El lunes pasado, cuando en la Argentina estaba fresco el ánimo político y emocional que salieron a darse a sí mismos tantos y tantas en la carnalidad del 17 de octubre, en Bolivia sucedió lo que parecía imposible. El gobierno golpista no podía retener con fraude el poder: sin veinte puntos de diferencia, lo hubieran hecho.

Pero la reacción no cesa. Tardaron dos días en montar lo que será el leitmotiv de la temporada, opinadores en medios grandes y trolls en las redes iniciaron el intento de dividir a partidarios de Arce con los de Choquehuanca, en simultáneo con un ataque a Evo y a su liderazgo. Hay fundaciones y hay intelectuales orgánicos acoplándose a la estrategia global destinada a limar los liderazgos populares.

El cuestionamiento, a dos días de las elecciones, a quien desde hace décadas trabajó para poner a Bolivia en un escalón muy superior y virtuoso que sus países vecinos, al menos en lo que a redistribución y cambio cultural se refiere, es el germen de otro escenario golpista, que podría llamarse “modelo Lenin Moreno”. En la Argentina adopta otras formas que buscan el mismo resultado pero el revés: lo malo de lo que pasa, dicen de distintas maneras, sigue siendo y siempre será Cristina, que cuando habla es desfigurada y cuando no habla es Greta Garbo.

El laberinto en el que nos metió la pandemia, la crisis y la derecha mestizada con la ultraderecha ha comenzado a filtrar y se agrieta. Es muy débil todavía, pero viene un viento que sólo será favorable si es correctamente comprendido. Así como contra el virus lo único seguro sigue siendo la higiene y el distanciamiento, para salir del laberinto lo único que funcionan son mayorías electorales aplastantes. Estamos obligados a números bien marcados, porque ellos serán la base de sustento de nuevos gobiernos que cierren este ciclo neoliberal, serán la fuente de legitimidad y la base de cálculo para sus manotazos de ahogado.

Ese viento sopla sobre muchos países. Chile retomó su protesta, la que antes de la pandemia nos dijo que “no volveremos a la normalidad, porque la normalidad era el problema”. Esa era la idea de “la normalidad” antes de la pandemia. Después, el desastre sanitario y el cambio de vida al que fuimos obligados por el virus resignificaron la idea de “normalidad” y serán la recolocaron en el objeto del deseo.

El lunes, por otra parte, en Colombia, comenzó la Minga indígena a recorrer el país desde lo profundo del departamento de Cauca. Es el departamento más violento de Colombia, que a su vez es uno de los países más violentos de América. Más de 8000 indígenas llegaron dos días después de caravana a Bogotá, y la Capital se pobló con los invisibles. A lo largo del camino se habían ido juntando campesinos de distintos pueblos. Sólo con nombrar a algunos se advierte qué poco nos conocemos, qué extensa, qué diversa es América Latina: misaks, paeces, totoroes, nasas, yanaconas, coconucos, ignas.

En el petitorio que firmaron y quisieron entregarle a Duque, esas etnias cuyos nombres no nos suenan porque ninguna agenda ni periodística ni política nos ha permitido hasta ahora a los latinoamericanos conocernos a nosotros mismos, decía en uno de sus párrafos:

“Enfrentamos crisis graves e interconectadas, hambre, desnutrición, pérdida de biodiversidad, crisis climática, creciente desigualdad y pobreza. Necesitamos soluciones reales, no más lavado verde del agronegocio”. Podrían decirlo centenares de colectivos indígenas o no. Podrían decirlo habitantes de muchos pueblos entrerrianos condenados a lo que las autoridades actuales llaman “un modelo de producción consolidado”. Un modelo que, por otra parte, intoxica y mata. Les hemos visto las caras a los vasallos del terrateniente. Ha salido por televisión el dueño del latifundio, esa carcaza simbólica regional que ha tenido siempre sus propias leyes y crímenes ocultos, porque mantiene el control de su tranquera.

Los pueblos se mantienen como pueden en las calles no siempre para que los escuchen. A veces saben que no serán escuchados, pero salen para darse su propia entidad de pueblos y autoafirmarse. La autoafirmación de la voluntad boliviana que devolvió el poder al MAS fue laboriosamente trabajada en el ejercicio del poder popular.

A eso nos empuja la época. A la interconexión. A la articulación. Al entrecruzamiento. A la aceptación vital de la diversidad política, étnica, de género, al internacionalismo y a la voluntad de poder. Lo que está en juego es todo. Y desde esa perspectiva hay que avizorar la lenta llegada de un nuevo ciclo popular a escala regional, porque cuando vino la reacción fue porque estábamos muy cerca de integrarnos en bloque a una lógica externa a Estados Unidos. Estábamos por salirnos de control.

 

Estados Unidos nunca les dio una migaja a las enormes mayorías latinoamericanas. Las sumió en la naturalización de la desdicha. El grano está reventando; y será la capacidad de inclusión de demandas y la vista fija en la contradicción principal la única llave del cofre.