Aquellos días de agite
“Ahora vas a un show y sacás dos mil fotos, tirando a lo pavote, pero antes había que arreglárselas con dos rollitos. Otro era el sabor, otro el atractivo… La fotografía analógica, con su grano, su textura, tiene algo inimitable; el punctum, diría el amigo Barthes”, explica el artista y docente Ricardo Wauters. Sabe bien de lo que habla: a mediados de los 70s, daba sus primeros pasos en fotografía retratando a sus amigos de juventud. Y no cualquier amigo, precisamente… Por esos días, en un sótano del Palomar, capturaba un hito del rock del oeste: la legendaria banda MAM, capitaneada por los hermanos Mollo. “Con Omar y Ricardo habíamos ido a la misma escuela. Ya no nos veíamos, porque viviamos un poco lejos. Hasta que una vuelta, volviendo a casa desde la estación de tren, pasé por la esquina de Nelson Page y Madariaga, donde ensayaban. No pude sino quedarme escuchando, ¡sonaban bárbaro! Cuando salieron, me contaron del grupo y me invitaron al ensayo siguiente”, recuerda Wauters, que no dudó en asistir la vez próxima con una “Voigtländer de visor directo, prestada y bastante viejita”. De aquel encuentro, algunas de las imágenes que acaba de publicar en redes, registro inédito de quien se convertiría en fotógrafo “oficial” de la banda en sus albores. “Mollito en una de los primeros conciertos de MAM en el cine Helios de Ciudad Jardín con su guitarra SG, que lo acompaña hasta la actualidad”, reza el epígrafe de otra pieza de la incitante serie, donde además pueden verse al bajista Raúl Lagos y al baterista Juan Domingo Rodríguez, de la formación original, y quienes los reemplazarían luego: el Cóndor Arnedo y el Juan Rodríguez “que venía de tocar con Sui Géneris y Polifemo”. Apenas el primer capítulo de la entrañable Trilogía del Rock del Oeste en la década del 70 que exhibe virtualmente Wauters “a partir de los negativos que han sobrevivido mis distintas mudanzas estas últimas cuatro décadas”. En el capítulo dos, disponible vía Facebook, otra banda de culto del hardrock local: la mítica El Reloj, a la que conoció a través de los Mollo en San Justo, y nomás verlos pensó: “¡Guau, estos son Deep Purple!”. Pegó buena onda con todos -Luis Valenti, Osvaldo Zabala, Eduardo Frezza, Juan “Locomotora” Espósito-, en especial con Willy Gardi “por unas botas de granadero que yo tenía y al chabón lo volvían loco, gustos en común que cimentaron una amistad”. Los negativos de esa y otras visitas se perdieron, no así las imágenes del Luna Park “que hicieron solos y con gestión independiente”, en septiembre del ’76. Como bonus track, Wauters postea además fotos que tomó a Trigémino en el auditorio del Colegio Ward, con una Claudia Puyó jovencísima, de 15, 16… Y promete una tercera y última entrega, dedicada a otra banda sin par, de Castelar: Plus. El año próximo, por cierto, acaso cumpla el sueño de la muestra física y el fotolibro; el nombre, lógicamente, será En el oeste está el agite. “Ya le pedí permiso a Ricardo (Mollo) para usarla, con quien seguimos hablando cada tanto. Se mataba de risa”.
Pisando demasiado fuerte
No hay medias tintas cuando de crocs se trata; la brecha parece ser insalvable entre quienes las tachan de esperpénticas, armando incluso grupos para despotricar contra su tosco diseño en redes, y quienes se han rendido inexorablemente a estas chanclas, por su inimitable -dicen- confortabilidad. Como sea, lejos quedó el susto de 2009, cuando casi se va a lona la empresa estadounidense detrás de estos zuecos plásticos: según voces en tema, hoy son instaladas favoritas, creciente su popularidad no solo entre aficionados a deportes acuáticos, su público original, o entre laburantes de hospitales y restaurantes, que las eligieron tempranamente para resistir largas horas de pie en el trabajo. Acorde a un reciente artículo de The Guardian, la pandemia ha sido el empujón definitorio para las aparatosas sandalias, livianitas, livianitas, que han devenido “el calzado de la temporada” en tanto la norma del 2020, tan intramuros, es la comodidad. Otro nuevo normal, y van… Hasta la juventud más cool se ha decantado por ellas, conforme subrayan analistas de tendencias, esgrimiendo adolescentes que “de tan feúchas, son lindas”. Lógica inapelable que encuentra nuevo ejemplo en recientísima colaboración: la del converso Justin Bieber, que además de arrimarse a la música cristiana, se hizo un parate entre misas online para bosquejar y lanzar sus propias crocs en amarillo chillón, agotadas en cuestión de días. En cuestión de horas, mientras tanto, el sold out de las crocs pensadas por Bad Bunny, de hace pocas semanas, con detalles que brillan en la oscuridad. En fin, figuras que están intentando lo imposible: dar un toque glam a las resistentes sandalias, como antaño lo hiciera la firma Balenciaga, el modisto escocés Christopher Kane, el rapero Post Malone, y siguen las firmas.
De Rusia con amor soviet
“Cheburashka quiere volverse global”, titula el rotativo inglés The Times a cuento de una novedad que animará especialmente a fanáticos de la cultura pop soviética, a los que no les será ajeno el icónico bichito que, en popularidad, le pasa el trapo ¡incluso! a Natalia Oreiro. Tanto así que este entrañable personaje, de los más queridos de la literatura infantil rusa, ha sido mascota de la selección olímpica en reiteradas ocasiones, goza de estatuas conmemorativas por doquier, tiene su propia estampilla postal, cuenta con un museo y, años atrás, “viajó” años a la Estación Espacial Internacional. Ahora volverá a las andanzas con más ímpetu que nunca, dispuesto a darse a conocer a lo largo y ancho. Al menos, a decir de la productora Yellow, Black and White (YBW), a cargo del film que comenzará a rodarse el año próximo con la criatura como protagonista. Vitaly Shlyappo, de esta empresa que ha colaborado con Disney en oportunidades pasadas, dice que el equipo siente “una enorme responsabilidad por hacerle honor a este personaje que ha acompañado a generaciones de rusos desde que eran pequeños”. Efectivamente, la fama del orejudo Cheburashka ha sido imparable desde que lo crease en 1966 el escritor Eduard Uspenski, y al poco tiempo fuera llevado a la pantalla a través de exitosísimos cortos de dibujos animados. Pues, parece ser que este tesoro nacional, dicho está, aspira a conquistar nuevas fronteras con sus peripecias. Además de las japonesas, todo sea dicho, donde también existe un culto por esta suerte de “Mickey Mouse de la era comunista”, como fuera catalogado antaño. No por nada, entre sus correrías, lograr que lo ficharan tanto a él como a su amigo cocodrilo en la Juventud Comunista… Habrá que ver qué le depara a un Cheburashka con grandes aspiraciones, y si ajustándose al relato original, vuelve al bosque tropical donde nació, acabando de despistado en Moscú, tras quedarse dormido en una caja de naranjas.
Dos a cuidarse
En la provincia de Perugia, Umbría, los habitantes de una pequeña aldea se toman muy, muy, muy en serio las recomendaciones para hacer frente al Covid-19… aunque solo sean dos. “Es una cuestión de principios: si hay reglas, hay que cumplirlas, por el bien propio y de los demás”, concuerdan Giovanni Carilli, de 82 años, y Giampiero Nobili, de 74, únicos vecinos de Nortosce, un apartado pueblito del centro de Italia, encaramado sobre un desfiladero rocoso del valle de Nerina, a una altitud de 900 metros. En 2001, cuando fue censada su población, apenas siete personas vivían allí, en tanto buena parte de los vecinos ya habían abandonado los terruños tras una seguidilla de terremotos a fines de los 90s. Hoy en día, sin embargo, solo queda la mentada dupla que, en miras de la cantidad de vidas que se ha cobrado la pandemia, no se han andan con chiquitas al momento de tomar todos los recaudos al alcance para evitar así un posible contagio, por más improbable que sea. Como no hay bares, restaurantes, farmacias, tiendas o supermercados, los tipos se arreglan con lo esencial, debiendo viajar a la ciudad más cercana de tanto en tanto; a regañadientes, eso sí, no les gusta para nada la jarana de las urbes, prefieren su vida simple, “el aire puro, la tranquilidad, el silencio”. Al aislamiento prácticamente absoluto del resto de los mortales, suman llevar de buenísima gana tapabocas en cada encuentro, además de mantener la distancia social. “Por supuesto que tengo miedo al virus. Si me enfermo, estoy solo, ¿quién se encargaría de mi bienestar? Necesito estar bien para seguir cuidando de mis ovejas, mis viñedos, mis colmenas y el huerto, para continuar disfrutando de mis trufas y de mis setas”, fueron las sentidas palabras de Carilli en charla con la CNN. Al susodicho medio, explicó que, habiendo nacido en Nortosce, se mudó en su joven adultez a Roma para trabajar en el negocio de los embutidos, pero al jubilarse regresó a su casa de infancia. De grande también se instaló allí Nobili, un joyero artesanal que sigue entregado a su arte: la frondosa y verde naturaleza que lo rodea, cuenta, es fuente inagotable de inspiración para el apañado señor. Sobra decir que, aunque la policía tana esté imponiendo multas de hasta mil euros a quienes se niegan a usar barbijos en miras de los rebrotes, no tiene que preocuparse en lo más mínimo por sancionar a este dúo persistentemente dinámico: cubrirse el rostro es regla inquebrantable para ambos durante sus caminatas hacia una antigua fuente romana, donde se hacen de agua fresquita de manantial cada mañana. “No solo es un tema de salud: sería una falta de respeto hacia el otro”, esgrimen razones quienes tienen por rutina compartir un espresso cada tarde, siempre separados por dos metros, en un extremo y otro de la mesa. Acompañados, eso sí, por el tercer habitante de la aldea, todo sea dicho: el perro trufero de Giovanni, que lo ayuda aún a cosechar el “diamante negro” de la gastronomía. Sin necesidad de llevar tapahocico, claro está, tampoco es cuestión de exagerar…