La memoria no es un proceso de acumulación cerebral de datos. Es una continua reinterpretación que requiere de muchas vueltas y de un contexto colectivo que inscriba cada una de esas vueltas en un avance de comprensión de las tensiones vigentes en nuestra vida cotidiana.
Pero sobre todo ese proceso solo es posible entre quienes se dijeron “Nunca más mirar para otro lado”. No alcanza con decir lo políticamente correcto, estar contra la “interrupción institucional” en abstracto, decir que está mal secuestrar, asesinar, desaparecer personas y repetirlo cada año como conmemoración informativa.
Y “mirar para otro lado” no es solamente aquello que sucede frente al horror. También lo es hablar de ecología en abstracto y desconocer el profundo ecologismo arraigado en la cultura de los llamados pueblos originarios. No se puede recordar la campaña del desertificador general. Roca, honrarla a ella y a él y decir en abstracto que los mapuches tienen derechos humanos. Sobre todo cuando se repite que en la actualidad se los quiere desaparecer en nombre del progreso. Ese que nuevamente consiste en sacarles sus tierras para dárselas a empresarios que, igual que en el siglo XIX, van a progresar sólo ellos.
El proceso que permite arribar a un tiempo de comprender incluye siempre un avance y una pérdida: debe perderse la versión oficial incorporada desde la infancia para poder por fin construir una versión de los hechos que nos permita orientar en nuestro saber actuar actual.
¡Que fracaso del pensamiento europeo en comprender el nazismo cuando se lo asocia exclusivamente a uniformes negros, pilas de judíos masacrados, y locura hitleriana! Europa no va a existir más que una unión monetaria ligada al mundo financiero, mientras no empiece a saldar su cuenta con su historia. Nadie se siente europeo. No puede haber relato fundacional de una supuesta identidad europea mientras no se reconozca que esa identidad asienta en los lager.
Y nosotros somos occidentales. Quiere decir que Antígona nos sigue diciendo que sin tumbas no hay vida en el sentido humano. No es lo mismo un muerto en acción de guerra aunque no se pueda encontrar su cadáver que aquel a quien se le niega sepultura como política de estado. Hay tumbas al soldado desconocido, pero desconocido no es desaparecido.
Primo Levy cuenta que un oficial alemán en momentos en que ya se veían derrotados les dijo a los presos de un campo de exterminio que todavía sobrevivían que ellos de cualquier modo eran perdedores porque cuando quisieran contar lo que vivieron, nadie les creería. Tanto horror no sería creíble. Por eso Eisenhauer se adelantó y mandó fotógrafos a los campos recién recuperados para que nadie pueda decir que eso no pasó o que pasó más o menos o que no fueron seis millones o que era el curro de los judíos.
El Cuerpo de Antropología forense hace un tiempo que se ocupa de rescatar y estudiar los restos enterrado en los tiempos del terror: libros, discos y todo tipo de objetos que hablan de aquellos a quienes se hizo desaparecer. No se trata solo de sus cuerpos. Se trata de saber leer en cada hueso, en cada libro enterrado, un pedazo de historia colectiva. Es obvio que cuando decimos “desaparecido” no estamos hablando de un señor con demencia senil que se fue a caminar y nunca se lo encontró. Estamos hablando de desaparecedores. Cierto, pero también estamos hablando de los que mirando para otro lado posibilitaron necesariamente el accionar de esos desaparecedores. Los nazis efectivamente fueron “un reactivo precursor” que exterminaron, pero dejaron puntillosas listas y una historia capaz de hacernos pensar una y otra vez, mientras seguimos preguntándonos ¿¡Cómo pudo pasar?! Porque sabemos que si puede volver a pasar, pasará. Aunque bajo otras formas, con otra estética.
Eichman decía que él sólo cumplía con su deber como Jefe de ferrocarriles. ¿Porque es diferente un científico joven, que trabaja en Silicon Valley investigando la fabricación de un microchip sin preguntarse en qué ojiva será utilizado ni contra quién estará dirigido, que el jerarca nazi? El muchacho es progre, fuma porro, es pacifista, pero su trabajo es su trabajo. El mismo se horrorizaría frente a esta comparación.
“Con la humanidad nació el crimen” dijo Freud, pero con el nazismo nació el “mirar para otro lado”. Y se transformó en el clima diario de la llamada subjetividad posmoderna. Como si después de tanto horror hubiéramos pedido a gritos ¡No queremos saber de nada! ¡No me obliguen a mirar! Hasta las terribles masacres en Siria, Irak, Palestina transcurren sin imágenes televisivas. Hasta los protagonistas ven el efecto de sus bombas desde sus “videojuegos” montados en aviones muchos más destructivos que los de los nazis. En eso se ha progresado. Los soldados alemanes que no podían seguir fusilando mujeres y niños en Rusia estarían agradecidos a la tecnología que les permite mirar para otro lado mientras masacran pueblos enteros escuchando por sus auriculares música rock. No es tan fácil matar ni masacrar para ningún ser humano... pero están los drones.
La Iglesia prestó enormes servicios para dar sentido a las masacres y aliviar a los masacradores. Hoy, que ya nadie cree en nada, la tecnología ocupa ese lugar, no ya el de dar sentido, pero sí de evitar los efectos devastadores que ese “sin sentido” radical produce. No necesita hacernos creer en el sentido de estos genocidios diarios, sino que nos hace creer que no inciden un nuestra vida. Podemos seguir consumiendo tranquilos, o quejarnos de no poder consumir tranquilos, pero siempre tranquilos. Ese es el horror: podemos estar viviendo la Tercera Guerra Mundial en cuentagotas, sin hablar de los horrores de la guerra. Esta es la novedad del siglo XXI.
Siempre se dijo “matar con la indiferencia”. Sería mejor decir que la indiferencia mata. Por eso podemos escribir sin temor a exagerar que nazismo es igual a la novedad decimonónica del mal banalizado y desde allí entender en esa clave lo que nos importa. Hoy el riesgo no es el antisemitismo, es la indiferencia tal como lo fue ante la persecución racial en el siglo anterior.
Este año la marcha del 24 de marzo no fue sólo conmemorativa. Dejó oír un grito desesperado contra la indiferencia. Y lo dejó oír ahora porque hubo doce años un Estado que escuchó. Que permitió diversas formas de inscripción simbólica. Porque hubo quien se consideró parte de una generación diezmada y también eso quedó inscripto en un discurso presidencial.
Por eso estas líneas responden a los que dicen que los derechos humanos no tienen dueño. Queremos decir que sí tienen dueños. No sólo las organizaciones de derechos humanos, las Madres, Abuelas e Hijos, sino el gobierno que desde el Estado pidió perdón y escuchó ese grito. Por eso esta marcha fue de todos y al mismo tiempo fue K. Hasta los radicales que podrían recordar con razón el juicio a las Juntas, sí estuvieron en la Plaza, quedaron del lado de quienes gritaban “Volveremos” y no del de Gerardo Morales.
Nunca hasta este 24 de marzo se pudo articular colectivamente del modo en que se hizo hoy las cuestiones de nuestra historia reciente. Sin esa articulación la necesidad de comprender la actualidad se vuelve irrisoria. Se pudo relacionar desaparecidos, dictadura, empresariado con nombres y apellidos en un discurso colectivo, es decir ya inscripto como patrimonio de nuestra historia. Por eso ya es posible saber en un sentido fuerte a qué se llama delito de lesa humanidad –aquel en el que se atentó sistemáticamente contra el fundamento mismo de la humanidad tal como la entendemos desde hace milenios–. Videla no fue Charles Mason. No podemos hablar del “comprensible dolor de las madres que perdieron a sus hijos” en el mismo plano que se comenta una noticia policial. Eso no solo es no entender el dolor, sino que es ningunearlo. El dolor es político y se entiende desde la política.
* Psicoanalista.