En 2003, durante el pontificado de Benedicto XVI y por su indicación, la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), emitió un documento acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales en el que se afirmó que “reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad”.
Desde que asumió la conducción de la Iglesia Católica los pronunciamientos de Francisco se fueron alejando de aquella perspectiva que sostenía el “comportamiento desviado” hacia una mirada más pastoral, cercana y acogedora hacia las personas homosexuales. Una posición coherente con la actitud de apertura al diálogo con la sociedad toda --también con quienes la Iglesia Católica mantiene diferencias-- sostenida por Jorge Bergoglio desde que se instaló en Roma.
A poco de asumir, en julio de 2013, Francisco ya se diferenció de su antecesor evitando toda condena hacia las personas gay. Y ahora, en un vuelco discursivo y simbólico de gran significación, el Papa da un paso más para reconocer el derecho a las familias constituidas por homosexuales y reclamar su protección legal.
En bien de la precisión hay que señalar que Bergoglio no está equiparando unión civil con matrimonio. La Iglesia solo reconoce el matrimonio entre varón y mujer y lo hace a través de la unión sacramental. Sin embargo, lo que ahora manifiesta el Papa expresa una actitud que en el fondo es muy similar a la que inspiró la encíclica Fratelli tutti: el reconocimiento de la diversidad que habita en la sociedad y que también se expresa en diferentes modos de entender, en este caso, la familia. Francisco no deja de lado sus convicciones para manifestarse, pero tampoco se instala en el lugar de la verdad y de la única verdad, sino que dialoga y acepta lo diferente, lo distinto, lo diverso.
Hay que dar por cierto que lo sostenido ahora por el Papa no caerá bien en los sectores más conservadores de la estructura eclesiástica. Francisco lo sabe, seguramente ha medido los riesgos y se prepara para nuevas ofensivas en su contra. Para los más progresitas lo hecho seguirá resultando insuficiente y, seguramente, le reclamarán por otros temas no resueltos, como la igualdad de la mujer en la Iglesia.
La posición adoptada implica también tomar distancia de la idea de una Iglesia amurallada y cerrada sobre sí misma, para ofrecerse como una comunidad de puertas abiertas, dispuesta a acoger a los y las diferentes sin pedir adhesiones incondicionales. O como lo señalan algunos teólogos, una iglesia que pretende ser verdaderamente “católica”, es decir, universal.
La actitud de fondo que habilitó el pronunciamiento sobre las uniones homosexuales, puede transformarse también en el atajo para un debate no saldado en la Argentina sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Una discusión para lo que se aproximan tiempos calientes. No es de ninguna manera previsible que la Iglesia Católica abandone su posición doctrinaria en contra del aborto, algo que además el Papa sostiene con firmeza. Pero sí se puede pensar que, aún reafirmando sus convicciones, los obispos no enciendan hogueras en contra de quienes están a favor del aborto.