Los nombres en esta historia han sido modificados amparándome en la Teoría de la Oscuridad.
No era fácil comprar algo para fumar en los ochentas, mucho menos teniendo dieciséis años. No había deliverys ni zapatillas colgadas en el cable de la luz. Mi amigo Claudio Computadora me llevó a conocer a su tío que se dedicaba al viejo arte de la venta de pasto. El protocolo era estricto; se debía entrar a la casa, sentarse, charlar un rato, fumar algo y tal vez, si es que había afinidad, se podía realizar la transacción. Ah, y cuando te ibas había que decir “Mató, loco”. El Tío Pasto y su compañera Mariela Amiga de Pasto estaban en la cama cual Lennon y Yoko. Miraban mi remera de Pink Floyd. Miraba yo a JohnyYokoPasto. Miraba Claudio al techo.
--¿Te gusta Floyd? -me preguntó Mariela Amiga de Pasto.
--Me re copa.
--Entonces tenés que escuchar a los Residents. Es un escalón más arriba de lo más arriba.
Salí a la calle victorioso con mi paquetito de papel de diario y me olvidé de la recomendación.
Una cantidad enorme de segundos después me vi envuelto en una pelea barrial entre dos bandas, de esas reyertas que eran más una promesa que una concreción. En el bando contrario al mío estaba Diego Becerrete --amigo que aún conservo por fuera de la lata-- no se lo veía muy preparado para una pelea, llevaba abajo del sobaco un LP que cuidaba más que a su vida. Cuando los ánimos se apaciguaron, me acerqué a él y le pregunté que era lo que tenía debajo del brazo
--El Tercer Reich in Roll, Los Residents, no vas a escuchar nada parecido. Y me sonrió levantando solo una comisura.
Subimos a mi departamento del Hogar Obrero de Jonte y Lamarca a escuchar. Tenía razón.
Para entender claramente lo que sentí al escuchar eso, habría que entender el esfuerzo que significaba para la industria discográfica hacer una placa de vinilo, así como también lo difícil que era grabar en un estudio. Yo suponía que cuando una compañía y un artista coincidían en una producción se trataba de hacer lo mejor posible y que cuando se ponía un disco se iba a escuchar música, de la misma manera que si vas a una carnicería vas a comprar un churrasco. Poner la aguja de un tocadiscos en un disco de Los Residents era como pedirle al carnicero un kilo de cuadril y que el hombre sacara de la heladera un reptil cantando boleros vestido de smoking.
The Third Reich in Roll manifiesta que el rocanrol es un estilo que no permite la improvisación, que resume su idea en tres minutos, que repite obsesivamente una consigna (estribillo) y que por lo tanto es un estilo fascista. Este disco contiene, además de cientos de deliciosos paisajes sonoros dadaístas, versiones de clásicos del rocanrol declamados como discursos de Hitler o Goebbels. La versión de "Satisfaction" es mi debilidad.
En el trece efe de una de las torres altas del Hogar Obrero, mientras Diego Becerrete reía y vociferaba, yo no me decidía si me gustaban o no esos niños irreverentes de jardín de infantes despedazando los instrumentos de juguete con su maestra jardinera aterrada. Lo que si sabía era que no me los iba a olvidar nunca más. Surrealistas, dadaístas, avant gardosos, los usamos como escudo y manifiesto durante nuestra adolescencia. Poner una distancia entre el mundo apelando a unos tipos vestidos con cuero y tachas, o a unos ingleses con peinados mohicanos, o a flequilludos con bultos marcados y drogas cayéndoles de los bolsillos era fácil, pero escudarse en cuatro tipos con globos oculares en vez de cabezas, era más complicado. En las fiestas, esperábamos el momento de copar el tocadiscos y despacharnos con una de las maravillas que producía este grupo de Lousiana devenido en californiano. Siempre se generaba un ambiente único al cuál le sumábamos un discurso plagado de frases a la Boris Vian o a la Alfred Jarry. La gente no sabía lo que pasaba. Se desesperaban y caían victimas de una extraña influencia. Algo subyacía. Algo perturbaba todo.
Una noche, en plena epidemia de robo de estéreos, paramos un taxi con Diego Becerrete y El Habitante Permanente.
--Perdón, ¿tenés stereo?
--¿Qué me lo vas a robar?
--No, es que ya que vamos a gastar en un taxi, queremos escuchar música.
El hombre luego de dudar bastante, accedió.
Le pasamos un TDK rojo y The Commercial Album comenzó a sonar.
A las tres cuadras frenó.
-Bájense, pibes. Esto es demasiado.
The Commercial Album es un disco de 40 canciones de exactamente 1 minuto. Según los autores fue concebido para copar todo el top 40.
“Quítale el relleno a una canción pop y te van a quedar solo sesenta segundos.”
“La canción norteamericana por excelencia es el jingle.”
No se guardaban nada. Como mi amigo patafísico Nicolino Ryad, que me llamó de madrugada para que vaya urgente a su casa. Yo le había prestado Eskimo --un disco documental apócrifo sobre la vida de los esquimales-- y Nicolino, aterrado, no se animaba a acercarse al tocadiscos.
Me acuerdo cuando los vi en New York cuando aún el año 1999 no era hace dos mundos atrás e increíblemente quedaban “tickets” para verlos. El público se parecía mucho al de El Dorado o Nave Jungla en los noventa, ancianas punks, funcionarios cocainómanos, fabulosas drag queens y gente disfrazada de oso.
En el 2015 vinieron por única vez a Buenos Aires, tocaron en Niceto. Junto a Diego Becerrete y El Príncipe Valiente habíamos pasado una era cuestionando su existencia y sin embargo, ahí estaban. A la salida me encontré con el artista todo terreno Ian Kornea, nuestras miradas decían, ¿vos también acá?
Y somos muchos mas. Entre nuestra patota también se encuentra Matt Goering.
El grupo promovía la Teoría de la Oscuridad, según la cuál, el nombre y la personalización de un artista en la obra de arte bartardiza el hecho y extorsiona al observador. Dicen que George Harrison fue Resident, dicen que Laurie Anderson, dicen que Andy Partridge, dicen que Lennon, dicen que no son cuatro sino uno, dicen que cualquiera, cualquiera es un Resident.
Algunos como KISS lo intentaron y fallaron. En la fauna local Piñón Fijo fue un buen ejemplo, pero duró poco. Habría que incluir a los cumbiero Cau, ¿alguien sabe si se desenmascararon?
Cualquiera de nosotros podría ser uno de esos seres.
Solo habría que cubrirse el rostro.
Pero no por temor.
Por amor al arte.
Pienso que es muy difícil advertir la influencia del grupo en mi propia obra, no quiero desilusionar a ningún Cabeza de Ojo con googleo automático.
Sin embargo, ¿por qué me siento tan influenciado? En la creación y el aprendizaje vamos construyendo una estructura férrea en la que los prejuicios y el descarte de ideas son una herramienta. Somos esclavos de varios tipos de lenguajes; los propios, los coyunturales, los históricos, los publicitarios, los correctos y tantos otros. Los Residents, aún hoy, y creo que, para siempre, me van a mantener cerca del juego y de la absoluta libertad creativa. Me van a hacer seguir buscando la perfecta elocuencia de Maggie Simpson.
¿Mi tema? "Mujer Oriental" de The Commercial Album. “Hoy vino una mujer oriental/ Y se llevó a mi esposa/ Se la llevó a través de una puerta abierta/ Hacia el más allá”
Federico Marquestó es guitarrista, compositor, productor , letrista y cantante. Fue director de El emporio de la impericia. Creador junto a Pablo Marchetti de Conjunto Falopa. Escribió música para obras de teatro Niños del Limbo, Pundonor y Adela duerme serena, entre otras. Actualmente, además de producir en su estudio Kioto trabaja en los discos debut de Un Bar en Tokio, su proyecto tanguero y Bagre Amariyo, su proyecto rockero.