¿Acaso los vampiros podrían contagiarse de covid? Al menos, estos vampiros no están seguros, pero se imaginan que pedirían un montón de envíos de todo tipo para alimentarse de los repartidores. Quizás, ni les importaría el virus. Ya habrían presenciado demasiadas pandemias a lo largo de su vida eterna. Simplemente dirían: oh, bueno, otra vez toda la comida está guardada en cuarentena, los vírgenes no asisten más a las fiestas. La discusión parece absurda, aunque bastante pertinente cuando la protagonizan los actores de What We Do In The Shadows en el panel de la última Comic Con de Nueva York. Con su —muy exitosa— segunda temporada a cuestas y sus ocho nominaciones al Emmy, últimamente esta delirante comedia sobre vampiros europeos y sus aventuras absurdas en el nuevo mundo se ha vuelto un número puesto en los especiales de entrevistas pandémicas. Todos quieren saber un poco más sobre ellos, tanto así, que incluso el todopoderoso escritor Neil Gaiman, especialista en el género fantástico, salió a quejarse por la corta duración de los capítulos de la serie.

Spin-off de la película neozelandesa homónima de 2014, What We Do In The Shadows empezó con su encarnación como serie de televisión el año pasado. Se trata de un documental falso a la manera de The Office, que sigue la vida cotidiana de cuatro vampiros en Staten Island, Nadja, Laszlo, Nandor y Colin, y la de su sirviente latino, Guillermo de la Cruz, un joven que sueña con convertirse en vampiro pero que de a poco descubre que podría ser un descendiente de Van Helsing. Según este documental, la mala noticia es que los vampiros realmente existen y viven entre nosotros. La buena noticia es que están tan aburridos y son tan torpes como el resto de los vivos. Ni criaturas glamorosas y esquivas congeladas en otra era, ni adolescentes enamorados como los de Crepúsculo, simplemente un grupo de vampiros más bien perdedores y desadaptados que comparten una casa en el peor sector de Nueva York. “Estos vampiros son extranjeros, pero no sólo vienen de un país diferente, sino de un tiempo diferente. Su casa es como una máquina del tiempo que no cambia cuando el mundo cambia a su alrededor", explicó Kayvan Novak, que interpreta a Nandor, un vampiro de 700 años, antiguo guerrero del imperio otomano, que es incapaz de hipnotizar a sus víctimas.

Dicen los creadores de What We Do In The Shadows que su inspiración inicial fue la capacidad inagotable que tienen los humanos para guardar rencores. Todo el mundo recuerda algunos asuntos de forma implacable, sin importar el paso del tiempo. Ellos quisieron imaginar el tedio eterno de retener los recuerdos durante siglos y milenios. Aunque en clave comedia. "Sabíamos que queríamos hacer un documental falso y muchos de los que veíamos se trataban de asuntos de la vida cotidiana. Nosotros pensamos que sería hermoso inventar un documental sobre algo totalmente imposible pero tratarlo como si fuese real", dijo el neozelandés Jemaine Clement, co-creador de la película —ahora, guionista y productor de la serie—, junto a su dupla Taika Waititi. Originalmente, el proyecto había sido dirigido y protagonizado por ambos en 2014. La locación de la película era Wellington, Nueva Zelanda, su país natal, y el asunto era más o menos parecido: un documental falso sobre un grupo de vampiros de diferentes épocas, que compartían un piso y tenían aventuras tan mundanas como las peleas domésticas por la poca higiene de los cadáveres desangrados dentro de la casa, los escozores con el clan de hombres lobo de la cuadra, o los problemas con una policía local inepta que nunca entendía bien lo que ocurría dentro de esa casa. La película fue un éxito y gracias a ella Waititi logró desembarcar, primero, en el Universo Marvel, con la decididamente cómica Thor: Ragnarok —acaso la mejor de Marvel— y después, directo a los Oscar con su apuesta autoral, Jo Jo Rabbit. Clement, por su parte, ya era bastante conocido por su muy memorable serie musical transmitida por HBO, Flight of the Conchords.

Es como si, por su lado, What We Do In The Shadows hubiese continuado su propio recorrido vampírico. Esta nueva serie no es siquiera su primera sobrevida, apenas un segundo spin-off. El primero, Wellington Paranormal (2018), —muy digno de verse para continuar con el fanatismo— fue producido y emitido en Nueva Zelanda. Dos temporadas de una serie documental que sigue a los vampiros, sino a los policías desconcertados por la creciente actividad paranormal en su tranquilo barrio. Ahora, con su encarnación definitiva, los neozelandeses parecen haber plantado su bandera total en Estados Unidos. Quizás por el tedio del aislamiento en el que fue estrenada, quizás porque es una especie de milagro en un mar de series más bien afectadas, la producción de los vampiros perdedores redobló su audiencia en esta segunda temporada y dejó de ser la joya desconocida de Fox —donde, recién desde el mes pasado, el público hispanoparlante también puede verla— para convertirse en un pequeño suceso que ya anunció una tercera entrega.

Ahora, la locación no es Nueva Zelanda, sino Staten Island, Nueva York. La comedia es absurda pero los efectos especiales son tan serios como los de una película de terror de alto presupuesto. Los cameos van desde Mark Hammil a Tilda Swinton, pasando por Danny Trejo a Benie Feldstein (la estrella de Booksmart). La lúgubre canción de la intro, “You’re Dead”, interpretada por la olvidada cantante de folk Norma Tanega, es tan pegadiza que amenaza con pasar a la posteridad. Y los vampiros, claro, son interpretados por un fresco cast de actores sin trayectoria en norteamérica: el inglés con ascendencia iraní Kayvan Novak, la chipriota Natasia Demetriou, Harvey Guillén, hijo de migrantes mexicanos en EE.UU., el inglés Matt Berry, y por último, Mark Proksch. Éste sí, bien americano. De hecho, quizás el gran hallazgo de la serie sea su personaje: Colin Robinson, oficinista y vampiro energético, es decir, un hombre que camina a plena luz del día y que no se alimenta de sangre humana como el resto del clan, sino de la energía que obtienen aburriendo a sus víctimas hasta la muerte. “Yo creo que durante la pandemia, mi personaje sería un anti-cuarentena. Así se alimentaría. Entrando a cualquier negocio sin barbijo y diciendo ¡Este es mi derecho constitucional!, o siendo administrador de un montón de reuniones de zoom”.