“El trabajo psicoanalítico con parejas es irremediablemente difícil. No es sencillo saber qué quieren ellos, los protagonistas, con frecuencia agobiados por la ambivalencia. Tampoco es fácil para el analista llegar a alguna conclusión sobre qué sería lo mejor, es decir, en qué dirección orientar la proa. Sin embargo, las parejas insisten en pedir ayuda, y nosotros en ofrecerla”. Estas palabras pertenecen al psiquiatra y psicoanalista Miguel Alejo Spivacow --fallecido este año--, y son las que dan comienzo a su libro Amores en crisis. Intervenciones psicoanalíticas con parejas (Editorial Paidós), donde el autor brinda un mapeo en los modos de encarar las terapias vinculares.
¿Qué caracteriza a una terapia psicoanalítica de pareja? ¿Qué la diferencia, en principio, de otras modalidades de tratamiento de pareja? ¿Qué hace que dos sujetos enfrentados concurran a una entrevista de pareja? ¿Qué los mantiene en un proceso “terapéutico” en donde se les proponen cambios en su modo de ser y relacionarse? ¿Cómo se construye una “alianza de trabajo” con un profesional? Son preguntas que el autor va desgranando a lo largo de las 237 páginas que componen su estudio. Spivacow señala que los temas y conflictos que se analizan en una terapia de pareja son, en principio, los mismos que se abordan en cualquier psicoterapia: las cosas que angustian a los seres humanos. Pero si el encuadre elegido es el de “pareja” seguramente se va a trabajar específicamente en los problemas vinculares, aunque también se puede deber a que vienen fracasando los tratamientos individuales.
Muchas parejas piden ayuda porque tienen enfrentamientos entre sí, desencuentros y/o aislamientos dolorosos. En otros casos, se trabajan adicciones o depresiones que uno de los dos miembros no se siente motivado para tratarse. Para el analista nunca está del todo claro qué es lo que trae a la consulta a una pareja debido a que puede haber ocultamientos, amantes, mentiras y secretos de los que el analista no se entera. Y parte de la dificultad de la clínica tiene que ver con que consultan en medio de una crisis o cuando ya casi está decidida la separación. Así y todo, Spivacow asume los riesgos y describe algunas de las tantas maneras en que un terapeuta interviene en un tratamiento de pareja de orientación psicoanalítica, dejando en claro que las intervenciones nunca constituyen reglas universales.
Uno de los aspectos a tener en cuenta es el del diagnóstico sobre la demanda (los motivos manifiestos de la consulta), el modo de vincularse y los perfiles psicopatológicos de los partenaires. También interesa el contexto cultural, social, jurídico, religioso y político. Las consultas de sujetos psicóticos son menos frecuentes y es muy raro que ambos miembros lo sean, aunque el autor destaca que la pareja sana “es una entelequia que no existe”. Y más adelante solidifica este argumento: “El amor no es siempre una experiencia ‘sana’. Elegimos lo que nos gusta, no el amor sano”. Por eso el terapeuta debe ayudar a sufrir menos y a disfrutar a los partenaires y bajo ningún modo debe convertirse en un “inspector de salud mental”.
Las dos personas que consultan están en conflicto respecto del tema abordado. Frente a la intervención del analista, una de ellas puede sentirse ofendida o malentendida y la otra puede llegar a sentir todo lo contrario. “Es habitual que cuando el analista intenta esclarecer algo con X, Y intervenga con alguna crítica u opinión y dificulte la captación de X de las palabras del analista, o sea que, en términos deportivos, ‘embarre la cancha’”, subraya Spivacow.
También sucede que en el imaginario de muchas parejas el amor implica una complementariedad perfecta que no da lugar a desacuerdos, conflictos o discusiones. Pero lo cierto es que no hay ajuste perfecto en ninguna relación. En ese sentido, parte del trabajo terapéutico consiste en elaborar los conflictos que forman parte de la vida de pareja y que el estado de “media naranja” puede ser auténtico sólo en los momentos de enamoramiento. Por eso Spivacow es concreto: “Los tratamientos psicoanalíticos o psicológicos no modifican radicalmente la condición humana, apenas alivian algunos sufrimientos y ayudan a vivir mejor, lo que no es poco”.