar la experiencia acumulada con el HIV y plantea la posibilidad de una “profilaxis social”. “Con este virus aprendimos que a la gente no se le puede decir que deje de tener relaciones sexuales porque ello no va a ocurrir. En cambio, lo que sí se puede hacer es construir un sexo seguro. Fue una campaña que se prolongó durante muchos años, pero pienso que nos puede servir. Ahora necesitamos que nuestros encuentros sociales sean seguros”.
En este punto, el aire libre, el barbijo y la distancia social continúan siendo las premisas que no pueden faltar en ninguna ecuación. “Si la reunión se realiza adentro hay que ventilar muchísimo los espacios. Con el verano hay un problema más que se vincula con el aire acondicionado. Cuando se encienden, la gente suele cerrar todo para que el frío se conserve. El asunto es que también se conservan los aerosoles y las chances de contagio crecen”, destaca Quiroga. En este marco, recomponer la confianza en la palabra pública al momento de acatar las restricciones necesarias debe ser un objetivo de máxima. “Debemos reconstruir ese contrato social entre la sociedad y el gobierno, que estamos todos y todas tirando para el mismo lado. Eso permitirá bajar los casos y reducirá las chances de nuevas restricciones, que es lo que nadie quiere”, enfatiza el bioinformático.
“Lo que es muy paradójico es que se habla de la cuarentena más larga del mundo pero en realidad nunca pudimos respetarla. Las cuarentenas deben ser estrictas pero no muy extensas”, afirma el sociólogo. Desde aquí, el planteo de Rodrigo Castro (UBA-Exactas) puede ser esencial: propone el establecimiento de aislamientos planificados, intermitentes y selectivos, esto es, analizar ciudad por ciudad cuál es la situación y establecer un cronograma de cierres y aperturas, confinamientos cortos y manejables que no planchen la economía. Otro problema es el testeo insuficiente. Aquí lo que debe modificarse desde el punto de vista de los expertos es la carátula. Del equipo conformado por Quiroga, Aliaga y Echenique, entre otros, proponen que deben considerarse enfermas de Covid a todas las personas que tengan síntomas compatibles aunque no den positivo. “Cuando alguien tiene síntomas compatibles con Covid debe ser contemplado como Covid positivo, porque lo más probable es que sea Covid positivo. Así, todos los tests que se ahorran pueden ser aprovechados para flexibilizar las condiciones de acceso al testeo, o bien, para emplearlos en estrategias de vigilancia activa”. Un ejemplo son los testeos de pooles a contactos de contactos, a personal esencial y a grupos que, por las actividades que realizan, están más expuestos. “Hay muy pocas provincias que han hecho bien el rastreo de contacto y en la escala necesaria para que funcione. La mayoría que lo hacen llegan tarde y se realizan luego de seis o siete días, cuando sus contactos ya infectaron a otros, con lo cual, no se llega a prevenir ningún contagio”, remata Quiroga.