“Desde Sam Cooke señalando, entre notas, A Change Is Gonna Come en 1964, hasta Aretha Franklin demandando Respect -himno por partida doble, tanto de los derechos civiles como del movimiento afrofeminista-, la música ha hecho posible que sonaran fuerte y claro las demandas de la comunidad negra en Estados Unidos, en un contexto racista, lleno de tensiones. Para prueba, el grupo N.W.A. cantando contra la brutalidad policial Fuck tha Police en los 80s…”, arremete la francesa Sophie Rosemont en el reciente Black Power: L'avènement de la pop culture noire américaine. Apasionante libro donde esta escritora y periodista, habitual colaboradora de Rolling Stone, Vanity Fair, Vogue y Les Inrocks, muestra el hondo compromiso social y político de artistas afronorteamericanos a través de sus vidas y obras. Un tema decididamente vigente por razones más que evidentes en el caldeado clima del país del norte…

Nótese que, muy recientemente, a “votar como si nuestra vida dependiera de ello porque, en efecto, lo hace”, llamaba Beyoncé nomás recibir el premio a filántropa del año durante los BET Awards. Las elecciones, decía la Queen B, “son esenciales para desmantelar el sistema racista y desigual”. Un mensaje multiplicado por las voces de Alicia Keys, Lizzo y un largo etcétera de músicas afro, que tienen la esperanza puesta en la fórmula Biden-Harris este noviembre. “Si dejamos que Trump siga en el poder, estaremos apoyando políticas racistas, alentando a los supremacistas blancos, poniendo las vidas negras y marginadas en peligro cada día”, fue rotunda la actriz, cantante y compositora Janelle Monaé, haciendo honor a una larga tradición sobre la que, dicho está, vuelve Rosemont en Black Power, que acaba de editarse en el país que Joséphine Baker adoptara como propio.

Una larga tradición que se manifiesta, por caso, en la cita como reivindicación y homenaje. Y es que, conforme advierte la documentada Rosemont, “la cultura pop se alimenta del pasado, que es el principio mismo del sample en hip hop, donde es posible trazar múltiples referencias en las pistas. Algo que también se observa en el trabajo de Solange Knowles, de la misma Beyoncé o de la violinista Sudan Archives que, aunque menos conocida, toma elementos de la cultura negra y de la música clásica para arribar a sonidos francamente sorprendentes”. El rap LGBTQ+ actual, da otro ejemplo Sophie, está fuertemente influenciado por el Renacimiento de Harlem, ese rompedor movimiento cultural de los años 20s que revolucionó el jazz, la pintura, las letras. Allí floreció la alucinante Gladys Bentley, drag king pionera que -ataviada en impoluto esmoquin blanco- devino popularísima intérprete de blues, dicho sea de paso.

Rosemont no solo se centra en la música, aunque -entendiendo su rol vital- le da el espacio que se merece, deteniéndose en composiciones soul, jazz, hip-hop, funk, etcétera. En su enjundioso rastreo de la década del 50 hasta nuestros días, refiere a la literatura a través de figuras indispensables como James Baldwin, Toni Morrison o Maya Angelou; a las artes visuales (desde el pintor Kerry James Marshall hasta el fotógrafo Jamel Shabazz); a la pantalla chica y grande (por caso, las películas de blaxploitation)… Obras que, a decir de la francesa, “han ayudado a la comunidad negra a lidiar y afrontar una cotidianidad complicada y dolorosa. Como explica Rashida K. Braggs, especialista en estudios culturales afro, las artes y el deporte tienen otra resonancia porque, en muchos casos, es un lugar de amparo, además de un medio de supervivencia, para ganarse la vida, para conseguir becas”.

Beyoncé

En miras de su libro pasado (el celebrado Girls Rock, de 2019, donde la escritora hacía minucioso repaso de grandes rockeras que lograron un lugarcito en la escena a los codazos), no extraña que en este último trabajo también ponga la lupa en mujeres descollantes y comprometidas, algunas injustamente olvidadas. Escribe, entre otras, sobre la dramaturga Lorraine Hansberry, primera mujer negra en tener una pieza teatral representada en Broadway. Su exitosa obra Un lunar en el sol, de 1959, protagonizada por Sidney Poitier, contaba la difícil realidad de una familia humilde en el Estados Unidos segregacionista. Rescata también a la escritora, cineasta y activista por los derechos civiles Kathleen Collins, que creó personajes femeninos complejos, creativos: bailarinas, diseñadoras, profesoras que hacen malabares entre el laburo, el matrimonio, la maternidad. Recupera a la enorme cantante de góspel Sister Rosetta Tharpe, tenida por madre del rock, “que enchufó la guitarra antes que nadie, en los 30s, devino referente para figurones como Elvis, y aún así recién fue incluida en el Salón de la Fama hace apenas dos años”. O a la extraordinaria Big Mama Thornton, que a pesar de haber compuesto Ball and Chain, track que popularizaría Janis Joplin, siempre quedó a la vera del reconocimiento que hubiera merecido. Vuelve sobre la todoterreno Betty Davis, lamentando cómo, aun habiendo hecho estupendos discos funk y soul, es conocida como la “esposa de” (Miles Davis)… con quien solo estuvo casada un año. 

Lorraine Hansberry