La indigestión de realidad que les produjo el masivo acto del 17 de octubre fue demasiado para las corporaciones mediáticas que rápidamente lo eliminaron de sus contenidos. Se fueron de cabeza al dólar y a anunciar y desmentir devaluaciones para menospreciar el respaldo que obtuvo el Gobierno. A pesar del esfuerzo mediático por imponer una escena virtual de caos, el protagonismo popular se convirtió en un factor fundamental para despejar esa imagen y la de un presidente debilitado.
El acto en sí tuvo una participación masiva y superó por mucho a todas las marchas sumadas de la oposición. Pero además se realizó en un contexto de pandemia y su consecuente depresión económica que inciden para desalentar cualquier participación.
La oposición macrista había tratado de aprovechar sin demasiado éxito ese malestar con convocatorias demagógicas de supuestos autoconvocados, anticuarentenas y negacionistas de la epidemia.
Alberto Fernández se había mostrado, incluso, contrario a las manifestaciones por temor a los contagios. Cuando se liberan las restricciones, es difícil controlar los resguardos y precauciones necesarias en los actos. De todos modos, las políticas sanitarias terminaron favorecidas también porque los manifestantes no cometieron excesos en ese aspecto y porque después de la demostración masiva, seguramente, la oposición no insistirá con convocatorias que serían automática y desfavorablemente comparadas con la del 17.
Ese día fue expresión de la mayoría de la sociedad dispuesta a respaldar al Gobierno, pero también a impedir que las presiones de la oposición y el poder económico obstaculicen el programa que el Frente de Todos propuso en las elecciones.
Es una mayoría que vio, sin poder expresarse por la cuarentena, cómo la derecha bombardeó las negociaciones con el Fondo Monetario y trató de imponerse a las políticas del oficialismo y judicializó o frenó todo en el Congreso. Una mayoría que sufrió el bombardeo de fake news que, para tratar de dividir al Frente de Todos, presentaban a Cristina Kirchner y Alberto Fernández enemistados.
La movilización representó un momento diferente al de la sofocante virtualidad de los medios hegemónicos, y fue un salto de madurez en la relación de la sociedad con los medios. A contrapelo del mensaje mediático hegemónico, no sólo fue respaldo al Gobierno, sino también a su programa de crecimiento sin exclusión y a la unidad del Frente.
No fue una semana buena para la derecha porque al día siguiente, la fuerza política que encabeza Evo Morales en Bolivia se impuso en las elecciones presidenciales. Al finalizar los cómputos, la fórmula del MAS que conformaron Luis Arce y David Choquehuanca obtuvo el 55,10 por ciento de los votos. El triunfo arrasador del MAS desnudó el golpismo que anuló las elecciones anteriores. Arce y el mismo Evo, así como el gobierno de México, pidieron la renuncia del secretario general de la OEA, Luis Almagro, que abonó el proceso golpista.
Grupos derechistas que, al igual que en Argentina, son presentados por los medios como manifestantes espontáneos, ya comenzaron a salir a la calle para pedir que no se reconozca el resultado. Al igual que en Argentina cuando ganó el Frente de Todos, los medios y opinadores se han lanzado a tratar de separar a Arce de la figura de Evo y de instalar una cuña divisionista entre Arce y su vice Choquehuanca.
El discurso ascendente de la derecha más dura parece haber encontrado su techo también en Argentina. Las entrevistas que concedió en los últimos días el ex presidente Mauricio Macri después de su derrota, provocaron el alejamiento de gran parte del PRO.
Con la ayuda de las campañas denuncistas que organizaban los servicios de inteligencia, las corporaciones de medios y un sector del Poder Judicial, antes el discurso de Macri se sustentaba en la difamación implícita de sus adversarios y en la creación de expectativas hacia el futuro.
Ahora, cada palabra que dice es contrastada por la trituradora de sus cuatro años de gobierno. A pesar de la obsecuencia de sus entrevistadores, Joaquín Morales Solá, Pablo Sirvén y Jonatan Viale, fue evidente que Macri mintió sobre logros que la inmensa mayoría sabe que no existieron y que con deslealtad y cobardía repartió culpas por su fracaso entre sus propios colaboradores. Igual que el 17, otra vez se impuso la pobreza de su gestión sobre la imagen virtual que se quiere construir.
El golpe de gracia para sus aspiraciones de prócer de la derecha fueron las declaraciones de su hermano Mariano Macri, recogidas en el libro de Santiago O'Donnell que para muchos será confirmación y para otros será una revelación que proviene de una fuente muy cercana al ex presidente.
Macri ha sido un contratista del Estado que tomó el triunfo electoral como si hubiera ganado una licitación para ocupar también el otro lado del mostrador y seguir haciendo negocios con sus amigos y socios. Ha sido empresario poderoso, pero cuando habla de política es limitado, inculto, con poca capacidad para armar una idea clara y más o menos compleja. Fue más empresario y menos presidente, algo de lo que acusaba a Néstor y Cristina Kirchner que, al revés que él, han sido animales de la política. Pero para poder hacer los negocios que se proponía, necesitaba acusarlos a ellos de lo que es él.
El discurso duro, cuadrado, de la derecha no encuentra la misma respuesta en la sociedad, aunque lo sigan manteniendo los grandes multimedios. El PRO y sus aliados tienden a reestructurarse con una versión más política alrededor de Horacio Rodríguez Larreta, como dos caras de la misma moneda. La relación de la sociedad con el discurso de baja calidad democrática de los medios asumió una intensidad diferente que permitió que una mayoría pudiera cuestionarlo. Pero el poder de daño de un sistema de información tan concentrado es de por sí antidemocrático, independientemente de la línea que sostenga.
Un exponente fiel de ese registro duro es el ex titular de la Sociedad Rural Argentina y ex ministro de Agricultura de Macri, Luis Etchevehere. La maniobra de disfrazar la disputa por una herencia familiar en cruzada política contra el comunismo, los negros o los vagos, calcó la técnica marketinera de Macri.
El pequeño y mediano propietario rural tuvo en la historia un papel progresista, muchas veces asociado a cooperativas y enfrentado a los terratenientes. A la salida del menemismo y del gobierno de la Alianza estaba prácticamente quebrado. No hubiera levantado cabeza sin ayuda del Estado que muchas veces subvencionó sus producciones. El boom de la soja convirtió a muchos de ellos en enemigos del que les dio una mano cuando estaban en la lona.
El grupo de propietarios rurales que se reunió en defensa de Luis Etchevehere para amedrentar y amenazar a su hermana Dolores parecía una banda de linchadores salida de las películas de vaqueros o del Ku-Klux-Klan. Se excitaban unos a otros con discursos contra “los vagos y los negros” que estaban dentro del establecimiento Nuestra Casa, donde Dolores Etchevehere donó parte de la tierra para conformar una cooperativa agroecológica, del Proyecto Artigas, que dirige Juan Grabois.
Bolivia demostró que esa mentalidad violenta contra los que piensan diferente tiene arraigo en una minoría. En Argentina, el respaldo a Alberto Fernández y Cristina Kirchner que movilizó el 17 de octubre tuvo el mismo significado. Una semana en la que ganó el pueblo y la democracia.