“Con el retorno del crédito a 30 años las cuotas de un crédito hipotecario van a salir mucho más baratas que un alquiler. Esto es una verdadera revolución y tiene que ver con otra batalla que encaramos desde el principio de la gestión y que está empezando a rendir frutos ahora, después de una situación compleja y dura, que es la batalla contra la inflación. Si no hubiéramos encarado la batalla contra la inflación no podríamos hoy estar ofreciendo créditos a 30 años”, aseguró ayer el ministro del Interior y Obras Públicas, Rogelio Frigerio. El funcionario justificó de ese modo el lanzamiento de los hipotecarios indexados por inflación, aunque la suba de precios promedio el año pasado fue de 41 por ciento, la más alta desde 2002, y el Relevamiento de Expectativas Económicas del Banco Central, que contempla las proyecciones de las consultoras, prevé un 21,2 por ciento para este año, una cifra similar a la inflación base de los últimos diez años, pronóstico que se sostiene en el aumento de 3,8 por ciento acumulado solo en el primer bimestre.
Los créditos hipotecarios hasta 30 años que algunos bancos comenzaron a ofrecer esta semana son en pesos equivalentes a Unidades de Valor Adquisitivo (UVAs), las cuales ajustan por el Índice de Precios del Consumidor que elabora el Indec. Es decir, el banco ofrece un capital calculado en UVAs, las cuales evolucionan según la inflación, y además cobra una tasa fija de interés que oscila entre 3,5 y 8,5 por ciento anual según la entidad. Desde el 5 de abril de 2016 hasta ayer la cotización de la UVA trepó de 14,10 a 18,13 pesos, un 28,6 por ciento. Por lo tanto, si estos créditos se hubieran lanzado hace un año, en los primeros doce meses la persona habría tenido que afrontar un incremento de 28,6 por ciento del capital adeudado y, en el peor de los casos, 8,5 puntos adicionales de interés, redondeando un 37,1 por ciento, más del doble de lo que hay que pagar de interés por los créditos hipotecarios a tasa fija disponibles en el mercado.
La inflación del año pasado fue la más alta desde 2002 por la devaluación que aplicó el gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015. Si de ahora en más el dólar se mantiene relativamente estable es factible que el promedio de los precios minoristas vaya bajando como efectivamente prevén las consultoras. No obstante, la inflación base de los últimos diez años se ha mantenido en torno al 20 por ciento, cuando no hubo una devaluación que la acelere como en 2014 y 2016. Por lo tanto, eso significa que la deuda hipotecaria se incrementaría un 20 por ciento por la indexación de las UVAs, más el interés. De este modo, seguiría siendo sustancialmente más caro que los créditos hipotecarios a tasa fija.
Con la inflación en los valores actuales, el monto del crédito hipotecario indexado se iría incrementando de manera acelerada. El Central dejó trascender que si la inflación supera en un 10 por ciento a la evolución del índice de salarios, el banco debería ofrecer la posibilidad de extender el plazo del crédito. El interesado debería corroborar la existencia de esa cláusula al momento de tomar el préstamo, pero aún si figurara en el contrato no le pondría un techo al pasivo sino que extendería el plazo para cancelarlo. Además, la posibilidad de una devaluación del peso que dispare la inflación muy por encima del aumento de los salarios, como ocurrió el año pasado, siempre está latente, sobre todo en un período de 30 años, como muestra basta ver la historia argentina. Por último, si el crecimiento de esa deuda hipotecaria llegara a combinarse con una baja del precio de las propiedades, algo imposible de predecir, podría ocurrir que ni aún vendiendo la casa alcanzara para pagar el préstamo.
Frente a estos riesgos potenciales, la única respuesta que ofrece el gobierno es prometer que la inflación seguirá bajando. “Hay que esperar, pero estamos muy optimistas con que la inflación va a ir cediendo. Estamos finalmente empezando a torcerle el brazo a la inflación”, sostuvo ayer el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne.