La galería inglesa, su piso en damero, la espléndida vista del campo que ondula hacia el este, son un resguardo a la hora de la siesta. El calor es apabullante. Dolores Etchevehere no lo nota o no lo demuestra. Esta es su tierra y su cuerpo resiste el clima, está acostumbrada. Si le preguntan cómo está dirá “concentrada” y cada uno de sus gestos lo subraya. Se ha preparado para vivir este momento y lo habita con placer. En el casco de la estancia Casa Nueva, parte de la sucesión indivisa de su padre, Luis Fernando Etchevehere, está reescribiendo su historia junto a compañeras y compañeros a quienes buscó para generar una alianza que le permita reivindicarse de la subestimación constante a la que, cuenta, fue sometida por parte de su familia: “Ahora puedo decir que sufrí violencia de género y, en ese sentido, violencia económica tal como lo describe la ley 26.485”. Y lo dice también la Justicia: el juez Raul Damir Flores, además de desestimar el desalojo de la estancia le otorgó medidas de protección: restricción de acercarmiento al casco de la estancia para sus hermanos y para cualquiera que hable en su nombre.
A un kilómetro de distancia, frente al guardaganado que da inicio al campo Casa Nueva, su hermano Luis Miguel Etchevehere, ex ministro de Agricultura durante el gobierno de Mauricio Macri y dos veces presidente de la Sociedad Rural Argentina, insulta a la policía porque no cumple sus órdenes a rajatabla; después se disculpa por Twitter. Parece un adolescente que frente al límite hace berrinche. Duerme a la intemperie hace cuatro días, custodiando la entrada de lo que considera suyo. Su camisa de algodón, los pantalones de lino y el sombrero que lo protegen no acusan recibo del pataleo. “Violencia, poder, opresión”, así describe su padecimiento. Porque se siente arrasado por “una fuerza de choque”, porque a su abogado “Victoria Donda y otra mujer que no me acuerdo el nombre” le hicieron “bromas y caritas para desconcentrarlo”. “¡Ella vendió sus derechos sucesorios!”, clama en contra de su hermana y llama la atención que no se detenga en la realidad de que esos derechos no pueden venderse en este país. Sus hermanos, Juan Diego y Sebastián, lo secundan, hartos de las moscas y del barro, pero decididos: “Vamos a seguir acá hasta la última instancia”.
Una cadena gruesa y con doble vuelta cierra el guardaganado de acceso a Casa Nueva. El candado que la fija es la respuesta de los varones Etchevehere a la orden de restricción que les impusieron: dejaron encerrada a Dolores dentro del campo y para asegurarse cruzaron un camión y un tractor frente a la tranquera. Los vehículos no pueden entrar ni salir, los alimentos tampoco.
El fin de semana no dejó descansar a los juzgados: los Etchevehere apelaron la resolución del juez Flores, se victimizaron frente a la orden de restricción --que incluye la prohibición de referirse de manera denigrante a Dolores y a quienes la acompañan-- “porque nos quitan la libertad de expresión” y por eso presentaron un amparo. Dolores, a través de su abogado Facundo Taboada, presentó una denuncia por secuestro. Cada día que pasa desde el jueves 15 de octubre, cuando Casa Nueva empezó a agitarse, es un temblor que desestabiliza un orden político y económico que se creía intocable. Hasta ahora, el mejor aliado de ese orden es el fiscal Oscar Sokbol, un hijo de desaparecidos militantes del PRT que actuó aun antes de que los Etchevehere presentaran su denuncia. Ese capítulo es una de las sorpresas de esta historia en la que los lazos de sangre no aseguran ninguna continuidad. A Sokbol hay que consultarle quién puede entrar o salir, eso es lo que dice la policía. Aunque la misma fuerza sugirió a los habitantes de Casa Nueva ingresar los alimentos cruzando un río con el agua hasta la cintura.
Hoy habrá un “banderazo federal” frente a la estancia, “por la libertad de expresión y la propiedad privada”. En los chats de “los gringos productores”, como llama uno de ellos a su propia comunidad, circulan mensajes que cuesta descifrar sin alarma. Auguran un “nuevo Kosteki y Santillán” y Sergio, “un pequeño productor con 800 hectáreas que pertenecen a una Sociedad Anónima que integro con mis seis hermanos”, trata de desmarcarse de los peores augurios aunque no desestima que alguien fantasee con las mismas consecuencias que dejó ese hecho en 2002. ¿Y por qué si no es voluntad de la mayoría de los que se vienen concentrando desde el miércoles pasado en Santa Elena --la localidad de Entre Ríos donde se extiende el campo-- generar una desestabilización política convirtieron una disputa entre herederos en una cruzada? “La verdad es que tendrían que resolverlo entre ellos, pero los medios hablan de usurpaciones en todo el país, el líder de esta gente --por Juan Grabois, quien acompaña a Dolores Etchevehere como representante legal-- habla de usurpación como si fuera algo bueno y el gringo productor no puede más entre el clima, el dólar, la falta de futuro”.
Una idea en acto
Dolores Etchevehere es periodista, trabajó hasta finales de los ’90 en el diario La Nación, en la sección Campo. De esa experiencia, dice sentada en la sala de estar del casco de Casa Nueva, aprendió mucho de lo que ahora la anima. “Conocí, por ejemplo a las Mujeres Agropecuarias en Lucha, las que iban a defender a los productores y productoras de los remates. Vi su potencia frente a un sistema que les ofrece créditos a los productores, después no hay garantías ni apoyo frente a la baja de precios o las variables del clima y más tarde o más temprano se quedan sin nada. De ellas aprendí que a las ideas y los conceptos hay que acompañarlos con la acción. Aprendí que hay que poner el cuerpo”.
La noche ya se cerró sobre el parque que rodea al casco. En los cuatro puntos cardinales se encienden fogatas para darles luz y calor a los puestos de guardia. La bravuconada de quienes se acercaron el miércoles pasado a ofrecer “salvoconducto” para desocupar el campo más el piquete de camionetas y tractores en la puerta exige estar alertas. Dolores se siente protegida por la organización. Ofrece una recorrida por las galerías y la cocina donde el equipo de trabajo dedicado a esa tarea prepara la cena con lo que hay, con lo que va quedando. La falta más acuciante es de frutas y verduras y a la hora de trabajar la tierra, eso se siente, dice uno de los compañeros que está abocado a la huerta que se está iniciando.
La resolución del juez Flores que desestima el desalojo anima a Dolores, una de las gestoras del Proyecto Artigas junto al Movimiento de Trabajadores Excluidos, Jóvenes por el Clima, “mujeres organizadas y no organizadas y organizaciones sociales que se van sumando”. Con ese alivio temporal --que terminó cuando se puso el candado en el guardaganado-- tiene tiempo para desplegar las ideas de futuro que se fueron gestando en los últimos meses junto a Juan Grabois, en primer término, a quien contactó sabiendo que esta pelea no la podía dar sola y que además, compartiría con ella su admiración por una encíclica papal, Laudato Si, “que habla de la teoría del descarte. Yo fui una mujer descartada. Era tan invisible para mi familia patriarcal que podría haberme convertido en un elefante blanco y tampoco les hubiera hecho mella”.
El Proyecto Artigas, entonces, pone en el centro esa idea cristiana de que los últimos serán los primeros. O los infelices serán los privilegiados, como decía el líder de la Unión de los Pueblos Libres, el “protector” de las provincias húmedas del litoral extendiéndose hasta Uruguay por el Este y hasta Córdoba por el Oeste. El que da nombre a un proyecto que planea una distribución de la tierra: la única mujer de la última generación de los Etchevehere decidió donar el 40 por ciento de su herencia cuando la recupere de las estafas que denuncia por parte de sus hermanos. La bandera de Artigas fue la primera, celeste y blanca y cruzada por el rojo punzó, fue la que Dolores hizo ondear antes de que una lluvia que no llegó a calmar la seca de primavera obligara a buscar techo. “Nuestro proyecto tiene tres principios básicos: verdad, justicia y reparación”, dice Dolores y lo dicen también las redes del proyecto que se presentó con identidad visual propia y usó como arma para entrar al campo “cámaras de televisión de última generación”, como se denunció en el pedido de desalojo.
Al atardecer del sábado, cuando las filas de policías rurales y del cuerpo antimotines de Entre Ríos se multiplicaban poniendo distancia entre quienes esperaban para ingresar alimentos y quienes estaban ahí para custodiar la cadena y el candado, estudiantes de la Escuela Agrotécnica de Santa Elena colgaron una bandera sobre la tranquera de Casa Nueva: “Etchevehere devolvé los terrenos de la escuela”. La articulación con esa escuela que fue despojada de los terrenos donde se hacían las prácticas por Juan Diego Etchevehere, condenado según su hermana por usurpación y castigado con la entrega de cien litros de gasoil pero no a devolver lo usurpado, fue la primera que entablaron quienes integran el Proyecto Artigas como parte de ese proyecto de reparación.
“Es que en mi familia se compra sin plata. Siempre. Nunca se pagó un precio como corresponde, ni al trabajador rural, ni a la niñera, ni a nadie. Cuando hay un muy buen negocio se cierra con un whisky. Las tierras de la escuela los Etchevehere las consiguieron a punta de pistola y sin un solo papel. Cuando vos tenés un diario no es sólo la pauta lo que se arregla, si vos vas sosteniendo el relato de tal o cual político, en esta provincia los negocios llueven”.
Seca y mortandad
Esas son las dos palabras que se escuchan en la radio local el sábado por la mañana. Seca de primavera que adelanta el trigo y mengua la cosecha, mortandad de los animales que acucia a los ganaderos. Todos los pronósticos son malos y el clima, esa variable que condiciona la producción del campo sin que se pueda hacer nada más que esperar que algo cambie, enciende una rabia sin destino que encontró un punto de fuga en el escenario que abrió una persona inesperada en alianza con movimientos sociales. En el pueblo de Santa Elena, a diez kilómetros de la entrada al campo en disputa, las opiniones sobre lo que está pasando son encontradas. El temor es un hilo de pólvora que circula por chats y redes sociales. Hay un video que mezcla relatos de Osvaldo Bayer de su experiencia en Cuba con declaraciones de algunes de les integrantes del Proyecto Artigas y que da por demostrado en el montaje que se está asistiendo al “foquismo guevarista 2020”, tal el título del video.
La comunicación es un campo de batalla y quienes acompañan a Dolores Etchevehere saben lo que se juega. El registro de cámaras es permanente, cuando se llama a los medios, los pocos que resisten en la puerta el sol del mediodía --C5N y TN-- se les propone a las cámaras observar un diálogo entre Dolores y la policía preguntando por las llaves del candado que tiene a la comunidad cercada. El policía, Godoy de apellido, trastabilla, no sabe qué contestar sobre la propiedad del candado. Dolores nunca se equivoca y el guión es todo suyo. Lo ha construido a lo largo de años de buscar esta reivindicación que ahora disfruta. Pasea por la propiedad que decidió “brindar” consciente de que está en un proceso de deconstrucción. Contra la violencia de las declaraciones que se escuchan en la puerta, la estigmatización de sus compañeros y compañeras, ella se para en cada fogón y asume: “Yo tengo mi forma de vida y me gusta, no creo que todo el mundo tenga que vivir igual. Acá nos estamos encontrando en nuestras diferentes formas de vida para hacer algo plural. Esto es una deconstrucción”, dice.
Contra la seca y la mortandad, las alianzas que se tejen entre la Escuela Agrotécnica, los movimientos sociales, los Jóvenes por el Clima -jóvenes de clases medias cuya agenda hasta antes de la pandemia era prácticamente invisible- dibujan un contorno que a fuerza de organización de tareas y de la consciencia de haber pateado un tablero que parecía fijo, hasta el campo parece más húmedo.
Un horizonte de futuro
Evelina Kostler es entrerriana, estudiante de Ciencias Políticas en la UNER y responsable del armado del Movimiento de Trabajadores Excluidos en su provincia y ahora también responsable del Proyecto Artigas. “Torta y feminista”, dice, “con la agenda del feminismo popular”. Ella es la que está detrás de la organización de los equipos de trabajo y las capacitaciones, la que teje alianzas y desanda la distancia entre la imaginación y los hechos. “Es lindo estar en una estancia de la oligarquía pero hay que sostener las cosas de todos los días”, dice y ordena los nombres de quienes tendrán que limpiar baños, ocuparse de la huerta, de la cocina o las guardias. La que recomienda descansar y tomar agua.
“Si al principio pensábamos que con esto abríamos el debate ahora siento cada vez más que podemos realizar el Proyecto, que va a haber familias productoras, que podemos dar la discusión desde la acción sobre la propiedad de la tierra, sobre los alimentos, sobre el trabajo. Tierra, techo y trabajo y con las compañeras al frente”, dice orgullosa de su tarea. Con Dolores se conocieron hace poco más de una semana y los lenguajes van encontrando un ritmo común.
“Mi papá era jornalero, trabajador rural que mucho tiempo estuvo en la fumigación preparando los agrotóxicos. Tuvo cáncer, claro. Se recuperó y ya no trabaja, pero para mí esto que estamos haciendo es una forma de reparar esa historia. Aunque mi papá sea votante de Macri. Eso es lo que tenemos que desarmar, generar otras alianzas, mostrar que es posible hacer”. Tiene los ojos celestes, la voz suave y una sonrisa hospitalaria. Ella también habló con la hermana del fiscal Oscar Sokbo, referente de HIJOS Paraná. “Clarisa es una compañera”, dará como único detalle. Es que la actitud del fiscal, sus comentarios calificando de “guerrilleros” a quienes habitan en Casa Nueva generan dolor, incluso antes que rabia.
Dentro del casco inglés de la casa los Etchevehere, Eve muestra un regalo que está exhibido junto a varios libros lujosamente encuadernados de Maquiavelo. Es una gorra de policía en miniatura y tiene una placa que dice la fecha: 1979. Dolores también lo muestra y agrega: “A mi casa venía (Christian) Von Vernich de visita, era una presencia habitual. Su hermana Susana era íntima amiga de mi madre. Yo no sabía nada, lo supe después”. Enunciar esta relación es parte de la verdad que se propone. Ahora es el tiempo de la reparación y muy lejos de lo que pasa junto al guardaganado, donde a última hora de la noche se volcaron por arriba de la tan mentada cadena los víveres que traían los vehículos a los que no se permitió entrar para que la policía los requise como si entraran a un penal, la proyección de futuro es un diseño que se disfruta ahora. “Nuestra venganza es ser felices”, es una frase de la organización HIJ@S y en esta historia donde los vínculos de sangre se rebelan sigue haciendo sentido.